PADRE, HIJO, ESPÍRITU
SANTO
Ella volvió a leer la carta una vez más. No
daba crédito a su contenido. Las
lágrimas brotaban de sus lindos ojos negros. Aquella mujer atractiva,
valiente, audaz, de casi cuarenta años, inquieta, se hacía más preguntas que las respuestas que
encontraba. La carta la había sorprendido. No esperaba una cosa así. Hacía
bastante tiempo que no tenía noticias de aquel sacerdote, al que le había unido
una intensa relación de amistad desde siempre. Últimamente no se habían visto.
El alto ritmo que marca trabajo, familia, y una sociedad transformada por las
nuevas tecnologías, curiosamente los había distanciado. Al leer aquella cuidada caligrafía comprendió
de inmediato la prudencia del amigo en los últimos siete meses. Con un nudo en
la garganta volvió a leer el escrito que tenía delante.
“Querida amiga:
Te escribo en la víspera de la festividad de la Santísima Trinidad. Hace algún tiempo lo hacía desde África, ahora lo hago desde Madrid. Perdona mi silencio de los últimos meses. Perdona que no te haya contado nada. Pero sólo he tenido ánimo para la lucha contra la enfermedad. No he querido preocuparte. Por otra parte todo ha sido demasiado rápido e intenso. Ahora caigo en la cuenta de mi error, de no decirte nada, pero es tarde.
Recuerdo
cuando te decía que más que comprender el misterio del Dios uno y trino, se
trataba de sentirlo como comunidad de amor, como caudal de ternura sin límite.
Eso ha hecho que te recuerde, que tome papel y pluma en un último ejercicio de
amistad desde esta orilla. Estoy en una cama de hospital en Madrid, en la
sección medicina tropical del Ramón y Cajal. Al otro lado de las aguas me espera
la inmensidad oceánica del Dios al que he intentado servir en cada una de las
personas que he encontrado en mi camino. Ya sabes de mi debilidad por los
empobrecidos, por los nombres escritos en los márgenes de nuestra civilización
sin corazón, capitalista, excluyente, hipócrita, asesina. Mi debilidad, mi
fragilidad, mis cegueras no han sido menoscabo para terminar la carrera, para
llegar a la meta, como diría Pablo de Tarso. Él, océano de misericordia, será mi
abogado defensor. Mi sello ha sido la inmensa pasión por África, mi garantía,
el Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo.
Antes de
ser sedado hablo con la entera libertad de quien ya ha vencido la alargada
sombra del miedo, de quien ha encajado su suerte definitiva y postrera. Después
de una lucha sin cuartel contra el dolor y contra el cáncer sólo me queda la vida.
Pero te
quiero hablar al corazón, como una brisa que llegase desde muy lejos para darte
aliento , para seguir compartiendo nuestra amistad más allá de toda barrera,
incluso la de la muerte. Las cosas cambian, las circunstancias cambian, pero
afortunadamente la amistad, cuando es sincera y la cuidamos, permanece.
Desde la
amistad entrañable que tenemos te digo hasta siempre, nunca olvides que una
mujer te trajo a la vida, que tú misma eres vida, que estás abierta a la vida.
Que tenemos un Dios de vivos, no de muertos.
Caminas,
tienes buenos días, otros no tanto. Encuentras luces en tu interior,
oscuridades, encuentras estados de ánimo casi eufóricos, seguidos de tristezas
notables. En definitiva, eres un ser humano. Todos estamos hechos de arcilla
frágil, somos vulnerables, pero eso no merma ni la humanidad que atesoras ni la
dignidad que tienes, que con mucho, es lo más sagrado.
Eres ya
una persona en su edad adulta, dispuesta a crecer y a vivir lúcidamente sus
días para conquistar la paz deseada que te haga más llevadero el camino. Pero
como no eres ingenua, sabes que no existen los senderos fáciles ni las
autopistas carentes de obstáculos. Los mundos ideales son para las películas de
sobremesa.
Lo
importante es aceptarse cada uno con la edad que tiene, con las circunstancias
que tiene y recorrer el camino hacia la plenitud, hacia la paz y la esperanza.
Esos tres desafíos no se obtienen buscándolos compulsivamente. Más los buscas,
más se alejan. Lo inteligente es relajarse, dejarse sorprender. Entonces llegan
como un regalo, tomadas de la mano: la
plenitud, la paz, la esperanza.
Preparo
mi última maleta, estoy en el andén, a la espera. ¡Es curioso escribirte en
circunstancias como ésta! Te digo “Adiós” y “hasta luego”, marcho pero me quedo
a tu lado de otra manera. Confío en que mi presencia discreta te dará algo de
luz en los escritos que te voy a confiar. Son mi último regalo, el don más
preciado. Son mi memoria, la historia de
este corazón que apura sus últimos latidos al borde quién sabe si del abismo.
Bueno,
amiga, esta es la torpe reflexión que hago, a destiempo pero sincera. Esta
carta te la envío cuando mi camino termina. Es todo. El telón de fondo cae. Me
llega de la calle la claridad exterior como un aliado que no esperaba. Me dice
“ven”. Yo le digo “voy”.
Un beso
enorme y el mejor de mis deseos hoy,
mañana, siempre.
NOTA: En
unos día te llegará una carpeta en la que cuento lo que he vivido hasta ahora.
Consérvala. Es el trayecto de mi vida a este lado de la orilla. Te doy licencia
para que hagas lo que creas más conveniente con la memoria que pongo en tus
manos. Ya no me tengo, no me pertenezco. Mi yo se funde en un sueño inabarcable,
se deshace. Mis párpados se cierran.
Intuyo el amor escrito en letras de molde muy, muy cercano. Me espera
con los brazos abiertos, “aquí”, en el horizonte neutro, donde todo comienza de
nuevo…”
La amiga suspiró e hizo la señal
de la cruz en su frente: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo”… Y encaminó sus pasos a Madrid, por si aún llegaba a tiempo de abrazar
al sacerdote amigo de toda la vida.
Paco Bautista, sma.
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