La fiesta de una Iglesia simple,
no una exaltación del papado
En las sobrias palabras de Francisco la clave de lectura para comprender la canonización de sus dos predecesores
ANDREA TORNIELLI
«Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia». Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa solemne de canonización de los dos nuevos santos.
Los que esperaban la exaltación del papel histórico que tuvieron los predecesores de Francisco elevados al honor de los altares quedarán desilusionados. Francisco otorgó el testimonio, por lo tanto las razones de la doble santificación, a lo esencial de la vida cristiana de dos testimonios que «No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la “parresia” del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia».
La bondad de Dios, la misericordia, el perdón, la cercanía. Esta es la enseñanza que Francisco recordó de sus predecesores. Y es la imagen de una Iglesia alejada años luz de los proyectos de hegemonía cultural, de las estrategias de ocupación de espacios, de la reafirmación identitaria, de visiones mitificadoras de los Papas que detienen guerras o que derriban muros, de las nostalgias cada vez más autoreferenciales de los que han ejnaulado la fe en esquemas puntillosos tipo “law & order”.
Es la imagen de una comunidad en la que «se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad». Tiende a esto y esto querría mostrar el Papa “del fin del mundo”, incluso como una mirada y una perspectiva sobre los próximos Sínodos dedicados a la familia. «Que ambos –concluyó Francisco en su homilía– nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama».
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