martes, 17 de septiembre de 2013

El «misterio» en el pensamiento de Odo Casel 
José Manuel Bernal





El tema de la presencia de Cristo en los misterios reviste un interés excepcional cuando es interpretado a la luz de la teología de los misterios del benedictino alemán Odo Casel. No es este el momento de emprender una exposición de su pensamiento. Aquí me voy a limitar a ofrecer algunos apuntes de interés para una comprensión elemental de su doctrina.

Odo Casel utiliza con profusión la palabra misterio. En realidad en esa expresión se concentra buena parte de su pensamiento. Incluso hasta el mismo cristianismo es entendido por él como un misterio. En ese sentido lo define como «una acción de Dios, como la realización de un plan eterno en una acción que procede de la eternidad de Dios, se realiza en el tiempo y en el espacio, y tiene su término en el mismo Dios eterno». De ahí se deduce que «uno se hace cristiano cuando se une a la persona de Cristo y participa de su obra redentora; cuando ha vivido con Cristo y como Cristo su obra de liberación; cuando ha muerto y resucitado con Cristo de manera mística, pero real».

En todo caso es conveniente aclarar los diversos sentidos que Casel da a la palabra misterio. 1) El misterio de Dios en su intimidad. Este es el primer sentido de la palabra. Hace referencia al misterio insondable de Dios, del Santo, del Inaccesible, «a quien ningún hombre puede acercarse sin morir». Este Dios insondable ha proyectado desde la eternidad un plan salvador para el hombre; pero este proyecto «sigue siendo un misterio no abierto al mundo profano, sino que está oculto a su mirada y sólo se descubre a la de los fieles, a la de los elegidos».

2) Cristo, epifanía de Dios y misterio personal. El plan salvador de Dios sobre el hombre se revela y se realiza en Cristo. En él y a través de él la acción salvadora de Dios, proyectada desde los siglos, irrumpe en la historia, se encarna en el tiempo y en el espacio; se hace visible y accesible para todos los hombres. En este sentido decimos, siguiendo el pensamiento de Pablo, tal como aparece sobre todo en las cartas pastorales, que Cristo se constituye en el misterio personal; en la revelación (epifanía) y presencia del proyecto salvador de Dios.

3) Los misterios de Cristo.  En realidad hay que hablar del misterio de Cristo, uno e indivisible, en el que se condensa la totalidad de su vida. Es el misterio pascual por el que Cristo entrega la totalidad de su vida en la cruz y la recupera glorioso en la resurrección. Pero ese misterio único se fracciona en el conjunto de sucesivos actos salvadores que, comenzando en su nacimiento y en los eventos de su infancia, pasan por la aventura de su vida pública, pasión, muerte y sepultura, para culminar finalmente en la gloria de la resurrección, ascensión a los cielos y coronación a la derecha del Padre. En este caso hablamos de los misterios de Cristo.

4) El misterio del culto. Es la cuarta acepción de la palabra misterio. Es, por otra parte, la que más interesa en el marco de este blog. Cuando hablamos del misterio del culto, en el lenguaje caseliano, nos referimos a la presencia continuada y permanente del misterio salvador, desvelado y realizado en Cristo, primero, y después en la Iglesia y en las celebraciones cultuales de la Iglesia. El misterio del culto no es otra cosa que el mismo Cristo, encarnado e histórico, que prosigue su acción liberadora en el tiempo y en el espacio; y así, en virtud del ritual, aquello que tuvo lugar en la historia se hace realidad en el presente para la humanidad entera de todos los tiempos. En este sentido, el misterio del culto es el mismo misterio de Cristo continuado en el tiempo, pero bajo otra modalidad. La esencia es la misma; lo que difiere es el modo de estar presente. A los teólogos de Maria-Laach les gusta citar aquellas significativas palabras de san Ambrosio de Milán : «Te hallo y te siento vivo en tus misterios».

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