La caricia esencial
rescata nuestra humanidad
Leonardo Boff
La
caricia es una de las expresiones supremas de la ternura sobre la cual hemos
tratado en el artículo anterior. ¿Por qué decimos caricia esencial? Porque
queremos distinguirla de la caricia como pura moción psicológica, en función de
un querer fugaz y sin historia. La caricia-moción no envuelve a toda la
persona. La caricia es esencial cuando se transforma en una actitud, en un
modo-de-ser que califica a la persona en su totalidad, en su psique, en su
pensamiento, en su voluntad, en la interioridad, en las relaciones.
El
órgano de la caricia es, fundamentalmente, la mano: la mano que toca, la mano
que acaricia, la mano que establece relación, la mano que da calor, la mano que
trae quietud. Toda la persona a través de la mano y por la mano revela un modo
de ser cariñoso. La caricia toca lo profundo del ser humano, allí donde se
sitúa su Centro personal. Para que la caricia sea verdaderamente esencial
necesitamos cultivar el Yo profundo, que busca lo más íntimo y verdadero en
nosotros, y no solo el ego superficial de la conciencia, siempre llena de
preocupaciones.
La
caricia que emerge del Centro produce reposo, integración y confianza. De ahí
su sentido. Al acariciar al niño, la madre le comunica la experiencia más
orientadora que existe: la confianza fundamental en la bondad de la vida; la
confianza de que, en el fondo, a pesar de tantas distorsiones, todo tiene
sentido; la confianza de que la paz no es un sueño, es la realidad más
verdadera; la confianza de la acogida en el gran Útero.
Al
igual que la ternura, la caricia exige total altruismo, respeto del otro y
renuncia a cualquier otra intención que no sea la de querer bien y amar. No es
un roce de pieles, sino una entrega de cariño y de amor a través de la mano y
de la piel, piel que es nuestro yo concreto.
El
afecto no existe sin la caricia, la ternura y el cuidado. Así como la estrella
tiene que tener un aura para brillar, de igual manera el afecto necesita la
caricia para sobrevivir. La caricia de la piel, del pelo, de las manos, de la
cara, de los hombros, de la intimidad sexual hace concreto el afecto y el amor.
La calidad de la caricia impide que el afecto sea mentiroso, falso o dudoso. La
caricia esencial es leve como el entreabrir suave de una puerta. Jamás hay
caricia en la violencia de azotar puertas y ventanas, es decir, en la invasión
de la intimidad de la persona.
El
psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo en su bello libro sobre El
derecho a la ternura (Arango editores 2004) dice: «La mano, órgano humano
por excelencia, sirve tanto para acariciar como para agarrar. La mano que
agarra y la mano que acaricia son dos facetas extremas de las posibilidades de
encuentro inter-humano».
En
una reflexión cultural más amplia, la mano que agarra corporifica el
modo-de-ser de los últimos cuatro siglos, de la llamada modernidad. El eje
articulador del paradigma moderno es la voluntad de agarrar todo para poseer y
dominar. Todo el Continente latinoamericano fue agarrado y prácticamente
diezmado por la invasión militar y religiosa de los ibéricos. Y vino a África,
a China, a todo el mundo que se puede agarrar, hasta a la Luna.
Los
modernos agarraron la naturaleza dominándola, explotando sus bienes y servicios
sin ninguna consideración ni respeto a sus límites y sin darle tiempo de reposo
para que pudiera reproducirse. Hoy recogemos los frutos envenenados de esta
práctica sin ningún tipo de cuidado y ausente de todo sentimiento de caricia
hacia lo que vive y es vulnerable.
Agarrar
es expresión de poder sobre, de manipulación, de encuadramiento del otro o de
las cosas a mi modo de ser. Si miramos bien, no ha ocurrido una mundialización respetando
las culturas en su rica diversidad. Lo que ha ocurrido ha sido la
occidentalización del mundo. Y en su forma más pedestre: una hamburguerización
del estilo de vida norteamericano impuesto en todos los rincones del planeta.
La
mano que acaricia representa la alternativa necesaria: el modo-de-ser-cuidado,
pues «la caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y
suelta, para permitir la movilidad del ser con el que entramos en contacto»
(Restrepo).
En
los días actuales es urgente rescatar en los seres humanos la dimensión de la
caricia esencial. Ella está dentro de todos nosotros, aunque encubierta por una
gruesa capa de ceniza de materialismo, de consumismo y de futilidades. La
caricia esencial nos devuelve nuestra humanidad perdida. En su mejor sentido
refuerza también el precepto ético más universal: tratar humanamente a cada ser
humano, es decir, con comprensión, con acogida, con cuidado y con la caricia
esencial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario