Súplica,
realidad, vigilancia
Domingo 1º de
Adviento. Ciclo B
José Luis Sicre
¿Cuatro semanas para
prepararnos a recordar el nacimiento de Jesús? No. El Adviento es más que eso.
No se trata de recordar románticamente un hecho pasado, se trata de comprender
a fondo lo ocurrido y prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor.
Suplica
(Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7)
La primera lectura nos
sitúa siglos antes de la venida de Jesús. El pueblo de Israel se ve como un
trapo sucio, como árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería
muy distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a
los banqueros, al FMI y a la Sra. Merkel, piensa que todo se debe a que Dios le
oculta su rostro por culpa de sus pecados, porque nadie invoca su nombre ni se
aferra a Él. Lo lógico sería que el pueblo prometiese cambiar de conducta,
interesarse por Dios. Sin embargo, en vez de prometer un cambio le pide a Dios
que sea él quien cambie: que recuerde que es nuestro Padre (la idea aparece al
comienzo y al final de la lectura), que vuelva, rasgue el cielo y baje. ¿Cómo
responderá Dios a esta petición?
Tú, Señor,
eres nuestro padre, tu nombre de siempre es Nuestro redentor. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces
nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de
tu heredad. iOjalá
rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se
derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por el que espera en e1. Sales al encuentro del que practica la justicia y
se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado;
todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el
viento. Nadie invocaba tu
nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos
entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.
Realidad
(1 Corintios 1,3-9)
La respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el pueblo en la lectura
de Isaías, aunque de modo distinto. Dios Padre no rasga el cielo, no sale a
nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y mediante él nos ha
enriquecido en todo y nos llama a participar en la vida de su Hijo. Por
consiguiente, añade Pablo, “No carecéis de ningún don”. En una época de crisis,
en la que tanta gente se lamenta, a veces con razón, de las muchas cosas de que
carece, estas palabras pueden resultar casi hirientes: “No carecéis de ningún
don”. Buen momento el Adviento para pensar en qué cosas valoramos: si las
materiales, que a menudo faltan, o las que proporciona Jesús: la certeza de que
Dios es fiel, está de nuestra parte y nos mantendrá firmes hasta el encuentro
final con Él.
Hermanos: La gracia y la Paz de parte de Dios,
nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de
gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber;
porque en vosotros se ha probado, el testimonio de Cristo. De hecho, no
carecéis de ningún don, vosotros
que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El os
mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de que acusaros en el día
de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os
llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y
él es fiel!
Vigilancia
(Marcos 13, 33-37)
No deja de ser irónico que precisamente el evangelio no hable de Dios Padre
ni de Jesús. Se centra por completo en nosotros, en la actitud que debemos
tener: “vigilad”, “velad”, “velad”. Tres veces la misma orden en pocas líneas.
Porque el Adviento no es sólo recordar la venida del Señor, es también
prepararse para el encuentro final con Él.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando
es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio
a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el
dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al
amanecer; no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a
todos: !Velad!"
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