lunes, 25 de noviembre de 2013

  Martín Gelabert Ballester, OP 
La hembra abrazará al varón 



“El Señor crea algo nuevo en la tierra: la hembra abrazará al varón”. Así se expresa el profeta Isaías (31,22). El texto se refiere a la reanudación de las relaciones de amor entre Israel y su esposo Yahvé. Sin embargo, leído más allá de su contexto, el texto suena un poco extraño y hace pensar: ¿representa alguna novedad que la mujer abrace al varón? En cierto modo sí. Para empezar, los abrazos solo se dan entre los seres humanos. El abrazo es una novedad en el mundo de los animales superiores. Es un signo de hominización, o sea, de un determinado grado de evolución anatómico morfológica. En el coito de los simios, la hembra solo ofrece la espalda al macho, no puede abrazarle ni ver su rostro. No es posible la intersubjetividad del amor. El abrazo recíproco y los rostros unidos es, al menos, signo de hominización. Y probablemente de humanización. Entre la sexualidad animal y la humana hay una diferencia cualitativa, porque la sexualidad humana desborda los límites de lo biológico para adentrarse en la riqueza de lo interpersonal.



Desde esta perspectiva, el texto de Isaías podría ir más allá de su sentido original y tener un alcance antropológico universal. La hominización es la base de la humanización. La base morfológica hace posible la aparición de seres humanos creados y estructurados para el encuentro amoroso. Pero no sólo el del macho con la hembra, sino el de todos los seres humanos entre sí. La bisexualidad es el prototipo biológico de una verdad de amplio alcance, pues como dice el Vaticano II “la sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas, ya que el humano es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”.



Que los seres humanos se abracen, o sea, vivan fraternalmente, resulta siempre una novedad. Porque lo cierto es que la historia de la humanidad es una historia de guerras, enemistades, desencuentros. La novedad que introduce la fe bíblica, sobre todo la neotestamentaria, es que la normalidad humana no está en el desencuentro, sino en la comunión. Y viviendo en comunión, los humanos se divinizan. Vuelvo a citar al Vaticano II: “El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad”.



Cuando la hembra abraza al varón (y por extensión: cuando los humanos se abrazan) ocurre algo nuevo, dice el profeta. Se abren perspectivas, dice el Vaticano II. La novedad y la perspectiva de lo divino

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