SER PROFETAS HOY
Cuando
hablo con amigos y amigas la nota predominante es el desaliento. También hay
una indignación contenida. Ruido, demasiado ruido por todas partes, en los
medios de comunicación, en relaciones tantas veces superficiales, políticamente
correctas, en nuestros niños y jóvenes cada vez más mediatizados por las nuevas
tecnologías (también más adictos), en las tertulias de salsa rosa en dónde parece
tener más razón quien más grita, o en debates acalorados de política que
cuentan con contertulios que se
atropellan verbalmente, que dan muestra de escasa capacidad de escucha,
y en no pocas ocasiones con mal gusto y poca educación.
Nunca
tuvimos tantas posibilidades de comunicación. Sin embargo parecemos
desamparados, desconectados de nuestra esencia humana, de nuestro interior. Eso
da qué pensar. A mí legítimamente me preocupa.
Todo
profeta, antes de hablar, buscaba el silencio, eso forma parte de la más
genuina tradición bíblica. Dios habla en el silencio.
Permitidme
una imagen poética: cada noche Él llena nuestros corazones de esperanza, pero
lo hace en silencio, y lo hace pronunciando nuestros nombres con una delicadeza
extrema. Estemos dormidos o despiertos, trabajando o en reposo Dios no deja de
pronunciarnos. Reivindico, pues, el
silencio, aunque sólo sea para que nos tranquilicemos. ¡Quién sabe, quizás
comencemos a oír esa vocecilla de nuestra conciencia que nos invita a pararnos,
a mirar, a contemplar!
Después
llegará un segundo momento, discernir, leer los signos de los lugares y de los
tiempos. No podemos ser ingenuos. Ya decía Antonio Machado que “antes de decir lo que se piensa hay que
pensar lo que se dice”.
¡Podemos
pensar en tantas cosas! Por ejemplo en la educación de nuestros hijos, en los
pros y las contras de las nuevas tecnologías, en las fronteras que nuestros
políticos intentan defender (Melilla). A propósito de esto último dice el poeta
granadino Luis García Montero: “La
sociedad que pierde su dignidad humana en una frontera acaba tratando a todos
los suyos como si fuesen extranjeros”.
También
podemos pensar en el silencioso genocidio del hambre, en el sucio negocio de la
guerra, en la enfermedad del ébola a la que ponemos nombre después de treinta y
ocho años porque ha llegado a nosotros y hemos tenido miedo al contagio.
Mientras los que morían eran negros nada o poco importaba, como nada o poco
importa el que un continente entero (África) siga sufriendo muerte por malaria.
Ya veis que son muchos los signos de los tiempos y de los lugares.
El
profeta discierne en silencio para llegar al tercer paso: decir en conciencia
la Palabra, no la que él crea, no la que más le convenga, sino la que Dios le
pide que diga. Eso implica ánimo, valentía, audacia. Eso implica aceptar que la
vida se te puede complicar, porque pones nombre a la realidad y denuncias las
injusticias y atropellos tanto en España, pero sobre todo fuera de ella.
No es de
extrañar que diga la Biblia que la suerte de los profetas es morir asesinados o
ser perseguidos, apedreados a las afueras de la ciudad. Ellos no se echaron
atrás. El mismo Jesucristo ya sabemos cómo acabó: crucificado brutalmente fuera
de la cuidad considerado como un criminal peligroso y blasfemo.
Me paro
aquí, sólo pretendo con estas líneas reflexionar en voz alta. Apelo a la
condición de profeta que llevo dentro por mi condición de bautizado, también a
la vuestra.
Para
vencer la tentación de la desesperanza que nos venden los mercaderes del
consumo necesitamos aunar nuestras esperanzas, todas, las de los hombres y
mujeres de buena voluntad y atrevernos a caminar juntos, a imaginar proyectos
nuevos, a soñar horizontes mejores para las generaciones venideras, aunque lo
que vivimos ahora parezca llevarnos la contraria.
Dejad que el silencio os habite y tal vez os
llevéis, nos llevemos, una grata sorpresa. Doy por finalizada mi reflexión
mientras oteo desde el peñón de Salobreña un horizonte descaradamente azul.
Fraternalmente
siempre, Paco Bautista.
Vélez
Benaudalla, 5 de noviembre de 2014.
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