Escribir contra la muerte
El autor de 'Sin destino' se impuso su profesión como la única medicina capaz de evitar el suicidio
La última posada es un libro de despedida de la vida. Kertész lo comenzó a redactar, a manera de diario sin fechas, en estos últimos años cuando la vejez se le apareció de golpe mediante los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson y el cáncer que le descubrieron a su segunda esposa. Tenía entonces 72 años y acaba de morir, hoy, cercano a los noventa.
"El golpe más grande es la impotencia,
cuando todavía no has perdido,
en absoluto,
el interés por las mujeres".
Contra esta desesperación, contra este temor ante la presencia de la muerte, el autor de Sin destino se impuso la escritura como la única medicina capaz de evitar el suicidio a la manera de Arthur Koestler. El autor de El cero y el infinito, húngaro como Kertész, se suicidó junto con su mujer Cynthia en el año 1983 en Londres. Ambos también mayores y enfermos. Koestler también de Parkinson. Esa transposición entre esa pareja y la suya es de lo que trata el relato inacabado que se incluye en este volumen y que da título al libro La última posada (Primer y segundo intento). Kertész se transforma en Koestler (a quien tanto admiraba por su valentía en el desenmascaramiento del estalinismo) y Cynthia en Magdi, su propia mujer. No está especificado en ningún momento del relato porque él mismo se absorbe en el personaje masculino y solo deja como pista ese nombre de Cynthia.
¿Ha valido la pena la vida después de tantos sufrimientos?
Entre ellos, por ejemplo, el holocausto del que fue testigo el propio Kertész, se pregunta esta pareja del relato al borde ya de lo inevitable.
¿Dónde está Dios?
¿No son estas enfermedades del cuerpo producto de las largas enfermedades del alma?
El personaje de La última posada (el del relato, aunque también el del libro entero, es el mismo Kertész ya sin compartir protagonismo con la sombra de Koestler) acude a la clínica para enterarse del resultado de las pruebas: tiene Parkinson. El suicidio es quizá el descubrimiento de una gran mentira. Sin embargo, K y K miden la distancia que separa el balcón del asfalto. A Koestler no le dio miedo (aunque fue a través de pastillas), a Kertész aún le da asco.
"Quitarse la vida o seguir viviendo
es una cuestión de carácter,
de temperamento o de oportunidad;
algunas veces solo seguimos con vida
porque nos faltan los instrumentos adecuados".
Todo este relato que es una parte importante pero mínima de todo el libro, gira en torno a esta decisión que queda en el aire. De ahí que el propio relato aparezca como inacabado.
Kertész en este volumen que está dividido en cuatro apartados: Secreto a voces, La última posada (I y II), El jardín de las trivialidades y Óbito, se refiere a otros muchos asuntos que le han preocupado en toda su existencia como escritor:
el mundo judío;
el holocausto del pasado y
las nuevas amenazas que contempla en el mundo europeo actual;
sus peleas con el mundo cultural húngaro;
su admiración por Kafka (cada vez que lo lee le da vergüenza de atreverse a escribir), Paul Celan, Musil, Sebald, Bernhard o Jean Améry;
su sensación de que el hombre ha sido metafísicamente abandonado;
su incapacidad de ser feliz;
su sentimiento de exiliado;
el temor ante el resurgimiento de los nacionalismos y las extremas derechas e izquierdas ("Las masas necesitan una escala de valores, porque de lo contrario son ellas las que crean sus valores y ¡ay entonces de este mundo!");
de la preocupación de cómo afrontará su muerte y los sufrimientos propios y los de su esposa;
de la vejez a la que él fija un instante de aparición "sé que con el día de ayer concluyó la parte más bella de mi vida";
y la tremenda pena por asistir a un mundo en el cual la cultura y la literatura están en proceso de desaparición;
además de su permanente preocupación por los conflictos del Estado de Israel.
Kertész se despierta de un sueño que desconocía y ya no sabe cómo encontrar el camino de regreso a la vida. En realidad todo este último libro de Kertész, que aparecerá publicado en los próximos días, es una lucha por volver a la vida y no entregarse a la muerte, a sabiendas que es una batalla perdida.
¿De dónde sacar fuerzas?
De la escritura, de la lectura que aún no siendo suficientes para evitar el miedo, lo alivian. Miedo a la muerte natural, miedo al suicidio, miedo a los sufrimientos de la quimioterapia, miedo a los propios médicos. Para Kertész la vida es un error que la muerte tampoco arregla. Un grave error y, la mayor parte de las veces, también una mentira a la que la muerte tampoco pone fin.
Kertész no permaneció estático durante estos años sino que viajó a muchos lugares, debido sobre todo a la concesión del Premio Nobel de Literatura que recibió con alegría y rechazo a la vez. ¿Le serviría para curarse él y su esposa? Por el contrario lo lanzó a ser un personaje público, papel que él detestaba. Varios de sus viajes los hizo a España. Palabras muy cariñosas para sus editores Juan Cruz y Jaume Vallcorba.
Kertész anota su día a día interior y exterior. Se ve incapacitado para escribir nuevas obras narrativas como antes pero, por otra parte, estos diarios memorialísticos son también una gran literatura descarnada que nos muestra cómo un gran escritor se enfrenta a sus últimos años sin huir de sus responsabilidades tanto intelectuales como personales. Tiene dudas, tiene miedos, está al borde de la depresión, se desespera, el miedo está a punto de volverlo loco, sufre por sí mismo y por la persona a quien más ama y no puede ayudar, se autocompadece, se increpa, se detesta, desconfía de su propia obra, se entrega a la música, lucha contra la indolencia, percibe su decadencia como una afrenta, siente que nadie lo quiere pero, sin embargo, cada palabra que escribe lo ayuda a ganar tiempo para vivir sin la vergüenza de una existencia disminuida hasta la extinción.
La última posada es una obra y un documento memorable, de uno de los más grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX.
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