jueves, 27 de febrero de 2014

Carta de Paco

MOSAICO

El hospital es un mosaico de muchos colores, compuesto por infinidad de teselas, cada una con su historia, su tonalidad, su matiz, que da al conjunto una visión cargada de humanidad. En medio del sufrimiento lógico de los enfermos hay un denominador común: la esperanza, la alegría y la fe en el único Dios de todos.
¡Qué pocas quejas encuentras entre mujeres, hombres, ancianos, abuelas, niños, niñas, jóvenes, familiares y cuanta entereza en sus rostros!
Si llevas alguna preocupación allí se te diluye como azucarillo en una taza de café. “¡Qué derecho tengo yo a quejarme, me digo, viendo lo que veo allí”
Cada enfermo con su gesto, con su mirada, o cuando te acercas a apretarle la mano, te transmite lo mejor que lleva dentro: su humanidad siempre viva, maltrecha por la enfermedad, sí, pero que sigue en pie sostenida por la fe en Dios y la esperanza. Eso es una lección para los que los visitamos con regularidad, lección que nunca deberíamos olvidar.
Por eso quiero rendirles una vez más homenaje, porque lo merecen, porque muy pocos los tienen en cuenta. Ellos nada te piden y es mucho lo que te dan mucho.
Os pongo un ejemplo de la última visita. Nos acercamos a la cama de un hombre de más de cincuenta años. Nada más vernos su rostro se llenó de alegría:
- ¿Cómo estás?- preguntó Yves.
- Mejor, comienzo a tener algo de sensibilidad en la parte izquierda de mi cuerpo aunque todavía no pueda mover ni el brazo ni la pierna.
Después nos contó su historia. Llevaba diez años en la cárcel de Niamey esperando un juicio que nunca llegó, sin recibir atención jurídica alguna. Sus condiciones allí eran lamentables, por la soledad, la impotencia de no ser juzgado, la falta de higiene, la violencia interna de la prisión, el hambre que
pasaba en ella, las noches sin dormir, los días llenos de incertidumbre, los malos tratos, etc. Hasta que sufrió un infarto cerebral y las autoridades penitenciarias lo dejaron en el hospital. Comprobaron además que era
inocente de los cargos que se le imputaban. Parece ser – nos decía- que lo encerraron acusado de un hurto en un mercado de vete tú a saber qué, tal vez una gallina o un puñado de patatas, que él nunca había cometido. Le dieron la libertad cuando la mitad de su cuerpo estaba paralizada.
Fuese o no verídica su versión, de lo que no cabe duda es del trato inhumano sufrido por esta persona y durante tanto tiempo.
- Ahora siento algo de alivio. Llevo tres meses aquí y noto una franca mejoría. Soy un afortunado y agradezco a Dios que Él me haya sostenido en estos años tan difíciles. Hay otros muchos entre rejas sin saber porqué y pudriéndose en vida. 
¡No hay derecho!
Yves, como yo, lo escuchamos con atención y respeto. Después, antes de decirle adiós, le dejamos unas revistas para que pudiese leer y se le hiciese la convalecencia más llevadera.
- Gracias por pasar a verme. ¡Que Dios os bendiga! 
¡No sabéis el bien qué me hacéis! 
Yo no dejo de darle gracias a Alá, pero no me olvidéis y rezad por mí. Lo necesito.
- Así lo haremos- le contesto Yves-, y ya verás qué pronto recuperas la movilidad y sales por fin libre a la calle. Y ese Dios que te sostiene y que te ha sostenido te ayudará a rehacer tu vida.
- ¡Que así sea!- y nos apretó las manos con un afecto agradecido y sincero.
Seguimos la visita recorriendo los enormes pabellones atestados siempre de gente, contemplando aquel mosaico con sus teselas vivas, únicas, cada una con su historia, su tonalidad, con su colorido, con su matiz, su rostro, y
todas ellas formando un conjunto de una humanidad sostenida por Dios y su misericordia.


Desde Niamey, fraternalmente Paco Bautista, sma a 18-2-2014.

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