viernes, 18 de abril de 2014

Poder del ídolo-dinero y Dios en la cruz: 
la novedad de la Alegría del Evangelio (Parte IV)


Jung Mo Sung


En el artículo anterior, al hablar del capitalcentrismo, presenté la tesis del Papa Francisco de que debemos reestablecer la primacía del ser humano frente al ídolo-dinero. Cuando denominamos algo como ídolo, estamos diciendo que el que es tratado como absoluto y sagrado, por lo tanto divino, –aunque no se use lenguaje explícitamente religioso en el sentido tradicional– no lo es. Pero, para las personas que creen en el carácter sagrado de ese "ser” (que puede ser algo concreto, una idea o un sistema con sus mecanismos invisibles afectando la vida de todos), ¡lo es! Como dijo Marx, en su juventud,"todos los dioses son verdaderos para quien cree en ellos”.

Esto significa que consideramos a nuestro(s) Dios(es) como verdadero(s), y los de otros como falso(s) o como ídolo(s); así como los otros consideran a su Dios el verdadero, y el nuestro falso. El conocimiento de la variedad de las religiones y pluralidad de dioses (o, si prefieren, de imágenes de dioses) en el mundo de hoy creó una situación en la que no se puede simplemente afirmar que el mío es el único verdadero y utilizar mi/nuestra visión de Dios para descalificar la de otros. Así también, no se puede decir que todos los dioses son verdaderos para todos. Al final, hay de hecho, imágenes de Dios que son contradictorias o conflictivas (por ejemplo, un Dios que bendice la "guerra santa” es diferente de un Dios que abomina todas las guerras).

Además, encontramos imágenes contradictorias sobre Dios dentro de una misma religión. Tomemos, por ejemplo, al cristianismo. La Inquisición persiguió a muchos cristianos en nombre de Jesucristo; así como dictaduras militares de América Latina usaron el nombre del Dios cristiano o de Jesucristo para justificar sus guerras sucias y torturas. Probablemente muchos de los que actuaron en pro de la dictadura mataron y torturaran creyendo que estaban sirviendo a su Dios. Cuando alguien mata en nombre de Dios, asesina con devoción y sentimiento de misión, sin problemas de conciencia. Fue enfrentando esta situación en El Salvador que Don Romero usó el concepto de idolatría para comprender el "mal sin límite” de la guerra sucia en contra del pueblo.

Vimos en el segundo artículo de esta serie que el mundo moderno creó una nueva idea de religión que fue separada de la esfera secular o pública y la redujo al mundo privado y a la preocupación por la salvación eterna después de la muerte. Con esto, la religión tradicional dejó de ser el fundamento último del orden social y el proveedor del valor absoluto para la vida en sociedad. En el capitalismo, estas funciones fueron asumidas por el propio capitalismo e hizo del poder del dinero el valor y criterio absoluto. Por eso, el Papa habla de la idolatría del dinero y de la sacralización del mercado en detrimento del ser humano.

Quien cree en y se siente fascinado por el "poder del dinero” no tiene dudas de que realmente no hay "salvación”, vida en plenitud, fuera de ese poder. Así, ese "poder del dinero” se vuelve objeto de deseo infinito y, al mismo tiempo, sacramento del infinito en el interior de la vida cotidiana. Es por esto que los multimillonarios no se satisfacen con pocos millones de dólares y buscan cada vez más. Y los no ricos que también fueron seducidos por el "poder del dinero”, por el espíritu del capital, admiran, con envida, a esos bendecidos y desean subir "en la vida” para quedar más cerca de esa fuente de poder y fascinación.

Para recuperar la primacía del ser humano sobre el Dios-dinero es necesario primero desenmascarar a ese dios y demostrar que no pasa de ser un ídolo. Pero para eso, es preciso romper con la imagen tradicional de Dios asociado al poder. Si Dios es presentado arriba de todo como "todopoderoso”, las personas buscarán la manifestación de ese Dios donde existe el poder que fascina. Y no hay en nuestro mundo un poder tan fascinante como el poder del dinero. Y si el poder del dinero es manifestación de la bendición o presencia divina, los victoriosos detentores de esa riqueza son justos y bendecidos por Dios (o por las leyes del mercado sacralizado).

Esa tentación de asociar Dios con poder y riqueza no es exclusiva del capitalismo. Las magníficas catedrales y ricas en oro y/o otros materiales caros son también una expresión de ello.

El evangelio anuncia a un Dios completamente distinto de esa lógica, un Dios-Amor que no pide sacrificio y tiene compasión por los pobres y víctimas de las opresiones. Y la expresión máxima de esa fe que sobrepasa el "sentido común religioso” es la fe de que Dios estaba en la cruz con y en Jesús, que el justo fue brutalmente condenado.

Solamente un Dios así puede ayudarnos a reestablecer la primacía del ser humano concreto –corpóreo, de relaciones sociales y con la naturaleza– sobre el ídolo-dinero. (Continuará)


(Autor de "Sujeto y sociedades complejas: para repensar horizontes utópicos”, Ed. Voces. Twitter: @jungmosung)

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