sábado, 19 de marzo de 2016



Andrés Torres Queiruga

"El cambio socio-cultural obliga a repensar los temas teológicos"

Andrés T. Queiruga: 

"El Papa está potenciando el papel de los teólogos"

Pide que la condena de la pederastia

 eclesiástica no deje en el limbo 

la de otros estamentos


Francesco Strazzari, en Settimana 

En una entrevista a la revista italiana Settimana, el prestigioso teólogo gallego, Andrés Torres Queiruga, insiste en que Francisco "está potenciando el papel de los teólogos" para que actualicen la fe, asegura que el rol de la religión en la moral "no es descubrir o dictar normas" y pide que los casos de pederastia del clero no tapen "el iceberg" social de esta plaga que causa tantas víctimas.

Los teólogos hoy: de la persecución y condena de los tiempos de Ratzinger como prefecto y Papa al 'espíritu' de Francisco. ¿Cambia la forma de hacer teología con los diversos Papas?
Propiamente, no debería cambiar, pues el magisterio pastoral respeta la autonomía del magisterio teológico. Tienen funciones distintas y complementarias. Pero la verdad es que el clima eclesial, que depende mucho del primero, influye en los teólogos. Sobre todo, abriendo un clima de mayor libertad y, seguramente, también de ánimo y esperanza. Es lo que está sucediendo con la actitud consecuente del papa pastoral que es Francisco: realizando con vigor evangélico su papel de pastor, está potenciando el papel de los teólogos en su tarea de la actualizar la comprensión de la fe.

De la teología 'especulativa' a la teología 'cotidiana'. ¿Cuáles son las ventajas y los riesgos?
La teología, si quiere serlo de verdad, tiene que ser siempre "especulativa", en el sentido de que debe ser rigurosa, asegurando la coherencia y significatividad de la fe, pues su rol es "dar razón" de nuestra esperanza. La diferencia está en los temas, destinatarios y finalidades concretas abordadas en cada caso. Un tema de discusión sistemática en problemas teológicos intrincados no puede tratarse con el mismo estilo de razonamiento que cuando se trata de aclarar un problema para hacerlo accesible en la predicación o vivible en la piedad. De todos modos, esta última finalidad nunca se puede perder de vista. En definitiva, toda teología está al servicio de la vivencia y práctica de la fe.

Los teólogos parecen estar un poco apagados hoy, superados por sociólogos, antropólogos, psicoanalistas o expertos en medios. ¿Cómo se sitúan los teólogos en medio de este maremagnum tempestuoso?
Ahí reside un gran problema para la teología actual. El cambio de cultura tras la revolución moderna y, a su modo, tras la inflexión posmoderna ha cambiado radicalmente el contexto. La teología tiene que conocerlo, si quiere actualizar la comprensión de la fe, reconociendo las nuevas dificultades y desafíos, pero también las nuevas posibilidades. La conexión y transición entre las respuestas elaboradas dentro del paradigma antiguo y las que hoy son necesarias no resulta fácil. De hecho, tengo la impresión de que una parte muy importante -quizás demasiado amplia- del esfuerzo teológico se está dedicando no solo al conocimiento ofrecido por las demás ciencias -antropología, sociología, psicoanálisis...-, sino incluso a la investigación en esos campos. El peligro es entonces una especie de clericalismo inconsciente que se siente responsable de investigaciones o teorías que caen dentro de la autonomía de esas disciplinas. Con la consecuencia de que la energía no se dedica al trabajo específico que, de acuerdo con las normas y exigencias de la propia autonomía, debe realizar la teología. Sólo así es posible un diálogo serio y fecundo con las demás ciencias, aprendiendo de sus resultados específicos y ofreciéndoles también los resultados propios.

¿Puede explicar un poco más qué quiere decir?
Lo intento, porque responde a una honda preocupación mía y busco todavía claridad. El problema radical está en que el cambio socio-cultural obliga a repensar y renovar muy a fondo incluso los temas teológicos más fundamentales, de modo que resulten inteligibles y con fecundidad humanizadora en los destinatarios actuales del mensaje evangélico. Y aquí tenemos una grave carencia. Realmente, ¿quien no siente hoy la tremenda dificultad de aclarar ante un auditorio medianamente crítico la comprensión cristiana de temas como el pecado original, la eficacia de los sacramentos, la transubstanciación, la Biblia como palabra de Dios, la resurrección o el problema del mal..., para no hablar de la Encarnación o la Trinidad? Estos temas, en general, o no se tratan directamente o se habla de ellos dentro de un lenguaje teológico o dogmático marcadamente tradicional (en algún momento he hablado de "teologías bonitas"), que o bien gira en torno a las fórmulas heredadas, a veces confundiendo el adorno formal con el repensamiento riguroso, o suponiendo que el significado se asegura con la repetición "ortodoxa" de palabras, fórmulas y conceptos heredados. Comprendo que muchos teólogos emigren al trabajo -¡necesario e indispensable!- de un acompañamiento inmediato en el compromiso socio-práctico cristiano o de ofrecer una "visión cristiana" de los temas culturales del momento. Repito: eso es estrictamente necesario, pero se empobrece, si no es sostenido y acompañado por una comprensión de la fe críticamente actualizada, que motive desde muy adentro, asegurando el sentido hondo de la existencia humana y alimentando una esperanza realista, a prueba de desánimos y pragmatismos inmediatistas.

Argumentos como el alma, el cerebro, la corporeidad o el género atraen cada vez más argumentos llamémosles 'clásicos' hasta plantearse temas como el silencio, que abordó el último número de Concilium. El hombre sigue siendo un misterio, incluso para la teología.
Son buenos ejemplos de lo que intento decir. Atender a ellos, conocer sus cuestiones fundamentales y aprender de los resultados de las ciencias correspondientes, es lógico y necesario. Pero las cuestiones propiamente teológicas, porque afectan directamente a la fe y su vivencia, tienen su nivel propio y dentro de él ha de realizarse el esfuerzo fundamental. Para concretar: son muy interesantes los estudios acerca de la repercusión e incluso localización cerebral de la experiencia religiosa, y está bien saber todo lo posible. Pero, sean cuales sen los resultados, para la religión -¡como para la poesía y la matemática!- lo decisivo está en comprender el significado específico de la novedad específica y estrictamente humana que emerge desde esos condicionamientos. Los condicionamientos pueden ayudar a comprender mejor aspectos de la verdad, pero no la determinan, porque ésta se mueve en otro ámbito. Incluso una fórmula matemática tiene sus raíces y repercusiones en el cerebro; pero eso non impide seguir afirmando que dos y dos son cuatro, ni anima a cerrar las facultades de matemáticas. La repercusión biológica de la vivencia religiosa es mucho más intensa, debida a su mayor implicación existencial; pero, en definitiva, no es ahí, sino en el ámbito irreductible y específicamente humano, donde la teología debe centrar su trabajo en aclarar la verdad de la existencia de Dios y en explorar su significado para la vida humana.

Karl Rahner decía que el siglo XXI sería espiritual o no sería. Por otra parte, se pensaba que la secularización iba a dar el golpe de gracia a la religión. Y, sin embargo, parece que no ha sido así. De hecho, sobre la religión se basan hoy movimientos de masa que dan miedo.

La situación es grave, pero no más que en otros momentos de la historia. Sucede que -sobre todo en ciertos estratos de la cultura à la mode y en los ambientes modelados por los medios de masas- estamos todavía en la crecida de la marea causada por la revolución cultural de la modernidad, con sus consecuencias secularizadoras. Revolución irreversible, necesaria y provechosa en muchos aspectos, como reconoció el Vaticano II. Pero que, como ya advirtiera Hegel y avisa también el Concilio, puede quedarse mirando al dedo de lo inmediato sin percibir el fondo -o la altura- de su profundidad transcendente, como dice Hegel, o ignorar su relación con el Creador, como dice el Concilio. Esta profundidad, este estar habitados por la presencia activa y amorosamente incansable de Dios, sigue presente y moviendo las aguas más profundas del espíritu humano. Tengo la impresión de que en muchos puntos la marea superficial está chocando ya con sus propios límites, de modo que la marea empieza a refluir y va dejando al descubierto, como una amplia playa llena de restos y promesas, el hambre de transcendencia. Los numerosos movimientos que hablan de nueva "espiritualidad" y cultivan prácticas alternativas, son en mi parecer una prueba elocuente.


Hablando de problemas actuales, ¿qué piensa del tremendo escándalo de los abusos a menores por sacerdotes o personal religioso?
Un tema insistente, necesitado de tratamiento claro y enérgico, pero también cargado de profundas ambigüedades. Quisiera ser claro, porque en estos temas lo más fácil es un tratamiento simplista y lineal, sin la necesaria agudeza dialéctica, que, insistiendo en aspecto, no lo convierta en negación del otro. Es evidente que nunca se subrayará con suficiente energía el horror moral de algunos representantes de la iglesia y el terrible daño humano infligido a tantas víctimas inocentes. Pero, justo por eso, ese subrayado debe hacerse buscando de verdad el remedio al problema fundamental: acabar con esa peste social, persiguiéndola en todos los rincones donde se ejerce y esconde. 
Y aquí creo que se está cayendo en una gravísima inconsecuencia moral y en una inmensa hipocresía social: al centrar el problema en los delincuentes eclesiásticos, se está generando la impresión de que ese es el único problema; de suerte que, denunciados y castigados ellos, todo quedaría solucionado. Pero sabemos muy bien que lo que así se está tratando es sólo un parte mínima, la punta de iceberg de un abuso inmenso (creo que en torno al uno por ciento de las víctimas). ¿Qué indignación moral y qué energía jurídica y policial se está reclamando y ejerciendo contra los abusadores del otro noventa y nueve por ciento? ¿Como se afrontan de verdad los abusos dentro de la familia, padres, hermanos y otros familiares, en el mundo de la medicina, de la enseñanza en general, del espectáculo, del deporte y diversas asociaciones juveniles...? Dios me libre -y lo digo literalmente- de intentar disculpar a los que en la iglesia incurren en esos abominables delitos o de pedir que se afloje su investigación y su castigo. Pero esto sólo deja de ser moralmente hipócrita, si el escarmiento eclesiástico sirve como espoleta para desencadenar una auténtica campaña general, un vendaval de indignación para empeñarse a fondo en el frente completo de lo miles y miles de niñas y niños que son abusados en los diferentes ámbitos y grupos sociales. 
Sé, por experiencia, que este discurso encuentra resistencias, incluso en ambientes cristianos. Pero creo que urge hacerlo expreso, si de verdad lo que interesa es el horrible abuso que continúa haciendo estragos en la inmensa mayoría de las víctimas inocentes. He visto Spotlight, he admirado su factura y compartido su indignación. Pero el espectador ingenuo o simplemente el que descuida su guardia crítica, sale con la impresión de que el abuso sólo existe en instituciones religiosas y que la religión es la verdadera culpable, de suerte que el problema quedará resuelto en cuanto ahí se acaben los abusos y de paso de deslitime la fe religiosa. A eso me refiero cuando hablo de inconsecuencia moral y de hipocresía social. La defensa aparente puede convertirse en una tapadera muy real.


En síntesis, tras una larga carrera de docente, de autor de libros y ensayos de indudable valor, con un prestigio que supera las fronteras españolas, ¿cómo ve la búsqueda teológica y qué pistas debería recorrer?

Creo que de manera indirecta he dicho lo fundamental de mi parecer. Pero el último problema me permite detenerme en otro que sigue pendiente y considero de suma importancia: el repensamiento de las relaciones entre la religión y la ética o la moral (a nivel profundo no es relevante esta segunda distinción). Reconocer y sacar las consecuencias de la autonomía de las ciencias ha costado lo suyo, pero en principio es una tarea realizada. Nadie acude a la Biblia para dilucidar cuestiones científicas y ciertas discusiones como las del "creacionismo" obedecen a simples malentendidos por parte de fundamentalistas tanto científicos como religiosos (que, según dijera Karl Rahner, son más bien residuos decimonónicos). Pero con la autonomía de la moral no sucede lo mismo. Se reconoce, ya desde Platón y santo Tomás, que las cosas no son buenas porque Dios las mande o malas porque las prohíba. Y el Vaticano II extiende expresamente la autonomía también a "la sociedad misma", que goza también de "propias leyes y valores". La moral o la ética habla de lo bueno o lo malo, porque reconoce que hay conductas individuales o colectivas que impiden la auténtica realización de lo humano. Y para saber cuales sean esas conductas, hay que estudiarlas analizando su leyes y valores, previos a la opción religiosa o no religiosa. En ese sentido, la dilucidación de la corrección o no de cada conducta no es objeto directo de la enseñanza bíblica, aunque algunas normas son tan evidentes que las da por supuestas y las afirma como tales: tal es el caso de los mandamientos.
Pero cuando, por evolución histórica o cambio cultural, aparecen cuestiones nuevas, es la "razón ética o moral" la que tiene que dilucidarlas. La Biblia, ofrece un especial "contexto de descubrimiento" que puede ayudar en la búsqueda. Y así ha sucedido, hasta el punto de que, por ejemplo, grandes valores morales de Occidente, incluida la revolución social, son impensables sin el influjo bíblico. Aunque, como ese mismo ejemplo indica, también puede ser mal interpretada para encubrirlos. Esto no significa que la religión no tenga que ver con la moral o que pienso en eso cuando digo que la Biblia no es un libro-de-moral. La religión, como la Biblia, es profunda e irrenunciablemente moral. Pero lo es en su nivel propio y específico, cuando llama a la decisión de ser morales, animando y apoyando en el esfuerzo por conseguirlo. Es decir, el auténtico rol de la religión en la moral no es descubrir o dictar normas, sino animar y ayudar a cumplirlas, desde la fe en su fundamentación última en la bondad creadora de Dios y en la confianza filial en su apoyo. 
Sé que también aquí surgen resistencias, debidas en general a la impresión de que eso significaría tanto un abandono de la misión -también moralizadora- de la iglesia, como una merma de su autoridad en este campo. Personalmente estoy convencido de lo contrario: situaría el mensaje eclesial en el núcleo mismo de su cometido y garantizaría la auténtica eficacia de su autoridad. Creo que la actitud del papa Francisco, con el cambio de énfasis en los contenidos y en el modo de presentarlos desde los genuinos e indiscutibles valores evangélicos está demostrando que este es el camino acertado y abre la eficacia verdadera.


Lo Más Leído

No hay comentarios:

Publicar un comentario