viernes, 29 de noviembre de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Adviento: 
memoria del futuro 



Comenzamos un nuevo año litúrgico, celebrando este artículo del Credo: el Señor “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. Lo digo todos los años y siempre hay quien se sorprende: la primera parte del adviento celebra la segunda venida del Señor, esa venida gloriosa, en la que pondrá cada cosa en su sitio. Ese es el sentido del “juicio”: cada persona ocupará el lugar justo que le corresponde. Como este lugar justo lo determina un Dios bueno y misericordioso, ese mismo Dios que por amar hasta más no poder quiso hacerse hombre, un Dios que comprende nuestras penas, pecados y miserias, es de esperar que a todos nos ponga en un buen lugar. La esperanza cristiana en el retorno glorioso del Señor no es un motivo de temor, sino de júbilo.



Los que ya han tenido ocasión de conocer la justicia del Señor glorioso se habrán enterado de algo que todavía está oscuro para muchos. Se habrán enterado de lo que vale y de lo que no vale. Vale el amor. Y lo que el amor conlleva: verdad, justicia, fidelidad, paz, reconciliación, perdón. Vale porque en estas actitudes se refleja una huella de Dios. Por tanto, todo lo que hagamos desde la perspectiva del amor, como tiene un valor divino y eterno, volveremos a encontrarlo, iluminado y transfigurado, limpio de toda mancha, en la tierra nueva que Dios prepara para los que ama.



Sin duda, sería más llamativo (alguno dirá: más necesario) que el adviento anunciara el final del paro, de la pobreza, de la crisis. Pero bien entendido, el anuncio del adviento debería despertar en los cristianos una serie de actitudes que indicen en la raíz de todos los problemas, ya que permiten ver a Cristo en cada persona y en cada acontecimiento, acelerando así la llegada del Reino, con efectos reales en el aquí y el ahora. La esperanza es incompatible con la pasividad. Si el hombre se cruza de brazos, Dios se echa a dormir. Para despertar a Dios tenemos que ponernos manos a la obra, a la obra del amor.



El adviento es una buena ocasión para hacer memoria del futuro. Del futuro que vendrá y del futuro que podemos anticipar. Porque el futuro no es lo que todavía no existe. Puede hacerse presente en forma de proyecto. Lo anticipamos cuando vivimos fraternalmente, cuando luchamos en pro de la paz, la justicia y la solidaridad. Al anticiparlo, el Señor que un día vendrá glorioso, se hace humilde y calladamente presente. Porque se hace presente, podemos esperarle. Si no lo hacemos presente, la esperanza se convierte en una ilusión sin futuro.

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