Navidad:
fiesta de la humanidad de Dios y de
la comensalidad
Leonardo Boff
La Navidad está llena de
significados. Uno de ellos ha sido secuestrado por la cultura del consumo que,
en vez del Niño Jesús, prefiere la figura del vejete bonachón, Papá Noel,
porque es más llamativo para los negocios. El Niño Jesús, por el contrario,
habla del niño interior que llevamos siempre dentro de nosotros, que siente
necesidad de ser cuidado y que, una vez que ha crecido, tiene el impulso de
cuidar. Es ese pedazo de paraíso que no se ha perdido totalmente, hecho de
inocencia, de espontaneidad, de encanto, de juego y de convivencia con los
otros sin ninguna discriminación.
Para
los cristianos es la celebración de la “proximidad y de la humanidad” de
nuestro Dios, como se dice en la epístola a Tito (3,4). Dios se dejó apasionar
tanto por el ser humano que quiso ser uno de ellos. Como dice bellamente
Fernando Pessoa en su poema sobre la Navidad: «Él es el eterno Niño, el Dios
que faltaba; el divino que sonríe y que juega; el niño tan humano que es divino».
Ahora
tenemos un Dios niño y no un Dios juez severo de nuestros actos y de la
historia humana. Qué alegría interior sentimos cuando pensamos que seremos
juzgados por un Dios niño. Más que condenarnos, quiere convivir y entretenerse
con nosotros eternamente.
Su
nacimiento provocó una conmoción cósmica. Un texto de la liturgia cristiana
dice de forma simbólica: «Entonces las hojas que parloteaban, callaron como
muertas; el viento que susurraba, quedó parado en el aire; el gallo que cantaba
se calló en medio de su canto; las aguas del riachuelo que corrían, se
estancaron; las ovejas que pastaban, quedaron inmóviles; el pastor que erguía
su cayado quedó como petrificado; entonces, en ese preciso momento, todo se
paró, todo se silenció, todo se suspendió: nacía Jesús, el Salvador de las
gentes y del universo».
La
Navidad es una fiesta de luz, de fraternidad universal, fiesta de la familia
reunida alrededor de una mesa. Más que comer, se comulga con la vida de unos y
otros, con la generosidad de los frutos de nuestra Madre Tierra y del arte
culinario del trabajo humano.
Por
un momento olvidamos los quehaceres cotidianos, el peso de nuestra existencia
trabajosa, las tensiones entre familiares y amigos y nos hermanamos en alegre
comensalidad. Comensalidad significa comer juntos reunidos en la misma mesa
como se hacía antes: toda la familia se sentaba a la mesa, conversaban, comían
y bebían, padres, hijos e hijas.
La
comensalidad es tan central que está ligada a la aparición del ser humano en
cuanto humano. Hace siete millones de años comenzó la separación lenta y
progresiva entre los simios superiores y los humanos, a partir de un antepasado
común. La singularidad del ser humano, a diferencia de los animales, es la de
reunir los alimentos, distribuirlos entre todos comenzando por los más pequeños
y los mayores, y después los demás.
La
comensalidad supone la cooperación y la solidaridad de unos con otros. Fue ella
la que propició el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue verdad
ayer, sigue siendo verdad hoy. Por eso nos duele tanto saber que millones y
millones de personas no tienen nada para repartir y pasan hambre.
El
11 de septiembre de 2001 sucedió la conocida atrocidad de los aviones que se lanzaron
sobre las Torres Gemelas. En ese acto murieron cerca de tres mil personas.
Exactamente
en ese mismo día morían 16.400 niños y niñas con menos de cinco años de vida;
morían de hambre y de desnutrición. Al día siguiente y durante todo el año doce
millones de niños fueron víctimas del hambre. Y nadie quedó horrorizado ni se
horroriza delante de esta catástrofe humana.
En
esta Navidad de alegría y de fraternidad no podemos olvidar a esos que Jesús
llamó “mis hermanos y hermanas menores” (Mt 25, 40) que no pueden recibir
regalos ni comer alguna cosa. Pero no obstante este abatimiento, celebremos y
cantemos, cantemos y alegrémonos porque nunca más estaremos solos. El Niño se
llama Jesús, el Emanuel que quiere decir: “Dios con nosotros”. Viene bien a la
ocasión este pequeño verso que nos hace pensar sobre nuestra comprensión de
Dios, revelada en Navidad:
Todo
niño quiere ser hombre.
Todo
hombre quiere ser rey.
Todo
rey quiere ser ‘dios’.
Sólo
Dios quiso ser niño.
Feliz Fiesta de Navidad del
año de gracia de 2014.
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