jueves, 7 de noviembre de 2013

Teología hecha por mujeres 

a partir de la feminidad

Leonardo Boff 

            El Papa Francisco ha dicho que necesitamos una teología más profunda sobre la mujer y su misión en el mundo y en la Iglesia. Es cierto, pero él no puede desconocer que hoy existe amplia literatura teológica de la mejor calidad, hecha por mujeres en la perspectiva de las mujeres, lo que ha enriquecido enormemente nuestra experiencia de Dios. Yo mismo me he dedicado intensamente al tema, y terminé escribiendo dos libros, El rostro materno de Dios (1989) y Femenino-Masculino (2010), este último en colaboración con la feminista Rosemarie Muraro. Entre tantas de la actualidad, he decidido traer al presente a dos grandes teólogas del pasado verdaderamente innovadoras: Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) y Santa Juliana de Norwich (1342-1416).
            Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), considerada quizás la primera feminista dentro de la Iglesia, fue una mujer genial y extraordinaria no sólo para su tiempo, sino para todos los tiempos. Fue monja benedictina y maestra (abadesa) de su convento Rupertsberg de Bingen en el Rhin, profetisa (profetessa germanica), mística, teóloga, predicadora ardiente, compositora, poeta, naturalista, médica informal, dramaturga y escritora alemana.
            Es un misterio para sus biógrafos y estudiosos cómo esta mujer pudo ser todo eso en el estrecho y machista mundo medieval. En todos los ámbitos en los que actuó reveló excelencia y enorme creatividad. Muchas son sus obras, místicas, poéticas, sobre ciencia natural y sobre música. La más importante y leída hasta hoy es Scivias Domini (Conoce los caminos del Señor).
            Hildegarda era sobre todo una mujer dotada de visiones divinas. En un relato autobiográfico, dice: “Cuando yo tenía cuarenta y dos años y siete meses, los cielos se abrieron y una luz cegadora de brillo excepcional fluyó hacia dentro de mi cerebro. Y luego quemó todo mi corazón y el pecho como una llama, no quemando, sino calentando... y súbitamente comprendí el significado de las exposiciones de los libros, es decir, de los Salmos, los Evangelios y los otros libros católicos del Antiguo y del Nuevo Testamento” (véase el texto en Wikipedia, Hildegarda de Bingen, con excelente texto y bibliografía).
            Es sorprendente cómo tenía conocimientos de cosmología, de plantas medicinales, de la física de los cuerpos y de la historia de la humanidad. La teología habla de la «ciencia infusa» como un don del Espíritu Santo. Hildegarda fue distinguida con ese don.
            Desarrolló una visión curiosamente holística, enlazando siempre al ser humano con la naturaleza y el cosmos. En este contexto habla del Espíritu Santo como la energía que da viriditas a todas las cosas. Viriditas viene de verde, significa el verdor y la frescura que caracteriza a todas las cosas penetradas por el Espíritu Santo. A veces habla de la «dulzura inconmensurable del Espíritu Santo que con su gracia envuelve a todas las criaturas» (Flanagan, Hildegard of Bingen, 1998, 53). Desarrolló una imagen humanizadora de Dios pues Él rige el universo «con poder y suavidad» (mit Macht und Milde) acompañando a todos los seres con su mano cuidadosa y su mirada amorosa (cf. Fierro, N., Hildegarda of Bingen and her vision of the Feminine, 1994, 187).
            Fue especialmente conocida por los métodos medicinales que desarrolló, seguidos en Austria y Alemania por algunos médicos hasta el día de hoy. Revela un conocimiento sorprendente del cuerpo humano y de qué principios activos de las hierbas medicinales son apropiados para las distintas enfermedades. Su canonización fue ratificada por Benedicto XVI en 2012.
            Otra mujer notable fue Juliana de Norwich, en Inglaterra (1342-1416). Poco se sabe de su vida, si era una religiosa o una viuda laica. Lo cierto es que vivía recluida en un recinto amurallado de la iglesia de san Julián. Al cumplir 30 años tuvo una grave enfermedad que la llevó casi a la muerte. En un momento dado, tuvo durante cinco horas visiones de Jesucristo. Escribió inmediatamente un resumen de sus visiones. Y veinte años más tarde, después de haber pensado mucho sobre el significado de esas visiones, escribió una versión larga y definitiva Revelations of Divine Love (Revelaciones del Amor Divino, Londres 1952). Es el primer texto escrito por una mujer en inglés.
            Sus revelaciones son sorprendentes porque están llenas de un inquebrantable optimismo, que nace del amor de Dios. Habla del amor como alegría y compasión. No entiende, como era creencia popular en la época y aún hoy en algunos grupos, las enfermedades como castigo de Dios. Para ella, las enfermedades y las pestes son oportunidades para conocer a Dios.
            Ve el pecado como una especie de pedagogía mediante la cual Dios nos exige conocernos a nosotros mismos y buscar su misericordia. Dice más: detrás de lo que llamamos infierno hay una realidad más grande, siempre victoriosa, que es el amor de Dios.
            Porque Jesús es misericordioso y compasivo es nuestra querida madre. Dios mismo es Padre misericordioso y Madre de infinita bondad (Revelaciones, 119).
            Sólo una mujer puede usar este lenguaje de amorosidad y compasión y llamar a Dios Madre de infinita bondad. Así vemos una vez más como la voz femenina es importante para tener una concepción no patriarcal y por eso más completa de Dios y del Espíritu que recorre toda la vida y el universo.
            Muchas otras mujeres podrían mencionarse aquí, como Santa Teresa de Ávila (1515-1582), Simone Weil (1909-1943), Madeleine Delbrêl (1904-1964), la Madre Teresa, y entre nosotros, Ivone Gebara y Maria Clara Bingemer, que pensaron y piensan la fe a partir de su ser femenino. Y siguen enriqueciéndonos.           


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