jueves, 27 de noviembre de 2014

                   ¿Dónde está tu enfoque?
Ariel Álvarez Valdés

A principios de 1665, Isaac Newton, entonces de veintitrés años y estudiante de la Universidad de Cambridge en Inglaterra, estaba a punto de presentar su examen final para graduarse en matemáticas, cuando brotó casi de repente la peste en Londres.

Llegado el verano, Cambridge tuvo que cerrar, y sus estudiantes se dispersaron en todas direcciones, para ponerse a salvo. Para ellos, nada podía haber sido peor. Se vieron obligados a vivir en pueblos alejados y experimentaron intensos temores y aislamiento mientras la peste se extendía en la isla británica.


La mayoría de los estudiantes se sometió al pánico, por los muertos ocasionados por esa plaga. Durante su huida muchos no llevaron consigo la enfermedad, pero si un gran temor que los inmovilizó en todas sus actividades.

Sin embargo, Newton tenía otros planes esos meses. Para él, ese tiempo de temor general representó algo totalmente distinto. Al regresar a casa de su madre, cargó consigo numerosos libros de matemáticas, y procedió a estudiarlos en detalle. Todos los días llegaban noticias de gente muriendo por la enfermedad, pero la mente de Newton estaba puesta en los problemas matemáticos que tenía.

Una mañana cuando el cielo se había despejado, salió a pasear, involucrado en sus pensamientos. Se sentó bajo un árbol de manzanas, y de repente una cayó sobre él. Aun con el dolor por el golpe, surgió una pregunta en su mente: “¿Qué mantenía el árbol, sus ramas, sus hojas y el fruto que cayó, en una sola órbita terrestre?” Esa pregunta fue el principio de todo.

Después de 20 meses las autoridades lograron controlar la peste, y todo volvió a la normalidad. Pero Isaac Newton, al regresar a la universidad, presentó un examen distinto al que tenía preparado antes de su receso obligatorio. Y delante de todos sus profesores formuló la ley de la gravedad.

Newton no permitió que la pandemia que azotaba a su país tomara presos sus pensamientos, sino que se enfocó en sus problemas matemáticos y dejó todo mal pensamiento atrás. No sabía si la peste desaparecería o no. Pero aún así logró mantenerse constante en un enfoque, aun durante la adversidad y aislamiento forzoso; a pesar de estar en un ambiente que invitaba más a los trabajos de campo que a las matemáticas. Mantenerse en sus proyectos, en sus ideales, hizo que se convierta en el hombre más grande de su tiempo y sus descubrimientos aun hoy en día son irrefutables. 

Mucha gente, en vez de concentrarse en qué puede hacer por los demás, por su familia, por su país, se mantiene enfocada en los problemas que les rodea. Mantenerse concentrado en la fe de que se puede hacer lo que se busca, ayuda a formar el carácter, entrenar la mente, compensar las debilidades, minimizar los pensamientos de temor, y hacer que el músculo cerebral trabaje mejor en búsqueda de soluciones.


Mantener el enfoque en algún buen propósito minimiza la posibilidad de caer en lo opuesto. Si el enfoque está en amar, minimiza la posibilidad de odiar. Si está en perdonar, aleja el odio. Si está en mantener la unión del matrimonio o los amigos, desarrolla el buen trato mutuo. Si en mantener la salud, aumenta la determinación de cuidar el cuerpo. Meditar constantemente en un propósito positivo siempre logra alejar los pensamientos negativos.

¿Dónde está tu enfoque?



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