martes, 24 de mayo de 2016

El futuro de nuestras familias y de nuestra Patria está seriamente comprometido

Homilía de monseñor Carlos Ñáñez, arzobispo de Córdoba en la misa en la que rezzó por las madres que luchan por rescatar a sus hijos del flagelo de la adición a las drogas (Crucifixión del Señor, 23 de mayo de 2016) 



Queridos hermanos y amigos: 

Nos hemos congregado hoy en este lugar para acompañar como presbiterio y como comunidad arquidiocesana a la Parroquia “Crucifixión del Señor” y a su pastor, el P. Mariano Oberlin, en un momento muy delicado ya que se han insinuado amenazas para algunas de sus integrantes, madres de hijos afectados por la adicción a las drogas. Nos acompañan miembros de otras iglesias cristianas, de otras tradiciones religiosas y personas solidarias y de buena voluntad. A todos les agradecemos este valioso gesto. 


Queremos expresar también nuestra cercanía y nuestro acompañamiento a todos los que sufren el flagelo del tráfico y del consumo de las drogas: a las comunidades de la ciudad y del interior y a innumerables familias concernidas por este drama. Hoy estamos aquí por la razón invocada al comienzo, pero podríamos encontrarnos igualmente en cualquiera de esas comunidades que sufren este problema. 


Queremos formular nuestro apoyo a los que trabajan por prevenir este mal, ayudando especialmente a los niños, a los adolescentes y jóvenes a no caer en estas redes malignas y a quienes se esfuerzan por recuperar a los que quieren salir de estas situaciones sumamente dolorosas de las adicciones. 


Queremos, por fin, expresar nuestro apremiante pedido a las autoridades públicas para que profundicen las acciones tendientes a combatir eficazmente la expansión de este vil comercio de parte de los mercaderes de la muerte. 


Debemos destacar, sin embargo, que este drama no es un problema sólo de las autoridades públicas, de la justicia y de las fuerzas de seguridad. Ciertamente todos ellos tienen una responsabilidad indelegable y de la que no pueden excusarse ni apartarse, pero todos en la sociedad debemos sentirnos concernidos por el problema y debemos procurar hacer cuanto esté a nuestro alcance para enfrentarlo. 


La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos presenta, en la primera lectura, una descripción de la realidad maravillosa con la que Dios ha querido enriquecernos gracias a la resurrección de Jesús. Todo ello es fruto de la bondad de Dios y de su infinita misericordia. Esa realidad, nuestra transformación interior, está ya en acción y aguarda llegar a su plenitud. Eso sostiene nuestra esperanza. Una esperanza que permite atravesar con valor y sin desfallecer las innumerables dificultades y pruebas de la vida. 


En el evangelio contemplamos de algún modo cómo esa realidad se alcanza por la libre adhesión a la propuesta y a la persona de Jesús. Pero esa libre adhesión puede verse entorpecida o impedida por el atractivo de las riquezas. Pero el no aceptar la oferta de Jesús provoca, sin falta, la tristeza. El evangelio nos dice, en efecto, que el hombre que había interpelado al Señor se entristeció y se fue apenado “porque poseía muchos bienes”. De todas maneras, el Señor no deja de proclamar una buena noticia: la gracia de Dios es poderosa y capacita para superar todo tipo de obstáculos. La experiencia de muchos que se han recuperado de las adicciones a las drogas puede certificar la veracidad de las palabras del Señor Jesús. 


Volviendo al problema que nos ocupa, precisamente el de las adicciones, debemos señalar que el futuro de nuestras familias, de nuestras comunidades y en definitiva de nuestra Patria está seriamente comprometido. Nuestros niños, adolescentes y jóvenes afrontan el enorme riesgo de emprender un camino de difícil o casi imposible retorno. No podemos permanecer indiferentes. No es verdad que no se puede hacer nada. Al contrario, todos podemos hacer algo. 


Ante todo, no aprobar de ningún modo cualquier tipo de adicción o de propósito de “hacer la prueba para ver cómo es”. No hay droga “blanda” o “de buena calidad”, distinta de la droga “mala” o “dura”. La droga “buena” o “mala” destruye y mata siempre. Así de simple… 


También debemos dar razones para vivir y no son sólo con argumentos, sino sobre todo con gestos, más aún, con actitudes permanentes: la acogida cariñosa, especialmente a los niños, adolescentes y jóvenes, la indispensable ternura. No hay que tener miedo a la ternura, nos dice claramente el Papa Francisco. La dedicación del tiempo para escuchar y acompañar a los hijos, a los alumnos, a todos en definitiva. Brindar una educación que comienza por el ejemplo y se afianza por la coherencia entre lo que se dice y se hace. 


También promover incansablemente la adquisición de hábitos y virtudes. En este sentido es admirable la obra que realizan distintas instituciones e iniciativas que buscan recuperar a quien ha caído en las adicciones. Hábitos buenos de veracidad: decir siempre la verdad, aunque duela; la bondad permanente, la laboriosidad hasta la fatiga, la solidaridad constante. Aquí es donde resplandece la propuesta del evangelio de nuestro Señor Jesucristo que plenifica todas esas actitudes. Esta es nuestra responsabilidad -indelegable- como comunidad católica. La obra que realizó el cura Brochero en Traslasierra de llevar a sus paisanos desde el evangelio a una vida más humana y más digna es emblemática para nosotros. Este es un ámbito de posible colaboración con nuestros hermanos de otras denominaciones cristianas y de otras tradiciones religiosas desde sus propias convicciones. 


Ofrecer posibilidades de recreaciones y diversiones sanas es también una contribución importantísima para prevenir las adicciones. El deporte y otras expresiones culturales pueden ayudar a fortalecer las voluntades y a ofrecer nuevos horizontes de vida. Aquí la inventiva de las comunidades y el decidido apoyo del Estado contribuyen grandemente a la tarea de la prevención. 


Señalábamos “ofrecer horizontes de vida” y de esperanza, lo cual implica brindar oportunidades de capacitación para trabajos verdaderamente dignos y adecuadamente remunerados. La iniciativa de diversas organizaciones que trabajan para recuperar a quienes sufren adicciones es encomiable, pero siempre se puede hacer más y mejor y el Estado, las autoridades públicas, no pueden de ninguna manera retirarse o eximirse de estas responsabilidades. Al contrario, como promotoras y cuidadoras del bien común tienen que estar en la vanguardia del apoyo a estas iniciativas y de la generación de otras que están sólo al alcance del Estado y de sus posibilidades. 


Todos estamos invitados, más aún, llamados a brindar nuestra colaboración para doblegar este flagelo que provoca tantas lágrimas, tantos sufrimientos y tantas frustraciones; siendo que el plan de Dios es tan distinto… 


Por fin, quisiéramos expresar un apremiante llamado a quienes están o favorecen este comercio de muerte. El Papa Benedicto XVI destacó en Brasil, al visitar la Fazenda da esperanca”, que esas personas tienen una gravísima responsabilidad delante de Dios. Y no hay que olvidar que cada uno debe presentarse ante el tribunal de Dios a dar cuenta de lo obrado… El Papa Francisco, por su parte, en la convocatoria al jubileo de la misericordia exhorta vivamente a que los que están en este negocio, a que se conviertan, a que cambien decididamente de actitud. Con la gracia de Dios y la ayuda de la comunidad la conversión es posible. El crucifijo que está sobre el altar es un obsequio que recibí en una oportunidad de parte un traficante que estaba detenido en la cárcel. Algo expresaba ese gesto, Seguramente un atisbo de conversión que siempre es posible. Lo tengo permanentemente en mi escritorio como un recuerdo vivo de este drama que nos aflige. 


Le pedimos insistentemente a la Santísima Virgen que nos proteja y nos ayude. Mañana la vamos a invocar en toda la Iglesia con el título de “María Auxiliadora”. Que Ella nos auxilie, como sólo Ella sabe hacerlo, en esta difícil situación. Que así sea. 

Mons. Carlos Ñánez, arzbospo de Córdoba

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