martes, 12 de noviembre de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
¿De qué modo Dios interviene en Filipinas? 



Me escribe un amigo y me propone provocativamente: “¿podrías detenerte una vez más explicando de qué manera Dios interviene en la historia? No me extrañaría nada que alguien haya hecho ya responsable a Dios de la tragedia de Filipinas”. Cada vez que ocurre una desgracia provocada por los elementos de la naturaleza surge, de una u otra forma, la pregunta por el papel de Dios en la catástrofe. No es tan frecuente que aparezcan preguntas similares cuando se trata de desgracias todavía mayores, aunque quizás menos llamativas, provocadas por la ambición de los seres humanos. Pienso por ejemplo en las víctimas que producen las guerras. Detrás de las guerras hay grandes intereses económicos: si con el dinero destinado a fabricar armas se produjeran alimentos se acabaría el problema del hambre en el mundo.



Pero no quiero desviarme de la pregunta sobre el modo cómo interviene Dios en la historia. Dios siempre interviene a través de los seres humanos. ¿Cómo se hace presente en Filipinas? Por medio de la solidaridad de tantas personas que entregan su saber, su tiempo, su esfuerzo y su dinero para paliar los efectos inevitables de la catástrofe. No está de más recordar que en esta tarea paliativa las instituciones y personas cristianas ocupan un puesto de preferencia. Cierto: si hay que intervenir es porque antes ha habido una catástrofe. ¿Y cómo es que Dios no la evita, siendo el poderoso dueño del universo? Porque no puede evitarla. Porque este mundo es finito, imperfecto, frágil.



Todas las preguntas son válidas, también la de por qué Dios no evita los tifones. Pero aunque de entrada no caigamos en la cuenta, es similar a la pregunta de por qué nos morimos. Se pueden dar explicaciones de tipo científico (el movimiento de las placas tectónicas juega un papel esencial para regular la temperatura y reciclar el carbono; dicho de otra manera: todo está relacionado y todo contribuye a que la vida pueda continuar). Se pueden hacer consideraciones morales o teológicas. Pero esto no consuela a los que sufren. Ni están en condiciones de escucharlo. Son explicaciones que buscamos precisamente los que no estamos afectados por la desgracia, no sé si para sentirnos tranquilos o para justificar nuestra buena suerte. Los que sufren no buscan explicaciones, sino sentirse acompañados.



Desde la fe sabemos que en la mano que nos tienden los hermanos está Dios acompañándonos. También está en nuestras protestas y preguntas, en nuestras lágrimas, lamentos y tristezas. Está presente en la vida y en la muerte, en la alegría y en el dolor. Pero su presencia es empíricamente indetectable. Es un Dios silencioso. Ante este silencio, que resuena clamoroso en estas catástrofes, necesitamos motivos para seguir creyendo. Pero como la fe es individual e intransferible, puede ocurrir que mientras unos reafirman su fe, otros afirmen que Dios no está presente o que nos ha abandonado. Jesús de Nazaret se planteaba algo similar.

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