martes, 29 de abril de 2014

Pablo VI ¿un expulsado de la fila? Reivindicando su memoria

Xabier Pikaza







Lo ha podido ver hasta el más torpe de la clase,al mirar en la tele las grandes celebraciones del domingo.
-- Santo el Papa anterior, Juan XXIII.
-- Santo el siguiente, Juan Pablo II.
-- Él nada, su silla de santo vacía (27.4.14).

Tan grande ha sido el impacto creado por su hueco que un adolescente, casi niño, me ha preguntado si le han "echado" del Vaticano. Le he dicho que no, que no es eso, que Pablo VI es muy importante, pero no le he convencido.
¡Y yo tampoco he quedado del todo convencido de mis argumentos! Por eso protesto (sin entrar en el tema de Juan Pablo I, el papa del mes, que bastante tuvo con morirse a tiempo). Por eso he querido escribir esta postal, rompiendo una lanza por Pablo VI, aunque no sea totalmente un santo de toda mi devoción.
Así protesto contra éste agravio comparativo. Ciertamente, Juan XXIII tiene galones para santo. Pero ahí podíamos parar. O todos los papas del siglo XX santos (los que estudié en la postal del otro día), por decreto precedente, o ninguno.
Un papa como un castillo
Era papa (1964-1978) cuando yo estaba en Roma de estudiante (1965-1970). Íbamos alguna vez a verle en el balcón, aunque no mucho, visitábamos más la biblioteca del Bíblico de la P. de la Pilotta. Después le vi y le tuve muy de cerca el año 1974, estando de Capítulo en Roma, en una audiencia, a mi lado, a dos pasos, serio, tristón cara de santo. Me dio mucha pena, tan metido en sí mismo. Me miró y le guiñe el ojo, como en signo de complicidad, diciéndole: “ánimo, muchacho, no tengas miedo, que la Iglesia sigue”. No me hizo caso, parecía inescrutable. Evidentemente, estaba en otros temas, de los que seguiré hablando.
Presentaré los grandes valores de Pablo VI, evocaré sus (a mi juicio) grandes limitaciones. Pero desde aquí quiero decir que es un Papa a quien amo y admiro, protestando contra todos los que le han echado la culpa de los males de la Iglesia posterior.
Fue un papa culto, de hondo humanismo, con un sentido fuerte de la libertad y la grandeza de la vida. Agarró el toro por los cuernos y quiso ser fiel al concilio, cuando Juan XXIII tuvo la ocurrencia de morirse, justo cuando el Concilio andaba más líado (el año 1963). Esa si que fue jugada. Mucho en marcha el Concilio, lió la madeja, dejando casi todo patas arriba, con todos los santos padres conciliares discutiendo y se fue al cielo, que era su sitio. Ese fue Juan XXIII.
Pablo VI, artífice del Concilio, un Papa lleno de valores.
El que se cargó con el pato del Concilio fue Pablo VI, y lo hizo bien. Agarró el Concilio por los mismísimos meollos y lo sacó adelante, como un titán. Nadie podría haberlo hecho como él, aunque algunos le tildamos ya entonces de miedoso, en varios asuntos que no es momento de recordar. Ese es su mérito. Por eso habría que hacerle santo sin más, o no pararse en Juan XXIII que fue una excepción, y no seguir con Juan Pablo II y hacerle santo, que es mezclarlo todo.
Quiso ser fiel al Concilio, pero tuvo quizá miedo a sus posibles consecuencias, en un mundo cambiante. Empezó a viajar fuera del Vaticano, como gran embajador de la Iglesia, que él presentaba como experta en humanidad, y asumió «la voz de los pobres, de los desheredados, de los sufrientes, de aquellos que anhelan la justicia, la dignidad de la vida, la libertad, el bienestar y el progreso” (cf. Discurso en la ONU, 4, 10, 1965).
Grandes logros, un Papa con galones.
Entre sus gestos eclesiales básicos pueden citarse:
‒ Con Atenágoras, fin de un milenio de enfrentamientos. El 7 de agosto de 1965 Pablo VI de Roma y Atenágoras, patriarca de Constantinopla levantaban la excomunión que sus predecesores habían dictado el año 1054. Terminaban así más de novecientos años de condenas mutuas. Ciertamente, ese gesto no resolvía todos los problemas, ni llevaba a la plena comunión de las iglesias, pero abría un camino nuevo de confianza y diálogo que aún no ha culminado, pues quedan pendientes no sólo cuestiones de interpretación del pasado, sino también del futuro de la Iglesia.
‒ Nueva forma de colegialidad. Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo” (15 IX 1965), instituyó las conferencias episcopales, un nuevo tipo de división y administración eclesial (antes habían existido patriarcados e iglesias nacionales e imperiales, con el valor y riesgo que ello a veces implicaba, pero no conferencias episcopales). De esa forma iniciaba un camino problemático y prometedor de transformación eclesial cuyos resultados no pueden valorarse todavía (año 2013), por las trabas y dificultades que este tipo de estructura está encontrando.
‒ Índice de libros prohibidos, libertad de pensamiento. El 14 de junio de 1966 (notificación de la Congregación de la Doctrina de la fe: Post Litteras apostolicas), el papa suprimió el Índice de Libros prohibidos (creado el año 1559), que había comprimido la conciencia católica durante cuatro siglos. Según eso, la formación y cultura de los cristianos adultos quedaba en manos de su libre responsabilidad. Sólo debían ser aprobadas por la Iglesia las traducciones católicas de la Biblia, los textos litúrgicos y los manuales catequéticos oficiales. Esta decisión ha permitido un impulso cultural católico sin precedentes, aunque algunos sectores eclesiales añoren los tiempos anteriores. Con ese gesto abrió las puertas y ventanas de la teología y del pensamiento a la verdad, a la búsqueda, a la confianza.
‒Ecclesiam Suam (Su Iglesia, 1964), un programa de diálogo. Fue la primera y más importante de las encíclicas de Pablo VI (y quizá de la Iglesia moderna). El Papa recoge y expone en ella su programa de vida cristiana, centrada en el diálogo, en todos los planos de la vida: Con el mundo y la cultura, con las diversas religiones, con las iglesias no católicas, entre los diversos grupos de la Iglesia. Por esta encíclica, que aún no ha sido plenamente “recibida”, Pablo VI sigue siendo el papa de un Evangelio dialogal, en la línea de los primeros concilios (siglos IV-VII) y del conciliarismo del XV, de manera que la misma razón se interpreta como diálogo, es decir, como forma de ser en comunión. Nadie, ni antes ni después, habló como él del diálogo como esencia de la vida humana y como centro de la Iglesia. Nunca se había escrito un documento como éste.
‒ Populorum Progressio (El progreso de los pueblos, 1967), desarrollo humano al servicio de la paz. A Juan XXIII le había interesado ante todo “la paz en la tierra” (Pacem in Terris, 1963). Pablo VI ha pensado más en claves de progreso, en un momento en que los antiguos pueblos coloniales (Tercer Mundo) estaban alcanzando su independencia, para entrar en el concierto de los países llamados libres. A su juicio, la solución de los problemas políticos y sociales implica un desarrollo armónico y solidario de los pueblos (más que de los estados), por encima de las oposiciones y riesgos del capitalismo y del comunismo. Todo parece indicar que tras cuarenta y cinco años de andadura conflictiva sus deseos no se han cumplido, pues el progreso de unos ha implicado el retroceso sangrante de otros (de la mayoría). Se equivocó en la forma de entender el progreso como liberador. Hoy pasados casi cincuenta años los sabemos muy bien, pero su intención era buena…
‒ Evangelii nuntiandi, El evangelio y la liberación (1975). Asumió el motivo de la Evangelización, pero de un modo serio (no como después han hecho otros papas, cerrando caminos). Su encíclica ha sido y sigue siendo el mejor testimonio de apertura de la Iglesia de Roma a las corrientes de la vida, de la justicia social, de la transformación de las estructuras de la Iglesia. Este Encíclica estuvo y sigue estando en la base de la nueva iglesia de América Latina y del mundo entero, en línea de libertad real, de encarnación, de comunión.
Un Papa de miedos, tres problemas...
Era el momento de la gran transformación, eran los años en que podía haberse puesto en marcha la nueva iglesia, con inmenso impulsos. Pero en un momento dado el Papa tuvo miedo, miedo de que la Iglesia se le fuera de la mano. Pensó, quizá, que los ángeles que el Juan XXIII y el Vaticano II habían soldado a los aires de la vida podían volverse demonios, y así tuvo tres gestos que han marcado la vida de la Iglesia hasta el día de hoy, de forma negativa. Éstos son sus tres gestos más significativos, en orden cronológico:
‒ Sacerdotalis Caelibatus (1967), cerrojazo al "avance" del clero. Había acabado hace dos años el Concilio, todos esperábamos que el Papa moviera ficha. Había empezado la inmensa lista de peticiones de abandono de los ministerios por el tema del celibato, miles y miles. Todos esperábamos, digo, que el Papa moviera ficha. Recuerdo que estaba en Roma, con la ingenuidad de una iglesia en marcha. Pero el Papa tuvo miedo, un miedo inmenso. Tenía el Concilio en sus manos, pero quiso que todo siguiera igual en el clero. Concedió dispensas y dispensas, pero quedó triste. No tuvo ánimos para abrir nuevos caminos, formas distintas de ministerios, sin suprimir del todo el celibato, pero trazando otras vías… El problema se enquistó, y aumento, y aumentó en los años posteriores… Fue una tristeza, de manera que lo que no hizo él se tendrá que hacer cincuenta años después, pero ya peor, a la defensiva.
‒ Humanae Vitae (De la vida humana, 1968), miedo al amor de la vida. Es una encíclica espléndida sobre el sentido y despliegue de la realidad humana, en el plano biológico, psicológico y espiritual. Pues bien, su influjo ha quedado determinado (¿dañado?) por un tema que en el conjunto de la encíclica parece secundario, pero que ha sido determinante hasta hoy (2013): La prohibición de los métodos artificiales para evitar el embarazo (anticonceptivos). Esa decisión la tomó el mismo papa, quizá por miedo, después que una parte considerable de los expertos se pronunciara en sentido contrario o pensara que era mejor dejar el tema abierto. A la vista de las consecuencias del tema (y viendo que una mayoría de católicos no cumple la norma papal), muchos opinan que el tema no estaba aún maduro para tomar una decisión distinta. Pero aquel gran Papa miedoso que fue Pablo VI pudo y debió haberla tomad. Seguimos sufriendo todavía las consecuencias de su decisión negativa. Una inmensa mayoría de la iglesia se ha desenganchado en este campo de la doctrina del Papa.
‒ Inter Insigniores (Prohibición de la ordenación ministerial de las mujeres, 1976). Era el momento adecuado. Así lo confiesa el mismo texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un texto preparado por el mismo Papa, el 15 de octubre de 1976, fiesta de Santa Teresa de Jesús..., una mujer “ordenada”. Era el momento, y lo confiesa el mismo texto, citando las palabras de Juan XXIII (Pacem in terris, 1963), cuando dice que las mujeres entran y deben entrar en la vida pública (en especial entre los cristianos). Todos esperábamos un paso en adelante. Pero Pablo VI tuvo otra vez miedo, cerró las puertas… y así dejó el tema empantanado y envenenado hasta el día de hoy. Entonces lo podía haber hecho, haber abierto una puerta, haber trazado un camino. Muchos pensamos que quiso hacerlo, pero tuvo miedo. Vino por aquellos días K. Rahner a Salamanca y nos contó la verdad del tema. Fue una pena que Pablo VI no hubiera sido Juan XXIII.
Conclusión
Entre los grandes valores y los miedos de Pablo VI (celibato, mujeres, anticonceptivos…) han terminado casi dominando los miedos, en temas que siguen pendientes. A pesar de ello fue un inmenso Papa, que había tomado y guiado el Concilio por los cuernos. Me daba pena cuando le vi de cerca y le guiñé con el ojo izquierdo. Ahora me siento contento por él.
No me hace falta que la hagan santo, pero el hecho de que esté Juan XXIII (con galones propios) y Juan Pablo II (uno delante de él, otro detrás)… y que a él le hayan echado de la fila (¡con el pobre Juan Pablo I!) me da una rabia inmensa. Es un agravio comparativo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario