Martín Gelabert Ballester, OP Vemos como somos
La psicología nos ha enseñado que los sentidos no son canales pasivamente receptivos para que luego la mente construya sus elucubraciones, sino que ellos tienen un papel activo en esta elucubración. Los sentidos ven lo que quieren ver, oyen lo que quieren oír, gustan lo que quieren gustar. Los intereses condicionan nuestra mirada. O dicho de otra manera: el lugar en el que nos situamos facilita o impide que veamos determinadas cosas. Por eso no se predica de la misma forma cuando uno conoce, desde la cercanía y la experiencia, los problemas de aquellos a quienes se dirige, que cuando habla desde la distancia. La cercanía probablemente le conduzca a anunciar la misericordia y la comprensión, y quizás la distancia le conduzca a hacer consideraciones moralizantes.
Me parece que debemos profundizar aún más. Sin duda, los intereses y la perspectiva son condicionantes de nuestra visión y comprensión de la realidad. Pero estos intereses son expresión de nuestro propio ser. Por esto me hizo pensar una frase de Xavier Melloni: “no vemos la realidad tal como es, sino tal como somos”. ¡Vemos como somos! Consecuencia inmediata: lo que vemos en los otros nos retrata. Si solo veo lo malo de los otros, si solo tengo palabras criticas, negativas y descalificadoras, es que el negativo soy yo. Dios, como es Amor, solo tiene palabras de amor y de misericordia. Como el Hijo del Hombre solo ha venido para salvar, lo propio del diablo (el enemigo de Cristo) será hacer lo contrario, o sea condenar. Cuando condeno dejo claro quién es mi padre.
Segunda consecuencia de ver la realidad tal como somos: cuanto más me abra, en la oración, al Dios que habita lo profundo de mi ser y me constituye, más me divinizaré. En la medida en que me divinice, veré al mundo y a los otros con los ojos de Dios, los veré desde lo que soy, desde mi ser divinizado. Hay muchos niveles y estancias en nuestro corazón. La oración nos sitúa en aquellas instancias más constitutivas y nos permite juzgar con más acierto, con más responsabilidad y ternura. La intimidad con Dios, lejos de alejarnos de la realidad, nos abre a una mejor comprensión de lo real, hace que aumente nuestra capacidad de percibir lo mejor de cada persona y de cada situación. Y, al percibir lo mejor, percibimos al Dios que siempre constituye lo mejor. Cuanto más plena es la unión con Dios, más plena es nuestra unión con las otras cosas y personas.
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