martes, 22 de diciembre de 2015

La Iglesia de Chiapas 

recuerda a los mártires de Acteal

Hace 18 años, en las montañas que rodean San Cristóbal de las Casas, 45 indígenas fueron asesinados por paramilitares mientras rezaban inermes en una capilla de madera. El obispo Arizmendi:  «los autores de aquella masacre todavía están libres»
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Recordando a los muertos de Acteal

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22/12/2015

En Chiapas hoy también se celebró la misa en memoria de los mártires de Acteal. Sucede el 22 de diciembre de cada año, en el pequeño santuario que se yergue en la montaña, en donde hace exactamente 18 años fueron asesinados 45 tzotziles por paramilitares mientras rezaban y ayunaban por la paz dentro de una capilla de madera. Era el 22 de diciembre de 1997. En el día de este trágico aniversario fue desde San Cristóbal de las Casas hasta la Iglesia entre los montes, más arriba de Chenalhó Enrique Díaz Díaz, obispo coadjutor de la ciudad chiapaneca, que Papa Francisco quiso incluir en el programa de su próximo viaje mexicano.

En febrero de 2016, Papa Francisco encontrará en la región una situación que ya no está tan marcada por la violencia y los enfrentamientos que la desangraban a finales de la década de los noventa. Pero esa masacre todavía está esperando a la justicia humana. Prácticamente «todos los que habían sido arrestados como responsables materiales e ideológicos de aquella masacre» han sido liberados, dijo Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas a Vatican Insider. «La Suprema Corte de Justicia de México», aclara mons. Arizmendi, «no dijo que son inocentes, pero estableció que el proceso no había sido conducido correctamente. Algunos de los que cometieron aquel crimen se mueven libremente en la región. Por el momento no hay presagios de nuevos desórdenes. Pero siempre existe el peligro de que de un momento a otro pueda desencadenarse la venganza. Y esto nos preocupa mucho».

En Acteal, hace exactamente 18 años, los asesinos masacraron con armas de fuego y con machetes a niños, mujeres y hombres indefensos, mientras huían por el monte. Los indígenas desplazados de Acteal se habían reunido dos días antes en ayuno y oración en la pequeña construcción de leño y lámina que les servía como Iglesia. Rezaban el Rosario «para pedir a Dios y a la Virgen la paz para el pueblo», dijeron algunos de los que sobrevivieron. Meses antes la violencia y el terror había llegado a las montañas alrededor de Chenalhó, a pocas decenas de kilómetros de San Cristóbal. Era esa oleada de violencia y terror que se había abatido sobre las comunidades indígenas de Chiapas años antes. Una espiral de venganzas, represalias, homicidios y saqueos. Una guerra de baja intensidad, conducida por militares y grupos armados irregulares, desencadenados contra la población que había protagonizado la insurgencia indígena que desde el primero de enero de 1994 había desafiado a los aparatos del poder en México. Acababan de estar en acción los equipos de paramilitares en la zona. Por ello los inermes campesinos de Acteal se habían puesto a rezar pidiendo por la paz y por sus vidas. Los asesinos llegaron desde el bosque, con uniformes azules y el rostro cubierto. Ametrallaron las paredes de madera de la capilla y después persiguieron con machetes a los desesperados que huían. Mataron en la fuga, según los sobrevivientes, a cuatro mujeres embarazadas. Algunos niños se salvaron ocultándose bajo los cuerpos de sus madres asesinadas.

Durante mucho tiempo, hasta la masacre e Baghdad de 2010, la de Acteal fue la masacre más grande de cristianos inermes reunidos en oración nuestra época.

Entonces, Acteal se convirtió en una especie de sagrario al que se dirigen en peregrinaje periodistas, fotógrafos y militantes de todo el mundo entusiasmados por la causa de la insurgencia zapatista; mientras tanto, los ambientes gubernamentales trataban de hacer pasar la masacre como un ajuste de cuentas entre diferentes grupos indígenas. Pero entre los habitantes de Chiapas, aquella experiencia de martirio hizo florecer tesoros de fe y de consuelo. Esta masacre también encendió los reflectores sobre otras intimidaciones y violencias perpetradas contra los cristianos y la Iglesia de la zona.

En ese entonces, el obispo de San Cristóbal de las Casas era Samuel Ruiz, y su coadjutor era el dominico Raúl Vera López. El cuatro de noviembre de 1977, pocas semanas antes de la masacre, el convoy que llevaba a ambos obispos a Tila fue asaltado por las balas de los paramilitares. En el mismo periodo, doce iglesias fueron cerradas después de las amenazas de los grumos armados irregulares. Hubo sacerdotes torturados, atentados contra conventos y monasterios. El obispo Ruiz García fue acusado de tráfico de armas a favor de los guerrilleros zapatistas. Después de la masacre de Acteal, el general de todas las tropas gubernamentales de Chiapas dijo que había encontrado las «pruebas» del vinculo entre la guerrilla y la iglesia: en una sede del Ejército Zapatista había algunos textos publicados por la disecáis de San Cristóbal. Se trataba de un libro de cánticos, de un catecismo que explicaba el sacramento del bautismo y la devoción al Santo Rosario y un Evangelio de Marcos, traducido a una lengua indígena.

En esos meses, la prensa alienada hacía pasar la revuelta indígena como fruto de la obra de la Iglesia local. Los obispos de San Cristóbal de las Casas fueron acusados de «fundamentalismo». Se les atribuía el mismo «error teocrático que hicieron en el siglo XVII los jesuitas en las reducciones de los indígenas guaraníes, y, mucho antes, fray Bartolomé de las Casas», el dominico que fue primer obispo de San Cristóbal y que para defender a los indígenas de la opresión se enfrentó con los conquistadores y con los eclesiásticos españoles que justificaban teológicamente las masacres y las violencias en nombre de la «cristianización» del Nuevo Mundo.

En su próximo viaje a San Cristóbal de las Casas, Papa Francisco irá a rezar a la tumba de Samuel Ruiz. Como hicieron a su muerte miles de indígenas, que bajaron de las montas para manifestarle su afecto a «taitc Samuel», el artífice de una pastoral que sacaron adelante una multitud de catequistas indígenas, capaces de hablar las lenguas de cada etnia. Hoy el obispo Felipe Arizmendi, sucesor de fray Bartolomé de las Casas y de «tatic» Samuel Ruiz, cuenta que la «fe ha sido alimentada por la devoción por los mártires de Acteal», pero ahora «justamente en esa comunidad se registran divisiones entre quienes han aceptado sumarse a los programas de ayuda gubernamental y los que tienen posturas antagonistas y ven en esos programas un instrumento para sofocar la oposición y la identidad indígena». Por ello, subraya Arizmendi, pensando en la inminente visita de Papa Francisco «la urgencia del momento es la de superar las fracturas y ayudar a la reconciliación, para que vuelva la armonía entre nuestra gente».

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