Quevedo fue uno de
los primeros autores que usó la palabra piropo
piropo
El ajetreo de la vida moderna
—con la presencia de la mujer en el mercado de trabajo en pie de igualdad
con el hombre, con el tiempo siempre corto de que disponemos, con la
píldora anticonceptiva y hasta con la comunicación masiva por Internet—
ha hecho que se fuera perdiendo un hábito medieval que había perdurado
hasta el siglo pasado: el cortejo mediante el piropo.
El nombre del gracejo galante proviene de la antigua palabra latina
pyropus, que aludía a una 'aleación de cobre y oro, de color rojo brillante',
procedente, a su vez, del griego pyropos, que significaba 'de color
encendido' o 'con aspecto de fuego' y, principalmente, 'de ojos de
fuego'.
Este color de pyropos, que sugiere fuego, deviene de la palabra
griega pyr, pyrós 'fuego', un fuego que tal vez se vincule a la
llama de las pasiones que van junto con el piropo. La voz helénica se ha
conservado en nuestra lengua en el prefijo piro-, presente en
piromanía, piromancia, pirómetro, pirotecnia, y la parte final de pyropos
se forma con ops, que significa 'aspecto, apariencia', presente en
español en oftálmico, oftalmología, óptica, de modo que,
etimológicamente, piropo significa 'con apariencia de fuego'.
Aunque la costumbre del piropo viene del medioevo, su nombre es más
reciente: a comienzos del siglo XV, piropo era 'cierta piedra
preciosa o metal brillante', como la definía J. de Mena; pero Quevedo la
usaba culteranamente como 'requiebro, flores, palabra lisonjera que se
dice a una mujer bonita', abriendo así el camino para donjuanes que saben
valerse de la palabra como arma para sus conquistas.
¿Cuál habrá sido el itinerario desde el fuego o la piedra preciosa hasta
la lisonja galante? Corominas observa que pyropum aparece al
comienzo de la Retórica, de Arias Montano (1590), "en un
contexto de incitante sensualidad" que debía grabarse en la mente de
los jóvenes estudiantes, y supone que los muchachos llamarían a sus
novias piropos, llevando el lenguaje de la escuela al de la calle.
En El mágico prodigioso (1637), de Calderón, como en otros poetas
de su época, aparece piropo en un contexto de pompa y
rebuscamiento:
[...] un rey, mayor de todos [...] en su palacio cubierto
de diamantes y piropos [...].
Por la misma época, Quevedo elogia la boca de una mujer
llamándola "tugurio de piropos", pues la moda de aquel entonces
exigía que las poesías de amor fueran escritas en la jerga afectada del
culteranismo. En esa línea, Quevedo describía una sonrisa de mujer como
un "relámpago de nieve entre rubíes". Y el mismo Quevedo
(1580-1645), en su jácara A una dama señora, hermosa por lo rubio,
nos muestra cómo piropo se va encaminando hacia su significado
actual, en este trecho citado por el propio Corominas:
Pues lléguese la mañana
con sus perlas y sus ostros
a sus dos labios que allá
se lo dirán en pyropos.
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