La paz perenne
con la
naturaleza y la Madre Tierra
Leonardo Boff
Uno
de los legados más fecundos de Francisco de Asís, actualizado por Francisco de Roma,
es la oración por la paz, tan urgente en los días actuales. El primer saludo
que San Francisco dirigía a los que encontraba era desearles “Paz y Bien” que
corresponde al Shalom bíblico. La paz que ansiaba no se restringía a las
relaciones interpersonales y sociales. Buscaba una paz perenne con todos los
elementos de la naturaleza, tratándolos con el dulce nombre de hermanos y
hermanas.
Especialmente
la “hermana y Madre Tierra”, como la llamaba, debería ser abrazada por el
abrazo de la paz. Su primer biógrafo Tomás de Celano resume maravillosamente el
sentimiento fraterno del mundo que lo invadía al testimoniar: «Se llenaba de
inefable gozo todas las veces que miraba al sol, contemplaba la luna y dirigía
la vista hacia el firmamento y las estrellas. Cuando se encontraba con las
flores, les predicaba como si estuviesen dotadas de inteligencia y las invitaba
a alabar a Dios. Lo hacía con tiernísimo y cjava-scriptdor candor: exhortaba a
la gratitud a los viñedos y a los trigales, a las piedras y a las selvas, a las
plantaciones de los campos y a las corrientes de los ríos, a la hermosura de
las huertas, a la tierra, al fuego, al aire y al viento”.
Esta
actitud de reverencia y de ternura lo llevaba a recoger las babosas de los
caminos para que no las pisaran. En el invierno daba miel a las abejas para que
no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortasen los
árboles de raíz, en la esperanza de que pudiesen regenerarse. Hasta las malas
hierbas debían tener un lugar reservado en las huertas para que pudiesen
sobrevivir, pues ellas también anuncian al “hermosísimo Padre de todos los
seres”.
Solamente
puede vivir esta intimidad con todos los seres quien ha escuchado su resonancia
simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología
profunda. Jamás se situó por encima de las cosas, sino al pie de ellas, como
quien convive verdaderamente como hermano y hermana, descubriendo los lazos de
parentesco que unen a todos.
El
universo franciscano y ecológico nunca es inerte ni las cosas están colocadas
ahí al alcance de la mano posesora del ser humano ni yuxtapuestas una al lado
de la otra sin conexiones entre ellas. Todo compone una grandiosa sinfonía cuyo
maestro es el propio Creador; todas las cosas están animadas y personalizadas.
Francisco descubrió por intuición lo que sabemos actualmente por vía científica
(Crick y Dawson, que descifraron el DNA): que todos los vivientes somos
parientes, primos, hermanos y hermanas, porque poseemos el mismo código
genético de base. Francisco experimentó espiritualmente esta consanguinidad.
De
esta actitud nació una paz imperturbable, sin miedo y sin amenazas, paz de
quien se siente siempre en casa, con los padres, los hermanos y las hermanas.
San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que la Carta de la
Tierra encontró para la paz: «es la plenitud creada por relaciones correctas
consigo mismo, con las otras personas, otras culturas, otras vidas, con la
Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16 f).
La
suprema expresión de la paz, hecha de convivencia fraterna y de acogida cálida
de todas las personas y cosas está simbolizada en el conocido relato de la
perfecta alegría. A través de un artificio de la imaginación, Francisco
presenta todo tipo de injurias y violencias contra dos cofrades (uno de ellos
es el propio Francisco). Empapados de lluvia y de barro, llegan exhaustos al
convento. Allí son rechazados a bastonazos (“golpeados con un palo de nudo en
nudo”) por el fraile portero. Aunque han sido reconocidos como cofrades, son
vilipendiados moralmente y rechazados como gente de mala fama.
En
el relato de la perfecta alegría, que encuentra paralelos en la tradición
budista, Francisco va, paso a paso, desmontando los mecanismos que generan la
cultura de la violencia. La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en
la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros o hablar en lenguas. En su
lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de
soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación más allá de
cualquier presupuesto o exigencia previa. Vivida esta actitud, irrumpe la paz
que es una paz interior inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más
duras oposiciones, paz como fruto de un completo despojamiento. ¿No son esas
las primicias de un Reino de justicia, de paz y de amor que tanto deseamos?
Esta
visión de la paz de San Francisco representa otro modo de ser-en el-mundo, una
alternativa al modo de ser de la modernidad y de la posmodernidad, asentado
sobre la posesión y el uso irrespetuoso de las cosas para el disfrute humano
sin ninguna otra consideración.
Aunque
haya vivido hace más de ochocientos años, el nuevo es él, no nosotros. Nosotros
somos viejos y estamos envejecidos porque con nuestra voracidad estamos
destruyendo las bases que sustentan la vida en nuestro planeta y poniendo en
peligro nuestro futuro como especie. El descubrimiento de la hermandad cósmica
nos ayudará a salir de la crisis y nos devolverá la inocencia perdida que es la
claridad infantil de la edad adulta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario