jueves, 24 de abril de 2014


Martín Gelabert Ballester, OP  



Benedicto XVI dispensó de los plazos necesarios para iniciar la causa de canonización de su predecesor. Francisco ha dispensado del milagro necesario para la canonización de Juan XXIII. Que Francisco asuma la herencia de su antecesor es lógico y normal. Lo significativo es lo que él añade por su cuenta: la canonización de Juan Pablo II no va a ser en solitario, sino en compañía de Juan XXIII. Se trata de dos figuras importantes en la reciente historia de la Iglesia. Una historia que no puede leerse desde un solo punto de vista. La vida de la Iglesia es poliédrica. El error de herejes y fundamentalistas es quedarse con uno solo de los aspectos de asuntos que son complejos y que hay que asumir con sus tensiones y matices.

Por ejemplo: cuando se insiste solo en la humanidad de Jesucristo se comete una herejía; pero igual de grave es la herejía que insiste solo en su divinidad. La verdad está en la conjunción copulativa que une al hombre y a Dios: Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Dígase lo mismo de la Iglesia: es una comunión que no es uniformidad. Por eso hay diferencias dentro de la Iglesia, distintos modos de vivir la santidad, distintos caminos, distintas insistencias. El error no está en que yo prefiera, por mi talante, uno de esos caminos o insistencias; el error está en descalificar las insistencias o talantes que no me gustan.

Juan XXIII y Juan Pablo II vivieron en tiempos distintos y, sin duda, tenían distintas preocupaciones pastorales. Ambos merecen ser recordados con agradecimiento. En la plaza de San Pedro, cuando fue elegido Juan XXIII, algunos romanos comentaron: Il nouvo Papa sarà quel che sarà, ma la faccia de buono ce l’ha (el nuevo Papa será lo que sea, pero nadie puede negar que tiene un rostro que transpira bondad). Y así fue conocido y es recordado Juan XXIII: como el Papa bueno, cercano a la gente. Pero sobre todo, la gran obra de Juan XXIII fue el Concilio ecuménico Vaticano II. Un Concilio necesario en la Iglesia. Si no hubiera sucedido, hoy estaríamos peor. La dinámica que este Concilio desencadenó no tiene marcha atrás.

En su largo pontificado, Juan Pablo II buscó dar una nueva vitalidad evangelizadora a la Iglesia. Recuerdo algunos aspectos de su magisterio, que no han sido tan destacados como otros y que, sin embargo, tienen una gran importancia: su preocupación social, sus reflexiones antropológicas sobre el varón y la mujer, su preocupación por el diálogo entre fe y cultura y, finalmente, el progreso decisivo que con su magisterio se dio a la valoración cristiana de las religiones no cristianas, contribuyendo así de forma directa a la paz y la convivencia entre culturas y naciones.

En plan de buen humor y de broma he oído que, entre los que el domingo estarán en Roma, unos irán a la canonización de Juan XXIII y otros a la de Juan Pablo II. Me parece sano que cada uno tenga el santo de su devoción. Lo que no sería sano es pretender que mi santo es más santo porque el otro lo es menos.

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