domingo, 5 de abril de 2015

Resucitó

Domingo de resurrección: Sorpresa, novedad y anticipación

La muerte de la muerte

"Lucha por la justicia, la igualdad, la fraternidad, y por supuesto, por la libertad"


 En esta jornada se anticipa el final, arrojando una luz capaz de agrietar la angustia de los días anteriores y, a la vez, de fundar el abrazo con el Crucificado en los crucificados de este mundo
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Procesión del fuego sagrado en la basílica del Santo Sepulcro

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La luz que entra en el sepulcro

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  • El Santo Sepulcro nevado
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Jesús Martínez Gordo 
El triduo pascual tiene su cumbre en el domingo de resurrección, en el acontecimiento que es percibido y reconocido como "la muerte de la muerte" y, por ello, como el día de la sorpresa, de lo insólito, de lo imprevisto e imprevisible.

Y lo es, porque en esta jornada se anticipa el final, arrojando una luz capaz de agrietar la angustia de los días anteriores y, a la vez, defundar el abrazo con el Crucificado en los crucificados de este mundo.

Nada que ver con "la pulsión de muerte" que algunos "nuevos ateos" creen reconocer como el fundamento de la religión ni con su invitación a entender la fe y la revelación como "celebración de la nada" (M. Onfray).
La anticipación del final, la capacidad iluminadora de lo percibido como anticipación y el foco articulador de lo experimentado en este día son tres de las claves fundamentales del domingo de Resurrección, de toda semana santa y, por ello, de la misma vida.
La anticipación del final. 
La resurrección es percibida, en primer lugar, como una anticipación en el presente del final (de un final de verdad, bondad y belleza) que permite afrontar esperanzadamente el viernes santo (con su prolongación en el grito de abandono de los calvarios contemporáneos) y el silencio que preside el sábado santo. Anticipación que, desde entonces, forma parte permanentemente del código existencial de todo cristiano y que es posible experimentar y disfrutar en infinidad de "chispazos de eternidad" que frecuentemente atraviesan la existencia en forma de fugaces (pero, a la vez, impactantes y motivantes) verdades, admirables comportamientos éticos y encuentros cargados de belleza.
La anticipación del final que se visualiza en la resurrección dota a la vida de una razonabilidad, por lo menos, igualmente consistente a la de otras propuestas ateas, antiteístas o agnósticas. Se caracteriza por no imponer ni la fe ni la esperanza que la funda, sino por proponerlas, dejando siempre abierto un margen muy amplio a la libertad de decisión, es decir, a la confianza.
La luz que arroja el final anticipado. Pero del domingo de resurrección brota, además, una luz que permite comprender la segunda narración de la muerte de Jesús (la que enfatiza la confianza en el Padre) como perfectamente verosímil: la razonabilidad de la resurrección como anticipación del final permite afrontar el perecimiento (personal o colectivo) y el compromiso con los crucificados de este mundo en la confianza (y hasta certeza) de que la muerte no es ni la única ni la decisiva palabra, de que el todo, la luz y la vida que anticipadamente han irrumpido (y justificado) al Nazareno van a ser la última y definitiva palabra por pura gracia de quien es principio y fundamento de todo (Dios).
Cuando no se percibe ni experimenta (aunque sea ocasionalmente) esta esperanza se acaba abandonando, más tarde o más temprano, el compromiso callado y paciente que siempre acompaña (y sostiene) a todo seguidor del Crucificado con los crucificados de este mundo, por muy buena voluntad que se pueda tener. En el extremo, cuando la paz y el gozo que proporcionan semejante anticipación no se entran en escena, un cierto masoquismo puede ser su particular tentación. Y con élla, la de arrojarlo todo por la borda. Todo, menos los demonios que acaban ocupando el vacío dejado por el Crucificado y los crucificados en los que se actualiza. Entre ellos, obviamente, el más poderoso y omnipresente de todos: el ídolo del dinero con su inseparable acólito, muchas veces eufemísticamente presentado como "profesionalidad".

El foco articulador del domingo. 
La novedad y la sorpresa del domingo de resurrección arrojan una sorprendente luz sobre los puntos ciegos y oscuros del viernes y del sábado santo. Y desde estos días últimos sobre el mismo domingo.

Así, por ejemplo, cuando se aborda cada día por separado, entonces entran en escena diferentes extrapolaciones (herejías, dirán los teólogos más clásicos. "Enfermedades", desde otras disciplinas): el dolorismo (cuando lo único central es el viernes Santo), el apofatismo o el silencio mudo (cuando el sábado Santo llena toda la escena) y la ingenuidad -frecuentemente, postmoderna- de creer que se ha llegado al final de la historia y que todo es felicidad sin dolor y sin silencio (el domingo de resurrección sin viernes ni sábado santos). 

Lo que se entiende por misterio cristiano, si realmente está fundado en el triduo pascual, es esperanza asentada en la memoria del Crucificado que se actualiza en los crucificados de este mundo (y de los todos los tiempos) y que se anticipa en el presente como "chispazos" de verdad, belleza y misericordia, es decir, de Vida definitiva. Por tanto, dicho misterio es, a la vez, abandono confiado, silencio visitado por la palabra y gozosa anticipación que alienta y sostiene en la lucha por la justicia, la igualdad y la fraternidad, además, por supuesto, de por la libertad.


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