Había una anciana en la iglesia de Yamaguchi que cada semana subía, pasito a pasito, la cuesta que conduce hasta lo alto de la colina para asistir a la misa dominical.
Ni calores veraniegos ni fríos de invierno le impedían subir la cuesta hasta la iglesia situada en lo alto de la colina.
A la salida, solía ofrecerse alguien para acompañarla en coche a casa, pero ella insistía en rechazar el favor; prefería volver a pie dando un paseo.
Un día explicó el motivo:
“no me fatiga el paseo, me descansa.
Me gusta bajar por el otro lado de la colina.
Cruzo por el parque del templo budista.
Disfruto a la sombra de su foresta centenaria.
Me siento en un banco y respiro a mitad de camino. Allí, en aquella umbría de paz se encuentra a Dios.
Y, de paso,
se quita el cansancio de la misa y el sermón”.
Sorprendió a sus vecinos al añadir: “En la misa y sermón hay tantas y tantas palabras seguidas…”.
Juan MASIÁ, Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée De Brouwer, Bilbao 2015, p. 29.
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