1.- Los países más avanzados de la tierra, llevaron a Cuba ante el Anciano de días, diciendo: “Señor Todopoderoso, hemos encontrado a este país en flagrante delito de violación de los derechos humanos. Tus profetas en la tierra enseñan que la mejor manera de cumplir la voluntad de Dios es respetar los derechos humanos; y que el que ofende a Dios merece un infierno. ¿Qué debemos hacer?”.
El Anciano de días seguía mirando hacia el infinito sin decir nada. Los acusadores se impacientaron: “parece que ni se ha enterado, es que ya chochea; mejor sería prescindir de Él”…
Pero insistieron educadamente: “¿qué hacemos Señor?”. Entonces el Anciano de días se volvió hacia ellos y, con una sonrisa desarmada y desarmante, les dijo: “el que de vosotros respete los derechos humanos, que le tire la primera piedra”.
Entonces los más viejos comenzaron a pensar. EEUU se decía: “la ofensiva terrorista que emprendimos contra Irak, o esa base de Guantánamo, y el bloqueo de la isla son una clara violación de derechos humanos; también es cierto que Arabia Saudí quebranta esos derechos mucho más que Cuba, y nunca la hemos denunciado, sino que comerciamos con ellos y hasta les ayudamos en la guerra contra Yemen”… Y optó por irse retirando lentamente.
La anciana Europa pensaba: “no sé si habrá querido aludir a la barbarie que hemos hecho con los refugiados de Siria y demás; quizá será mejor hacer discretamente mutis por el foro”. Y hasta España, cuyo gobierno se había mostrado tan hostil a Cuba, sabía allá en el fondo de su conciencia que tanto la llamada “ley mordaza”, como la reforma laboral de que tanto presumía, pisoteaban derechos humanos de la primera y de la segunda generación. Y optó también por retirarse explicando que, con haber llevado a Cuba ante el juicio divino, ya habían obtenido lo que querían y que no hacía falta más…
Poco a poco fueron desapareciendo los acusadores, hasta que el Señor de la historia se quedó solo con Cuba ante Él. “¿Dónde están tus acusadores?”, le preguntó. “¿Ninguno te ha condenado?”. “Ninguno Señor” respondió Cuba. “Pues yo tampoco te condeno”, le dijo el Anciano de días. “Vete en paz; y procura respetar todos los derechos humanos que pisoteas”.
Es fácil descubrir que ese relato es una parodia casi literal de otra escena del evangelio de san Juan (cap. 8). He elegido esa parodia porque resulta que en algunos manuscritos de dicho evangelio, no figura esa escena de la mujer adúltera, o ha sido arrancada. Los investigadores sospechan que esa desaparición obedece al hecho de que la escena provocó muchos escándalos en la iglesia antigua.
Y los inquisidores interesados de siempre optaron, como suelen hacer, por negarle la existencia.
Dicho esto, volvamos al problema de los derechos humanos.
2.- Habitualmente se clasifican esos derechos por “generaciones” según la fecha en que aparecieron. La primera generación incluye los derechos de la revolución francesa: de reunión, libertad de expresión, libertad religiosa etc. Son derechos políticos y con ellos se abre la Declaración Universal de los derechos humanos de 1948. Los de la segunda generación se fueron gestando tras la primera guerra mundial, ante la experiencia de lo insuficiente de la primera generación para una vida humana digna, y para la igualdad y la fraternidad, proclamadas ya en la revolución francesa: son derechos socioeconómicos (trabajo digno, educación, asistencia médica, prestación por desempleo…) y están recogidos también en la Declaración Universal, a continuación de los anteriores (artículos 22-27). Si no me equivoco, y paradójicamente, fue el presidente F. Roosevelt quien los propuso y quien más luchó por ellos. Pero fue en Europa donde más cuajaron y donde más se intentó ponerlos en práctica. Sospecho que eso fue lo que dio a Europa gran prestigio y cierta aureola modélica, aunque ahora esa misma Europa los está desmantelando tácitamente.
3.- Hay otras “generaciones” pero no interesan ahora. La distinción que acabo de exponer puede ayudar a comprender algo de lo que pasó en la visita de Obama a Cuba, reconociendo que ha sido magnífico el que se pudieran decir públicamente tantas cosas como se han oído. La Cuba de Baptista que era una especie, no ya de “patio trasero”, sino de “burdel trasero” de Estados Unidos, no respetaba ni los de la primera ni los de la segunda generación. La revolución se dedicó, lógicamente, a estos últimos y hay que reconocerle éxitos llamativos en este campo, a pesar del criminal bloqueo. La medicina cubana se había ganado un respeto universal. Y el mismo Obama, con su buena voluntad, reconoció públicamente la calidad educativa de los jóvenes que se entrevistaron con él. Tengo una amiga cubana, negra como la pez, residente aquí, que me dijo una vez: “Uds. digan lo que quieran de Castro; pero yo debo reconocer que a los negros nos ha tratado muy bien” (y no sé si en el modo de decirlo había una alusión a los negros de EEUU).
Pero hay una ley evidente en la historia: lo que se ha recibido desde la infancia sin esfuerzo, acaba pareciendo cosa tan natural que deja de ser apreciado (o sólo se valorará cuando se haya perdido). Entonces uno tiende a valorar y desear aquello que no tiene: una revolución que, satisfechos los derechos socioeconómicos de la segunda generación, no consigue renovarse hacia derechos políticos de la primera, estará amenazada de esclerosis múltiple. Por ahí iba la razón de Obama, a pesar de esa otra ley que también vige en nuestro mundo: muchos se aprovechan reclamando los derechos de la primera generación, para pisotear los de la segunda; y la libertad que reclaman es una libertad para oprimir o para ser egoístas.
A su vez, EEUU pisotea los derechos de la primera generación, simplemente porque son incompatibles con el sistema económico, que saca toda su espectacular eficacia del irrespeto a todos esos derechos (de trabajo digno, educación, salud pública…). Es, como ha dicho Francisco, un sistema “que mata”, por mucho que el señor Trump se sintiera ofendido cuando el obispo de Roma le dijo que sus propuestas no era cristianas. Los fracasos de Obama en su intento de reforma sanitaria o en su promesa de cerrar Guantánamo, son el mejor ejemplo de ello.
4.- En este contexto, la expresión de “presos políticos” pierde su sentido. Y es muy significativo que eso no lo percibiera el periodista que preguntó por ellos. Raúl Castro pudo decir, con sus dosis de hipocresía, que no hay en Cuba presos políticos; claro está: teóricamente son sólo gente que ha quebrantado unas leyes del país. Pero el problema está en que esas leyes son injustas y contrarias a los derechos humanos. Y el problema crece: porque, si Europa y EEUU no quieren ser igualmente hipócritas, habrán de reconocer que también ellos tienen presos políticos: si un norteamericano va a la cárcel por destruir los archivos de reclutas de Vietnam (como le ocurrió al cura católico Ph. Berrigan), o por intentar liberar a algún preso de Guantánamo, será un preso político. Y si un español va a la cárcel por quebrantar nuestra ley mordaza o nuestra ley de reforma laboral, será también un preso “político”, por más que el PP lo niegue.
5.- En conclusión, el problema de los derechos humanos debería obligarnos a todos a hacer un serio examen de conciencia, más que a tomarlos como un arma contra nadie. Porque no estamos sin pecado. Los derechos humanos han de ser respetados todos: con una cierta primacía que daría de entrada más importancia a los de la segunda generación; pero sin que esta primacía sirva de excusa para olvidar los demás. Con el agravante de que los de la primera generación nos afectan a nosotros, los privilegiados de la tierra y, por eso, tendemos a fijarnos más en ellos. Los de la segunda generación afectan a los parias y las víctimas que son la mayoría de la población mundial pero “no son de los nuestros”. Por eso tendemos a darles menos importancia aunque son más importantes: los primeros se los exigimos a los gobiernos; los segundos los dejamos en manos del mercado.
José Ignacio González Faus
Periodista Digital
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