martes, 24 de mayo de 2016

Pensar la Trinidad, Ricardo de San Víctor

Xabier Pikaza
He presentado hace tres días la nueva edición del Tratado de Ricardo de San Víctor, la Trinidad, para detenerme después en la perijóresis o movimiento trinitario (como danza, como itinerario de amor).
Hoy quiero centrarme una vez más en el pensamiento de Ricardo de San Víctor, tal como lo presento en mi libro trinidad, itinerario de Dios al hombre (Sígueme, Salamanca 2015).
Quiero así que los amigos de la teología puedan detenerse en el misterio del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, esta semana de la Trinidad. Tanto el libro de Ricardo como mi comentario podrán serviles de ayuda. Pero les ayudará sobre todo la lectura del Evangelio, entendido como "viaje al interior de Dios", en la línea de mi postal del pasado 19, donde exponía en esa línea el evangelio de Mateo.
Buena Semana de la Trinidad a todos.
RICARDO DE SAN VÍCTOR
De origen escocés, canónigo regular de San Víctor, en París, vivió entre 1110 y 1173, y escribió el tratado quizá más significativo sobre la Trinidad en la historia antigua,, vinculando elementos de la tradición oriental y occidental, a partir de la visión del hombre como ser comunitario y del amor como principio del despliegue de Dios. Se ha discutido mucho el origen de su perspectiva, y algunos le han vinculado a la tradición oriental. Otros, en cambio, sin negar la fuente griega, acentúan el aspecto agustiniano de su discurso. Sin entrar en discusiones genéticas, pienso que Ricardo asume y desarrolla elementos de Oriente y Occidente, pudiendo presentar en el futuro como un “mediador” trinitario, siempre que su postura se entanda a la luz de la historia de Jesús y de la Iglesia .
1. Una ontología del amor en comunión. Apoyado en la experiencia cristiana (Hch 2, 43-47; 4, 32-36) y en el valor radical de la amistad (en una línea cercana a la del Evangelio y Cartas de Juan, retomando intuiciones esenciales de San Agustín), Ricardo ha concebido a Dios como itinerario de amor, en el que las personas surgen unas de las otras y se implican mutuamente. En esa línea, él vincula dos modelos: (a) Uno más metafísico, de carácter genético, propio de los neoplatónicos que conciben el ser como proceso de realización interna. (b) Otro de tipo relacional cristiano, que interpreta a los hombres (personas) como miembros de un encuentro de amor, en un contexto en el que Dios se entiende como Padre que engendra a su Hijo Jesucristo.

Vinculando esos modelos e insistiendo en la experiencia original del cristianismo, Ricardo ha unido génesis y encuentro personal, interpretando el amor como un proceso de ser (generación) que lleva de Dios Padre a Jesucristo, su Hijo, y como unidad relacional, comunión de amigos que se encuentran y gozan al hallarse mutuamente vinculados. De esta forma enlaza ontología y antropología trinitaria, concibiendo el ser fundamental (ousia) como amor, e insistiendo en la visión del hombre como realidad comunitaria. Por eso, a su juicio, no se puede hablar de Trinidad partiendo del proceso individual de una mente que se sabe y se ama, pues sólo donde existe comunión de amor puede hablarse de personas, es decir, de Trinidad.

El itinerario de la Trinidad puede empezar allí donde el hombre se concibe como un proceso de comunión, en el que cada uno se hace a sí mismo (como individuo) haciéndose desde y con otros (en comunidad). Según eso, la visión trinitaria de Ricardo no se apoya en una ontología del ser (Padres Griegos), ni en una psicología del conocimiento/amor intrapersonal (Latinos), sino en la experiencia del amor interpersonal, que implica tres elementos:
‒ Padre. Siendo transcendente, Dios es dueño de sí mismo, en perfección originaria; por eso, en principio, no necesita de la creación para realizarse. Sin embargo, por ser amor, Dios ha de darse sin cesar: debe entregar en gratuidad todo lo que tiene. De esa forma existe como Padre, amor-fuente que sale de sí mismo y da (regala) lo que tiene (es decir, se regala a sí mismo).
‒ Hijo. Al darse a sí mismo como Padre, Dios suscita eternamente el Hijo, que acoge su don y le responde de un modo personal. El amor sólo es infinito donde son infinitos el dar y el recibir, de manera que el Padre suscita a Otro (como Hijo), dándole todo lo que tiene, y el Hijo le responde, en amor infinito. El Padre es don eterno y total de sí mismo. Igualmente es eterna y total la acogida del Hijo que recibe su amor y se lo devuelve.
‒ Espíritu Santo. Pero el amor de dos no puede encerrarse en ellos mismos, pues, a fin de que su comunión sea perfecta, mirándose uno a otro, ambos han de mirar juntos a un tercero, suscitando el Espíritu común, fruto del amor que ellos se tienen. Así pasamos de la fuente única de amor que es el Padre a la fuente de amor compartido, que forman Hijo y Padre, suscitando al Espíritu, amor ya culminado (cf. De Trin III, 2-4).
Para seguir leyendo:
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2016/05/24/pensar-la-trinidad-ricardo-de-san-victor

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