¿Fin de una era,
una nueva civilización o
fin del mundo?
Leonardo Boff
Hay voces de personalidades
muy respetadas que advierten que estamos ya dentro de una Tercera Guerra
Mundial. La más autorizada es la del Papa Francisco. El 13 de septiembre de
este año, al visitar un cementerio de soldados italianos muertos en Radipuglia
cerca de Eslovenia, dijo: “La Tercera Guerra Mundial puede haber comenzado,
combatida por partes, con crímenes, masacres y destrucciones”. El ex-canciller
alemán Helmut Schmidt, de 93 años, advertía el 12 de diciembre de este año
sobre una posible Tercera Guerra Mundial (Boletim Carta Maior del
22/12/2014). Y otras voces autorizadas se hacen oír aquí y allí.
A
mí me convence más el análisis, diría profético pues se está realizando como lo
previó, de Jacques Attali en su conocido libro Breve historia del futuro
(Paidós 1999). Fue asesor de François Mitterand y actualmente preside la
Comisión de los «frenos al crecimiento». Trabaja con un equipo multidisciplinar
altamente cualificado. Él prevé tres escenarios:
(1) el superimperio
compuesto por Estados Unidos y sus aliados. Su fuerza reside en poder destruir
toda la humanidad. Pero está en decadencia debido a la crisis sistémica del
orden capitalista. Se rige por la ideología del Pentágono del «full spectrum
dominance» (dominación de espectro completo) en todos los campos, militar,
ideológico, político, económico y cultural. Pero ha sido superado
económicamente por China y tiene dificultades para someter a todos a la lógica
imperial.
(2) El superconflicto: con la decadencia lenta del imperio se
da una balcanización del mundo, como constatan actualmente los conflictos
regionales en el norte de África, en Oriente Medio, en África y en Ucrania.
Esos conflictos pueden conocer un crescendo con la utilización de armas de
destrucción masiva (veáse Síria, Iraq), después de pequeñas armas nucleares
(existen hoy miles con el formato de un maletín de ejecutivo) que destruyen
poco pero dejan regiones enteras inhabitables durante muchos años debido a la
alta radioactividad. Con el uso generalizado de armas nucleares, químicas y
biológicas se puede llegar a un punto en el que la humanidad se da cuenta de
que puede autodestruirse. Y entonces surge
(3) el escenario final: la
superdemocracia. Para no destruirse a sí misma y a gran parte de la
biosfera, la humanidad elabora un contrato social mundial, con instancias
plurales de gobernabilidad planetaria. Con los bienes y servicios naturales
escasos debemos garantizar la supervivencia de la especie humana y de toda la
comunidad de vida que también está creada y mantenida por la Tierra-Gaia.
Si
esa fase no llegara a surgir, podría ocurrir el fin de la especie humana y de
gran parte de la biosfera. Por culpa de nuestro paradigma civilizatorio
racionalista. Lo expresó bien el economista y humanista Luiz Gonzaga Belluzzo,
recientemente: «El sueño occidental de construir el hábitat humano solamente a
base de la razón, repudiando la tradición y rechazando toda trascendencia, ha
llegado a un callejón sin salida. La razón occidental no consigue realizar
concomitantemente los valores de los derechos humanos universales, las
ambiciones del progreso de la técnica y las promesas de bienestar para todos y
para cada uno» (Carta Capital 21/12/2014). En su irracionalidad, este
tipo de razón, construye los medios de darse fin a sí misma.
El
proceso de evolución deberá posiblemente esperar algunos miles o millones de
años hasta que surja un ser suficientemente complejo, capaz de soportar el
espíritu que, primero, está en el universo y solamente después en nosotros.
Pero
puede también irrumpir una nueva era que conjugue la razón sensible (del amor y
del cuidado) con la razón instrumental-analítica (la tecnociencia). Emergerá,
finalmente, lo que Teilhard de Chardin llamaba ya en 1933 en China la noosfera:
las mentes y los corazones unidos en la solidaridad, en el amor y en el cuidado
con la Casa Común, la Tierra. Attali escribió: «quiero creer, en fin, que el
horror del futuro predicho arriba contribuirá a hacerlo imposible. Entonces se
diseñará la promesa de una Tierra hospitalaria para todos los viajantes de la
vida (op. cit. p. 219).
Y al final nos deja a nosotros los brasileros este
desafío: «Si hay un país que se parece a lo que podría convertirse el mundo, en
lo bueno y en lo malo, ese país es Brasil» (p. 231).
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