Una provocadora mirada del Papa Francisco sobre el arte
En el libro ”Mi idea del arte”, que escribió junto a la periodista Tiziana Lupi.
Publicadas en Italia, estas reflexiones del Sumo Pontífice advierten sobre la cultura del descarte.
“La obra de arte es la prueba más fuerte de que la encarnación es posible”, dice Francisco I en La mia idea di arte, el libro que recientemente publicó la editorial Mondadori y que el Papa escribió en colaboración con la periodista Tiziana Lupi: un intento de la Iglesia por acercarse nuevamente a la pintura, la escultura y la arquitectura, sus aliados históricos en la evangelización cristiana, aggiornado a los tiempos que corren: herramienta para resistir al “dios dinero” y sacar de la gente la belleza que tiene dentro, para Francisco el arte parece ser tanto un recurso espiritual como social y ecológico.
“Conocí al Santo Padre el año pasado. Luego de escribir su biografía Il nostro Papa, él me llamó para decirme que el libro le había gustado mucho, me envió una carta, una medalla y unos chocolates y me invitó a la misa matutina en Santa Marta. Pero haber escrito un libro con él es otra cosa, es algo mucho más especial que lo que hasta el momento había sucedido” dijo la periodista italiana a Clarín.
El libro surgió de una serie de charlas entre Francisco y Lupi, en las que también estuvo presente el escultor argentino Alejandro Marmo (cuya carrera artística Bergoglio sigue desde sus tiempos de Arzobispo en Buenos Aires). “En un primer momento Alejandro y yo habíamos pensado escribir un libro sobre sus encuentros con el pontífice, después se nos ocurrió integrar a Francisco directamente, consultándolo sobre su ideas sobre el arte, cosa que no habíamos considerado al principio”, cuenta Lupi. Ese fue el origen del actual libro.
La primera parte del trabajo es una breve disertación sobre la cultura contemporánea en la que el Papa introduce aquella idea que cimienta la publicación entera: vivimos en la cultura del descarte. Francisco menciona estadísticas sobre el desempleo joven, habla de la hostilidad hacia los inmigrantes y comprende desde esa perspectiva a los jóvenes que eligen sumarse a las filas de organizaciones como Isis, buscando dar un sentido de pertenencia e identidad a sus vidas. Habla del trabajo en negro y la pobreza: “Se saca a los pobres del Evangelio, no se comprende nada. ¿Por qué no deberían entrar a la Capilla Sixtina, porque no tienen dinero para pagar la entrada?” Los museos vaticanos deben, sí, acoger las nuevas formas de arte, pero más allá de eso: “son la casa de todos”. Se descarta a los niños, a los ancianos, a los que por alguna causa se considera más débiles. Pero el arte, dice Francisco, no descarta.
La segunda parte está dedicada íntegramente a ejemplificar esta idea mediante diversos “casos”, piezas artísticas de todos los tiempos pertenecientes a las colecciones Vaticanas entre las que se incluye también un viejo Renault 4. Cada caso cuenta la historia de una pieza mientras refuerza un poco más la idea de resistir al descarte desde la creatividad, la inclusión y el aprovechamiento de todos los recursos.
La cronología arranca con el Torso de Belvedere, una escultura del romano Apollonio, olvidada durante siglos y reencontrada en el Renacimiento, sin piernas, ni brazos, ni cabeza, que el propio Miguel Angel se negó a restaurar, comprendiendo que esas mismas mutilaciones podían ser también, condición de posibilidad para la inspiración de futuros artistas. Mater Matuta (diosa egipcia que amamanta a un niño) y el Buen Pastor son las dos esculturas que ejemplifican para Francisco cómo el discurso católico de los primeros tiempos, lejos de descartar a las culturas paganas, se valió de su iconografía para configurar la propia. La diosa egipcia –de fuertes reminiscencias etruscas en su factura- es una clara antecesora de todas las “Virgen con niño” que poblaron la historia de la pintura, y en la figura del Buen Pastor –un joven que lleva un cordero sobre sus hombros- se basa buena parte de la configuración de la imagen de Cristo. Continúa el Obelisco de San Pedro, las Stanzas Vaticanaspintadas por Rafael y el Descendimiento de Cristo, esa pintura de Caravaggio en la que luz y sombra miden toda su potencia: “el eterno contacto entre lo sacro y lo profano”.
Para el final quedan las obras más contemporáneas. La renoleta blanca con la que el padre Renzo Zocca recorría la ciudad de Verona, de cuya iglesia era párroco (y donde fundó la cooperativa de trabajo y asistencia L’Ancora) y que puso a disposición de Francisco cuando éste asumió como Papa. Y el Cristo operario y la Virgen de Luján, dos de las piezas realizadas por Marmo con materiales de descarte provenientes de fábricas recuperadas del gran Buenos Aires, en cuya construcción participan niños de la calle y trabajadores de diferentes barrios, buscando generar lazos de integración y afecto mediante la producción creativa: “es un audaz que cree en la inspiración, en la posibilidad de cuidar y curar una sociedad herida, anestesiada por la indiferencia que no nos permite ver el sufrimiento de los descartados ni escuchar su grito de dolor”, dice Francisco sobre Marmo. “Yo también aprendí de él”.
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