En esta
semana de pasión resulta imposible no alzar la voz para denunciar la pavorosa
injusticia que padecen los emigrantes y refugiados. Es vergonzoso, lamentable,
indecente, el tratado de la Unión Europea que blinda sus fronteras y excluye de
manera descarada a quienes sufren el drama de huir de la guerra, de la pobreza.
Vergüenza,
indignación, lamento… son algunas palabras que me vienen a los labios al
contemplar las imágenes que ofrecen la televisión de hombres, mujeres, niños,
dejados a su suerte, abandonados en mitad de la noche, del frío, del barro, o
devueltos a sus países de origen como mera mercancía, simplemente porque se les
considera un problema, un estorbo, incluso una amenaza, sobre todo una amenaza.
No cabe mayor cinismo en una ley tan injusta, inhumana, tan clamorosamente
excluyente y xenófoba.
Por eso
alzo la voz junto a las muchas voces que denuncian el intolerable desprecio que
padecen nuestros hermanos refugiados, emigrantes… No podemos mirar para otro
lado ni encogernos de hombros. Recemos por ellos, tengámoslos muy presentes.
Contemplemos su humanidad herida, reflexionemos… Ellos son Cristo crucificado.
Hagamos lo posible e imposible para aliviarles el peso de su desmedida cruz.
Hagamos de Simón de Cirene. Que nuestras conciencias sacudidas no nos dejen
dormir en paz mientras un solo inocente permanezca desvalido en los lodos de
tantos caminos, que ya no conducen, desgraciadamente a Roma, sino al acero frío
de una gigantesca y cruel alambrada.
Que los
refugiados, emigrantes, aviven nuestra misericordia, que reciban la acogida y
el abrazo que la vieja Europa ahora les niega.
Que la Semana Santa sea propicia a nuestra conversión.
Desde Vélez de Benaudalla. Paco Bautista, sma.
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