BOTELLA AL MAR
No le
gustaba el ruido, ni las fiestas que terminaban a altas horas de la madrugada
con resaca y dolor de cabeza. Estaba cansada de cotillones fin de año, de
trajes elegantes, de cenas copiosas, de las buenas intenciones con las que el
infierno, dicen, estaba empedrado.
Aquella
noche se perdió en su rincón favorito, esa playa de Calahonda presidida por un
acantilado de vértigo y una luna casi al alcance de la mano. La mar estaba en
calma.
Cuando
llegó la media noche, cuando todo eran parabienes por el nuevo año que se
celebraba, aquella mujer, con las decepciones de una vida de cincuenta años, arrojó
a la mar, gélida e inabarcable, una botella con mensaje. Había escrito en un
papel: “Nada, no pido nada, no quiero
nada, no exijo nada, que sea la vida la que me sorprenda como quiera y cuando
quiera”
Después
quedó en silencio, un largo silencio. Tomó conciencia de la respiración, de su
propio cuerpo, de todo el universo. La paz la inundó. Consiguió dejar su mente
en blanco, sólo se dejaba envolver por la belleza del presente. Perdió la
noción del tiempo hasta que sus ojos divisaron la botella que había arrojado
aquella noche. Estaba en las arenas de la playa, pero no, no era la que ella
había tirado, era diferente.
Se acercó
a la orilla, la tomó en sus manos. Una emoción extraña la embargaba cuando leyó
el mensaje que contenía:
“Me llamo Felicidad Kano, como mi hija. Soy
maestra de escuela, por eso puedo escribir. Estoy en una patera, creo que no
voy a sobrevivir. Huimos de la guerra de mi país, República Centroafricana.
Allí murió toda mi familia. Sólo me queda una niña de cinco años. Tiene una cicatriz de tres incisiones horizontales
debajo de su mejilla izquierda. Nos dirigimos a costas españolas. Si alguien
lee este mensaje que se haga cargo de ella. Dios se lo tendrá en cuenta y yo
desde el paraíso. Gracias”
Cuando
terminó de leer aquel mensaje una corazonada la llevó al puesto de la cruz roja
en Motril. No podía dar crédito cuando la condujeron al pabellón en donde se
encontraban los cinco supervivientes de la patera que había llegado a las tres
de la tarde, cuatro varones adultos y una niña.
“Felicidad
Kano”, la llamó. Ella abrió bien sus ojos al escuchar en labios de una extraña
su propio nombre. La señora comprobó la cicatriz de la mejilla y abrazó a la
pequeña, que se dejó abrazar.
El resto
de la historia yo lo podéis imaginar. La mujer se hizo cargo de la niña y comenzó
los trámites de adopción. Milagros, que así se llamaba la señora, no podía
haber comenzado el año con mejor pié, justo la única noche vieja en su vida que
no había formulado ningún deseo.
Algunos
meses más tarde Felicidad tenía una nueva madre. Con el paso del tiempo la
pequeña descubrió que los milagros más prodigiosos caben en una botella.
Paco
bautista, sma. ¡FELIZ AÑO!
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