martes, 29 de diciembre de 2015

Paco bautista

BOTELLA AL MAR

     No le gustaba el ruido, ni las fiestas que terminaban a altas horas de la madrugada con resaca y dolor de cabeza. Estaba cansada de cotillones fin de año, de trajes elegantes, de cenas copiosas, de las buenas intenciones con las que el infierno, dicen, estaba empedrado.

     Aquella noche se perdió en su rincón favorito, esa playa de Calahonda presidida por un acantilado de vértigo y una luna casi al alcance de la mano. La mar estaba en calma.

     Cuando llegó la media noche, cuando todo eran parabienes por el nuevo año que se celebraba, aquella mujer, con las decepciones de una vida de cincuenta años, arrojó a la mar, gélida e inabarcable, una botella con mensaje. Había escrito en un papel: “Nada, no pido nada, no quiero nada, no exijo nada, que sea la vida la que me sorprenda como quiera y cuando quiera”

     Después quedó en silencio, un largo silencio. Tomó conciencia de la respiración, de su propio cuerpo, de todo el universo. La paz la inundó. Consiguió dejar su mente en blanco, sólo se dejaba envolver por la belleza del presente. Perdió la noción del tiempo hasta que sus ojos divisaron la botella que había arrojado aquella noche. Estaba en las arenas de la playa, pero no, no era la que ella había tirado, era diferente.

     Se acercó a la orilla, la tomó en sus manos. Una emoción extraña la embargaba cuando leyó el mensaje que contenía:

     “Me llamo Felicidad Kano, como mi hija. Soy maestra de escuela, por eso puedo escribir. Estoy en una patera, creo que no voy a sobrevivir. Huimos de la guerra de mi país, República Centroafricana. Allí murió toda mi familia. Sólo me queda una niña de cinco años. Tiene  una cicatriz de tres incisiones horizontales debajo de su mejilla izquierda. Nos dirigimos a costas españolas. Si alguien lee este mensaje que se haga cargo de ella. Dios se lo tendrá en cuenta y yo desde el paraíso. Gracias”

     Cuando terminó de leer aquel mensaje una corazonada la llevó al puesto de la cruz roja en Motril. No podía dar crédito cuando la condujeron al pabellón en donde se encontraban los cinco supervivientes de la patera que había llegado a las tres de la tarde, cuatro varones adultos y una niña.

     “Felicidad Kano”, la llamó. Ella abrió bien sus ojos al escuchar en labios de una extraña su propio nombre. La señora comprobó la cicatriz de la mejilla y abrazó a la pequeña, que se dejó abrazar.

     El resto de la historia yo lo podéis imaginar. La mujer se hizo cargo de la niña y comenzó los trámites de adopción. Milagros, que así se llamaba la señora, no podía haber comenzado el año con mejor pié, justo la única noche vieja en su vida que no había formulado ningún deseo.

    
     Algunos meses más tarde Felicidad tenía una nueva madre. Con el paso del tiempo la pequeña descubrió que los milagros más prodigiosos caben en una botella.


                                       Paco bautista, sma. ¡FELIZ AÑO!  

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