¿Seremos una célula cancerígena
a ser extirpada?
Leonardo Boff
Hay
negacionistas de la Shoah (eliminación de millones de judíos en los
campos nazis de exterminio) y hay negacionistas de los cambios climáticos de la
Tierra. Los primeros reciben el desprecio de toda la humanidad; los segundos,
que hasta hace poco sonreían cínicamente, ahora ven día a día que sus
convicciones están siendo refutadas por hechos innegables. Sólo se mantienen
coaccionando a algunos científicos para que no digan todo lo que saben, como ha
sido denunciado por diferentes y serios medios alternativos de comunicación. Es
la razón enloquecida que busca la acumulación de riqueza sin ninguna otra
consideración.
En
tiempos recientes hemos conocido eventos extremos de la mayor gravedad: los
huracanes Katrina y Sandy en Estados Unidos, tifones terribles en Paquistán y
Bangladesh, el tsunami del Sudeste de Asia, el tifón de Japón que dañó
peligrosamente las centrales nucleares de Fukushima y hace pocos días el
avasallador tifón Haiyan en Filipinas que ha dejado miles de víctimas.
Hoy
se sabe que la temperatura del Pacífico tropical, de donde nacen los
principales tifones, estaba normalmente por debajo de los 19,2°C. Las aguas
marítimas se han ido calentando hasta el punto de quedar hacia el año 1976 en
25°C y a partir de 1997/1998 alcanzaron los 30°C. Tal hecho produce gran
evaporación de agua. Los eventos extremos ocurren a partir de los 26°C. Con el
calentamiento, los tifones aparecen con más frecuencia y con vientos de mayor
velocidad. En 1951 eran de 240 km/h; en 1960-1980 subieron a 275 km/h; en 2006
llegaron a 306 km/h y en 2013 a los terroríficos 380 km/h.
En
los últimos meses cuatro informes oficiales de organismos ligados a la ONU
lazaron una vehemente alerta sobre las graves consecuencias del creciente
calentamiento global. Está comprobado, con un 90% de seguridad, que es
provocado por la actividad irresponsable de los seres humanos y de los países
industrializados.
Lo
confirmó en septiembre el IPPC (Panel Intergubernamental para el Cambio
Climático) que articula a más de mil científicos; lo mismo ha hecho el Programa
del Medio Ambiente de la ONU (PNUMA); enseguida el Informe Internacional del
Estado de los Océanos denunció el aumento de la acidez, que por eso absorbe
menos C02; finalmente el 13 de noviembre en Ginebra la Organización
Meteorológica Mundial. Todos son unánimes en afirmar que no estamos yendo hacia
el calentamiento global, sino que estamos ya dentro de él. Si en los inicios de
la revolución industrial la concentración de CO2 era de 280 ppm (partes por
millón), en 1990 se elevó a 350 ppm y hoy ha llegado a 450 ppm. En este año se
ha dado la noticia de que en algunas partes del planeta ya se rompió la barrera
de los 2°C, lo que puede acarrear daños irreversibles para los demás seres
vivos.
Hace
pocas semanas, a la Secretaria Ejecutiva de la Convención de la ONU sobre el
Cambio Climático, Christiana Figueres, en plena entrevista colectiva se le
saltaron las lágrimas al denunciar que los países no hacen casi nada para la
adaptación y la mitigación del calentamiento global. Yeb Sano de Filipinas, en
la 19ª Cumbre del Clima de Varsovia realizada del 11 al 22 de noviembre, lloró
ante los representantes de 190 países contando el horror del tifón que había
devastado su país, alcanzando a su misma familia. La mayoría no pudo contener
las lágrimas. Pero para muchos eran lágrimas de cocodrilo. Los representantes
ya traen en su cartera las instrucciones preparadas previamente por sus
gobiernos, y los grandes dificultan de muchas maneras cualquier consenso. Allí
están también los dueños del poder en el mundo, dueños de las minas de carbón,
muchos accionistas de petroleras o de siderurgias movidas por carbón, de
industrias de montaje y otros. Todos quieren que las cosas sigan como están. Es
lo peor que nos puede pasar, porque entonces el camino hacia el abismo se
vuelve más directo y fatal. ¿Por qué esa irracional oposición?
Vayamos
directos a la cuestión central: este caos ecológico se lo debemos a nuestro
modo de producción que devasta la naturaleza y alimenta la cultura del
consumismo ilimitado. O cambiamos nuestro paradigma de relación con la Tierra y
con los bienes y servicios naturales o vamos irrefrenablemente al encuentro de
lo peor. El paradigma vigente se rige por esta lógica: ¿cuánto puedo ganar con
la menor inversión posible en el más corto lapso de tiempo con innovación
tecnológica y con mayor potencia competitiva? La producción está dirigida al
puro y simple consumo que genera acumulación, siendo esta el objetivo
principal. La devastación de la naturaleza y el empobrecimiento de los
ecosistemas ahí implicados son meras externalidades (no entran en la
contabilidad empresarial). Como la economía neoliberal se rige estrictamente
por la competición y no por la cooperación, se establece una guerra de
mercados, de todos contra todos. Quien paga la cuenta son los seres humanos
(injusticia social) y la naturaleza (injusticia ecológica).
Ocurre
que la Tierra no aguanta más este tipo de guerra total contra ella. Necesita un
año y medio para reponer lo que le arrancamos en un año. El calentamiento
global es la fiebre que denuncia que está enferma, gravemente enferma.
O
comenzamos a sentirnos parte de la naturaleza y entonces la respetamos como a
nosotros mismos, o pasamos del paradigma de la conquista y de la dominación al
del cuidado y de la convivencia y producimos respetando los ritmos naturales y
dentro de los límites de cada ecosistema, o si no preparémonos para las amargas
lecciones que la Madre Tierra nos dará. Y no se excluye la posibilidad de que
ella no nos acepte más y se libere de nosotros como nos liberamos de una célula
cancerígena. Ella puede continuar, cubierta de cadáveres, pero sin nosotros.
Que Dios no permita semejante trágico destino.
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