La presencia del Señor en los misterios
José Manuel Bernal
Estudié este tema hace algún tiempo. En aquel estudio tomé como punto de arranque unos textos altamente significativos del Vaticano II y del magisterio singular de Pablo VI. Luego, en segundo lugar, intenté realizar una aproximación a la teología de los misterios del teólogo y liturgista alemán Odo Casel. El estudio termina con un ensayo de respuesta al problema planteado. Aquí, ahora, voy a limitarme a esbozar una síntesis de mi planteamiento.
Al abordar este tema estamos entrando en uno de los puntos más importantes y controvertidos de la teología litúrgica y sacramental. Así lo entendió el Concilio y así lo dejó patente en el capítulo primero de la Constitución Sacrosanctum Concilium al establecer los principios teológicos que regulan el comportamiento de la liturgia. La capacidad liberadora y salvadora de la liturgia sólo puede entenderse a partir de una comprensión adecuada de la presencia de Cristo en las celebraciones litúrgicas. Solo de esta forma, en efecto, es posible entender que el acontecimiento pascual de Cristo, en el que culminan todas las intervenciones salvíficas de Dios en la historia, se hace presente en las celebraciones litúrgicas, sobre todo en la eucaristía; y que esa historia, la de las mirabilia Dei, es una realidad permanentemente actual en el mundo y que Dios sigue actuando y continúa siendo el protagonista principal de la misma.
El punto relativo a la presencia de Cristo en la liturgia aparece en el nº 7 de la Constitución conciliar sobre liturgia: «Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)».
Este texto, inspirado ciertamente en otro de la encíclica Mediator Dei de Pío XII, es retomado posteriormente por Pablo VI y decididamente ampliado en su encíclica Mysterium fidei. En efecto, el papa, después de hacer referencia al texto conciliar, amplía claramente las formas de presencia de Cristo, no solo en la liturgia, sino en la Iglesia misma. A este propósito Pablo VI afirma que Cristo está presente en la Iglesia que ora, en la Iglesia que se entrega al servicio de los más necesitados, en la Iglesia que camina peregrina a la casa del Padre, en la que predica, en la que dirige y gobierna al pueblo de Dios; pero, de un modo singular, Cristo está presente en la Iglesia que se ofrece y se inmola en el sacrificio de la misa y en la que celebra los sacramentos. De modo eminente Cristo está presente en las especies sacramentales del pan y del vino en la eucaristía.
Esta variedad de formas de presencia no es indiscriminada o indiferente. Son formas de presencia diversas y jerarquizadas. No todas tienen el mismo valor, evidentemente. Pero, eso sí, todas son formas de presencia real. Lo afirma el papa de manera taxativa. Finalmente es importante tomar buena nota de que todos estos modos de presencia se hacen realidad en la Iglesia. Quiero decir con ello que es en la Iglesia y a través de ella donde el Señor se hace sentir, donde el Señor actúa, donde sale al encuentro del creyente y establece con él vínculos profundos de comunión. Es, sobre todo, en la Iglesia que celebra los misterios del culto donde se hace presente y actúa toda la fuerza salvadora y renovadora de la pascua.
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