Dónde está el nudo de la cuestión ecológica? (II)
Leonardo Boff
En el artículo anterior con
el mismo título abordamos el lado objetivo de la cuestión ecológica, tratando
de superar el mero ambientalismo a partir de una nueva visión del planeta, de
la naturaleza y del ser humano, como la porción pensante de la Tierra.
Pero
esta consideración es insuficiente si no se completa con una visión subjetiva,
aquella que afecta a las estructuras mentales y los hábitos de los seres
humanos. No basta ver y pensar diferente. Tenemos también que obrar diferente.
No podemos cambiar simplemente el mundo. Pero siempre podemos empezar a cambiar
este pedazo del mundo que somos cada uno de nosotros. Y si la mayoría incorpora
este proceso daremos el salto cuántico necesario hacia un nuevo paradigma de
habitar la única Casa Común que tenemos.
Nos
inspira la Carta de la Tierra, en cuya redacción tuve el honor de
participar bajo la coordinación de M. Gorbachov entre otros. Insatisfechos con
los resultados finales de la Rio+20 un grupo, entre ellos jefes de Estado,
decidió hacer una consulta a las bases de la humanidad para levantar principios
y valores con vistas a una nueva relación con la Tierra y a nuestra convivencia
sobre ella. Cito la parte final que resume todo:
«Como
nunca antes en la historia, el destino común nos invita a buscar un nuevo
comienzo… Esto requiere un cambio de la mente y del corazón. Requiere un
nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal.
Concluye la Carta: “debemos desarrollar y aplicar con imaginación la
perspectiva de un modo de vida sostenible a nivel local, regional, nacional y
global”» (n. 16 f).
Nótese
que se habla de un nuevo comienzo y no solamente de alguna reforma o simple
modificación de lo mismo. Dos dimensiones son imprescindibles: un cambio en la mente
y en el corazón. El cambio en la mente ya ha sido abordado en el
artículo anterior: la nueva visión sistémica, envolviendo Tierra y humanidad
como una única entidad. Se podría incluir también el universo entero en proceso
cosmogénico dentro del cual nos movemos y del cual somos producto.
Ahora
podemos profundizar, aunque sucintamente, el cambio del corazón. Para mí aquí está
uno de los nudos esenciales del problema ecológico que debe ser desatado, si
realmente queremos hacer la gran travesía hacia el nuevo paradigma.
Se
trata del degaste de los derechos del corazón. En un lenguaje
científico-filosófico es importante, junto con la inteligencia racional e
instrumental, incorporar la inteligencia cordial o sensible (véase Muniz Sodré,
Adela Cortina, Michel Maffesoli).
Toda
nuestra cultura moderna ha acentuado la inteligencia racional hasta el punto de
volverla irracional con la creación de instrumentos para nuestra
autodestrucción y para la devastación de nuestro sistema-Tierra. Esta
exacerbación ha difamado y reprimido la inteligencia sensible con el pretexto
de que obstaculizaba la mirada objetivista de la razón. Hoy sabemos por la
nueva epistemología y principalmente por la física cuántica que todo saber, por
más objetivo que sea, viene impregnado de emoción y de intereses.
La
inteligencia sensible y cordial, que reside en el cerebro límbico que posee más
de 200 millones de años, cuando surgieron los mamíferos, es la sede de las
emociones, de los sentimientos, del amor, del cuidado, de los valores y de sus
contrarios. Nuestra realidad más profunda (previamente existe el cerebro reptil
con 313 millones de años) es el afecto, el cuidado, el amor o el odio, los
sentimientos básicos de la vida. El neo-cortex, sitio de la razón intelectual,
empezó a formarse hace 5 millones de años, se perfeccionó como homo sapiens
hace 200 mil años y culminó como homo sapiens sapiens dotado de
inteligencia racional completa hace apenas cien mil años. Por lo tanto, somos
fundamentalmente seres de emociones y de afectos, base de todo el discurso
psicoanalítico.
Tenemos
que enriquecer la inteligencia intelectual e instrumental, de la cual no podemos
prescindir si queremos explicar los problemas humanos. Pero ella sola se
transforma en fundamentalismo de la razón, que es su locura, capaz de crear el
Estado Islámico que degüella a todos los diferentes o la shoah, la
solución final para los judíos. Dice el filósofo Patrick Viveret: «Solo podemos
utilizar la cara positiva de la racionalidad moderna si la utilizamos
amalgamada con la sensibilidad del corazón» (Por una sobriedad feliz,
2012, 41).
Sin
el matrimonio de la razón con el corazón nunca nos moveremos para amar de
verdad a la Madre Tierra, reconocer el valor intrínseco de cada ser y
respetarlo y para empeñarnos en salvar nuestra civilización. Bien decía el Papa
Francisco: nuestra civilización es cínica, pues ha perdido la capacidad de sentir
el dolor del otro. Ya no sabe llorar ante la tragedia de miles de refugiados.
La
categoría central de esta visión es el cuidado como ética y como cultura
humanística. Si no cuidamos la vida, la Tierra y a nosotros mismos, todo
enferma y terminamos por no garantizar la sostenibilidad ni rescatar lo que E.
Wilson llama biofilia, el amor a la vida. Todo lo que cuidamos también
lo amamos. Todo lo que amamos también lo cuidamos.
Para
mí, el núcleo de la razón instrumental analítica que nos dio la tecnociencia
con sus beneficios y también con sus amenazas debe ser impregnado por el núcleo
de la razón cordial y sensible. Juntas constituyen el nudo de una ecología
integral.
Entonces seremos plenamente humanos. Nos sentiremos
parte naturaleza y verdaderamente la propia Tierra que piensa, ama y cuida.
Entonces podremos creer y esperar que aun podemos salvarnos, sin necesitar
pensar como Martin Heidegger: «solamente un Dios nos podrá salvar». Yes, we
can.
No hay comentarios:
Publicar un comentario