jueves, 27 de noviembre de 2014

Escuela del servicio divino

José Alegre


Escribe santa Teresa, cuyo centenario celebramos este año:
Alma, buscarte has en Mi,
Y a Mi buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y mi morada,
Y así llamo en cualquier tiempo
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

El poeta Rilke escribe sus versos con un contenido semejante:

Qué vas a hacer Dios
cuando yo me muera?
Soy tu vestido y tu oficio
conmigo pierdes tu sentido,
después de mí no tienes casa.

Y dice la Sagrada Escritura: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo… (Jn 6,51)
Y también san Pablo: No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20)

Textos muy diversos que nos ponen de relieve con claridad meridiana lo que esencialmente es el Cristianismo: es Cristo, es el Hombre. Es el Dios que ha buscado al hombre, y que lo sigue buscando. El hombre está constituido para vivir una amistad profunda, entrañable con su Creador. El misterio de la persona humana tiene una relación profunda con su Creador, porque éste lo ha creado como una manifestación de su amor, y lo llama a la vez a incorporarse a este misterio de amor divino. A diferencia de otras religiones que plantean la religión como una búsqueda de Dios. Nosotros buscamos a Dios porque ya lo hemos encontrado. O mejor: porque Él se ha dejado encontrar por el hombre. Por ello canta el salmista con admiración:
Señor Dios nuestro, qué glorioso es tu nombre en toda la tierra!
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él
Apenas inferior a un dios lo hiciste
Todo lo pusiste bajo sus pies…
(Sal 8)
El salmista lanza un grito de admiración contemplando el hombre, la grandeza y la dignidad del hombre, de la humanidad. Pero su admiración está abierta a un horizonte más amplio que la mera vida del hombre: detrás de la grandeza y dignidad humanas contempla y canta la grandeza de Dios. Un Dios que todo lo ha depositado en las manos del hombre.
Pero los hombres tenemos la memoria frágil, y el ritmo de la vida nos impide admirar. Tenéis un ejemplo muy expresivo en la actividad humana: va el hombre de excursión a espacios de gran belleza y se pasa el tiempo haciendo sin parar fotografías, quiere recoger en su máquina, o en su móvil tanta belleza, cuando esa belleza está creada para contemplarla y gozarla en el corazón, y hacer posible que la persona se dilate en la contemplación directa de tanta belleza.


Pero lo más grave es cuando proyectamos esta actividad sobre nuestras relaciones humanas. Entonces las personas son “objetos” que solo consideramos para nuestro provecho, y olvidamos que Dios se acuerda del hombre, que todo lo ha puesto bajo sus pies. No a unos pocos y privilegiados hombres de este mundo, sino a todo hombre que viene a este mundo, y que necesita mirar a los demás como sugiere el salmista “poco menos que un dios”. Pero cuando los hombres nos consideramos “poco menos que un dios” no podemos llegar a mirar al Dios glorioso en toda la tierra, más que cuando estos pequeños dioses que somos los hombres, dialogamos, nos comprendemos en nuestra grandeza y en nuestra debilidad, y buscamos la verdad de la comunión en el amor.

Necesitamos, verdaderamente una “escuela del servicio divino”, una escuela de humanidad que nos forme y nos ayude a reconocer el perfil humano de nuestro Dios, y nos oriente a plantear y vivir unas verdaderas relaciones humanas. Esta escuela no puede ser para el hombre de hoy algo pesado, ya que en el fondo es ayudar al hombre a ser lo que en lo más profundo de su ser está llamado a ser. Una ayuda para que el hombre sea hombre, la persona sea persona, de acuerdo a su dignidad. Esta no es una tarea fácil hoy día, pues en la “escuela” es otro el ritmo de la vida, otras son las materias para aprender, no es fácil encontrar maestros preparados para esta enseñanza…
Pero hay en el fondo de cada persona una capacidad dormida; la persona humana nunca llega a perder del todo el perfil de la infancia… Y tiene sueños, deseos, de que alguien le despierte esa interioridad dormida. ¿Quién no recuerda días felices de aquellos tiempos en que avanzamos en la socialización de nuestra existencia? , amistades, sueños, los primeros dibujos…

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