Teología hecha por mujeres
a partir de la feminidad
Leonardo Boff
El Papa Francisco ha dicho
que necesitamos una teología más profunda sobre la mujer y su misión en el
mundo y en la Iglesia. Es cierto, pero él no puede desconocer que hoy existe
amplia literatura teológica de la mejor calidad, hecha por mujeres en la
perspectiva de las mujeres, lo que ha enriquecido enormemente nuestra
experiencia de Dios. Yo mismo me he dedicado intensamente al tema, y terminé
escribiendo dos libros, El rostro materno de Dios (1989) y Femenino-Masculino
(2010), este último en colaboración con la feminista Rosemarie Muraro. Entre
tantas de la actualidad, he decidido traer al presente a dos grandes teólogas
del pasado verdaderamente innovadoras: Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) y
Santa Juliana de Norwich (1342-1416).
Santa
Hildegarda de Bingen (1098-1179), considerada quizás la primera feminista dentro
de la Iglesia, fue una mujer genial y extraordinaria no sólo para su tiempo,
sino para todos los tiempos. Fue monja benedictina y maestra (abadesa) de su
convento Rupertsberg de Bingen en el Rhin, profetisa (profetessa germanica),
mística, teóloga, predicadora ardiente, compositora, poeta, naturalista, médica
informal, dramaturga y escritora alemana.
Es
un misterio para sus biógrafos y estudiosos cómo esta mujer pudo ser todo eso
en el estrecho y machista mundo medieval. En todos los ámbitos en los que actuó
reveló excelencia y enorme creatividad. Muchas son sus obras, místicas,
poéticas, sobre ciencia natural y sobre música. La más importante y leída hasta
hoy es Scivias Domini (Conoce los caminos del Señor).
Hildegarda
era sobre todo una mujer dotada de visiones divinas. En un relato
autobiográfico, dice: “Cuando yo tenía cuarenta y dos años y siete meses, los
cielos se abrieron y una luz cegadora de brillo excepcional fluyó hacia dentro
de mi cerebro. Y luego quemó todo mi corazón y el pecho como una llama, no
quemando, sino calentando... y súbitamente comprendí el significado de las
exposiciones de los libros, es decir, de los Salmos, los Evangelios y los otros
libros católicos del Antiguo y del Nuevo Testamento” (véase el texto en Wikipedia,
Hildegarda de Bingen, con excelente texto y bibliografía).
Es
sorprendente cómo tenía conocimientos de cosmología, de plantas medicinales, de
la física de los cuerpos y de la historia de la humanidad. La teología habla de
la «ciencia infusa» como un don del Espíritu Santo. Hildegarda fue distinguida
con ese don.
Desarrolló
una visión curiosamente holística, enlazando siempre al ser humano con la
naturaleza y el cosmos. En este contexto habla del Espíritu Santo como la
energía que da viriditas a todas las cosas. Viriditas viene de verde, significa
el verdor y la frescura que caracteriza a todas las cosas penetradas por el
Espíritu Santo. A veces habla de la «dulzura inconmensurable del Espíritu Santo
que con su gracia envuelve a todas las criaturas» (Flanagan, Hildegard of
Bingen, 1998, 53). Desarrolló una imagen humanizadora de Dios pues Él rige
el universo «con poder y suavidad» (mit Macht und Milde) acompañando a
todos los seres con su mano cuidadosa y su mirada amorosa (cf. Fierro, N., Hildegarda
of Bingen and her vision of the Feminine, 1994, 187).
Fue
especialmente conocida por los métodos medicinales que desarrolló, seguidos en
Austria y Alemania por algunos médicos hasta el día de hoy. Revela un
conocimiento sorprendente del cuerpo humano y de qué principios activos de las
hierbas medicinales son apropiados para las distintas enfermedades. Su
canonización fue ratificada por Benedicto XVI en 2012.
Otra
mujer notable fue Juliana de Norwich, en Inglaterra (1342-1416). Poco se sabe
de su vida, si era una religiosa o una viuda laica. Lo cierto es que vivía
recluida en un recinto amurallado de la iglesia de san Julián. Al cumplir 30
años tuvo una grave enfermedad que la llevó casi a la muerte. En un momento
dado, tuvo durante cinco horas visiones de Jesucristo. Escribió inmediatamente
un resumen de sus visiones. Y veinte años más tarde, después de haber pensado
mucho sobre el significado de esas visiones, escribió una versión larga y
definitiva Revelations of Divine Love (Revelaciones del Amor Divino,
Londres 1952). Es el primer texto escrito por una mujer en inglés.
Sus
revelaciones son sorprendentes porque están llenas de un inquebrantable
optimismo, que nace del amor de Dios. Habla del amor como alegría y compasión.
No entiende, como era creencia popular en la época y aún hoy en algunos grupos,
las enfermedades como castigo de Dios. Para ella, las enfermedades y las pestes
son oportunidades para conocer a Dios.
Ve
el pecado como una especie de pedagogía mediante la cual Dios nos exige
conocernos a nosotros mismos y buscar su misericordia. Dice más: detrás de lo
que llamamos infierno hay una realidad más grande, siempre victoriosa, que es
el amor de Dios.
Porque
Jesús es misericordioso y compasivo es nuestra querida madre. Dios mismo es
Padre misericordioso y Madre de infinita bondad (Revelaciones, 119).
Sólo
una mujer puede usar este lenguaje de amorosidad y compasión y llamar a Dios
Madre de infinita bondad. Así vemos una vez más como la voz femenina es
importante para tener una concepción no patriarcal y por eso más completa de
Dios y del Espíritu que recorre toda la vida y el universo.
Muchas
otras mujeres podrían mencionarse aquí, como Santa Teresa de Ávila (1515-1582),
Simone Weil (1909-1943), Madeleine Delbrêl (1904-1964), la Madre Teresa, y
entre nosotros, Ivone Gebara y Maria Clara Bingemer, que pensaron y piensan la
fe a partir de su ser femenino. Y siguen enriqueciéndonos.
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