lunes, 28 de diciembre de 2015





El nuevo año y la esperanza

Jesús habló sin utilizar palabras ­difíciles, sin modificar mucho la ­realidad, en parábolas sencillas, con la simplicidad evangélica del amor.Arnaldo Pérez Wat






James Wallace interpreta que, en el valle de las sombras, las ovejas por instinto no se preocupan, están seguras de que el pastor mira por su bienestar. Los pequeños arroyos que bajan por las pendientes se evaporan por el sol del desierto, pero el pastor ha de buscar agua donde la erosión haya formado un pozo. Todo esto representa al ser supremo que vela por la salvación.

Sin embargo, al cabo de los siglos, hoy se yerguen seres despiadados que indirectamente arrojan a seres inocentes al mar. Su insensibilidad y su avaricia se aprovechan del refugiado, aquella indefensa oveja que, en la sombra de su desamparo, se ve obligada a buscar otros horizontes arriesgando su vida en barcas precarias.

Y en toda época, al acercarse un nuevo año, siempre la humanidad piensa con esperanza en el destino del hombre. Otros no pierden la fe y esperan que, cuando los justos comiencen a levantarse del polvo de la Tierra, puedan entonar el aleluya de gozar de una nueva vida en Cristo.

Es que, como los opuestos se conjugan y como los extremos se tocan, a veces también lo grande está en lo pequeño. El agente y gestor de la transformación más grande de la historia universal nace en una humilde cuna. Y cuanto más se contempla ostentación de los ricos y famosos, o cuanto más se sufre la exclusión que disponen los reyes de la corrupción, más se siente el alma impelida a levantar los ojos hacia otro príncipe distinto y mucho más poderoso, que vela por los pobres, que protegerá a los más honrados y que no dejará sin recompensa ninguna buena acción.

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