sábado, 19 de diciembre de 2015

MARÍA

     La grandeza de María radica en su fe. Ella cree que lo que el Señor le ha dicho se cumplirá. En ella se cumplió la voluntad de Dios. Acoge en su seno a Jesús, dando un sí, libre y generoso, a lo que se le pedía. Toda su vida será  fiel discípulo de su hijo.

     El sí pronunciado ante Dios en la Anunciación se confirma en el seguimiento de Jesús, de eso no cabe duda. No obstante su fidelidad no estuvo exenta de dificultades. Recordemos que, cuando su hijo comienza la vida pública, ella recibe la noticia de que ha perdido la cabeza, e intenta, junto a otros familiares llevarlo de vuelta a Nazaret. Entonces recibe una gran lección. Para Jesús no hay más familia que la que escucha la palabra de Dios y la vive. María aprendió la lección. Sin duda que la llevó a cabo, como así muestra su presencia al pie de la Cruz, en el momento más amargo, y en el seno de la primera comunidad, después de la victoria sobre la muerte del resucitado.

     María supo confiar en mitad de la noche, de la oscuridad, del dolor. Todo lo guardaba en su corazón y todo lo meditaba. Su actitud contemplativa le dio la fuerza para el compromiso cotidiano con el evangelio predicado por Jesús. Por eso podemos comprender que María, nuestra madre, nuestra hermana, es modelo de discipulado.

     Isabel reconoció en las entrañas de su prima al niño que trae la luz al mundo, el Jesús que en unos días será adorado por nosotros en un pesebre. Isabel la proclamó bienaventurada, feliz, porque ella creyó que lo que Dios le había dicho se llevaría a término. No se equivocó, acertó plenamente.

     Felices seremos también nosotros si nos creemos de verdad el evangelio de Jesucristo, si cimentamos nuestra vida, nuestras relaciones, a la luz del niño que llega, que nos trae la alegría profunda de apostar por un mundo nuevo desde abajo, desde los más pequeños, los abandonados, los ignorados, los que nacen cotidianamente en pesebres al descampado porque para ellos no hay sitio en la ciudad. Jesús tampoco encontró en la ciudad un lugar para nacer. Ojalá pueda hallar en nuestros corazones la posada que merece. Un abrazo entrañable.



ELECCIONES

     Isabel acompañó a María en una nueva visita a la tierra. Para ella era la primera vez. Estaba tan asustada que no se separó ni un ápice de su prima. Llegaron a un pueblo perdido de una alejada serranía de España. Entraron en una sala. La gente depositaba ordenadamente su voto mostrando su documentación en la mesa electoral. Ellas, ayudadas por la sombra del Espíritu y por la santidad de sus ilustrísimas personas, obraron el milagro de depositar sus respectivos sufragios en la urna, sin levantar sospecha alguna, como dos vecinas más.
-  
    Acabas de ejercer tu derecho democrático, le dijo María a Isabel sin disimular la risa, ya de regreso al cielo.

-      ¡Quién me lo iba a decir a mis años! ¡Ha sido toda una experiencia!, respondió alegre la esposa de Zacarías contagiada del humor de la madre del altísimo.

     Cuando el presidente del colegio electoral de Santa María de la Sierra terminaba el escrutinio declaró nulas las dos últimas papeletas. Ambas llevaban escrito el mismo texto: “Felices vosotros si creéis que las cosas pueden cambiar y en ello ponéis vuestro empeño y compromiso. No deis la espalda al niño cuyo nacimiento celebráis en unos días y haced lo que él os diga”.

     Una vez terminado el recuento de manera definitiva, el presidente cumplimentó el acta y envió los datos a la junta provincial. Aquel hombre, de pelo cano y gesto cansado, cerró el edificio con llave y marchó con sus vecinos al bar de enfrente para seguir el curso de aquella interminable jornada electoral.

     El bolsillo de la chaqueta del presidente conservó durante muchos años aquellas papeletas nulas que tanto llamaron la atención del hombre que las introdujo en él, 
con sumo esmero y bien dobladas.
                            

Desde Vélez de Benaudalla, 
Paco Bautista, sma.


No hay comentarios:

Publicar un comentario