La raíz última de la
crisis ecológica:
la ruptura de
la re-ligación universal
Leonardo Boff
Las
causas que han llevado a la crisis ecológica son muchas. Pero tenemos que
llegar a la última: la ruptura permanente de la re-ligación básica, que
el ser humano ha introducido, alimentado y perpetuado con el conjunto del
universo y con su Creador.
Tocamos
aquí una dimensión profundamente misteriosa y trágica de la historia humana y
universal. La tradición judeocristiana llama a esa frustración fundamental pecado
del mundo y la teología, siguiendo a san Agustín que inventó esta
expresión, pecado original o caída original. Lo original aquí no
tiene nada que ver con los orígenes históricos de este anti-fenómeno, por lo
tanto, con el ayer. Sino con lo que es originario en el ser humano, que afecta
a su fundamento y sentido radical de ser, por lo tanto, con el ahora de su
condición humana.
Este
pecado tampoco puede ser reducido a una mera dimensión moral o a un acto
fallido del ser humano. Se refiere a una actitud globalizadora, por lo
tanto, a una subversión de todas sus relaciones. Se trata de una dimensión
ontológica que concierne al ser humano, entendido como un nudo de relaciones.
Ese nudo se encuentra distorsionado y viciado, perjudicando todos los tipos de
relación.
Es
importante enfatizar que el pecado original es una interpretación de una
experiencia fundamental, una respuesta a un enigma desafiante. Por ejemplo,
existe el esplendor de un cerezo en flor en Japón y simultáneamente un tsunami
en Fukushima que arrasa todo. Existe una Madre Teresa de Calcuta que salva
moribundos de las calles y un Hitler que envía seis millones de judíos a las
cámaras de gas. ¿Por qué esta contradicción? Los filósofos y los teólogos han
venido esforzándose para encontrar una respuesta. Y hasta hoy no la han
encontrado.
Sin
entrar en las muchas interpretaciones posibles, asumimos una que va ganado cada
vez más el consenso de los pensadores religiosos: la imperfección como momento
del proceso evolutivo. Dios no creó el universo terminado de una vez, un
acontecimiento pasado, rotundamente perfecto. Desencadenó un proceso en abierto
y perfectible que hará su camino hacia formas cada vez más complejas, sutiles y
perfectas. Esperamos que un día llegará a su punto Omega.
La
imperfección no es un defecto sino una marca de la evolución. No traduce el
designio último de Dios sobre su creación, sino un momento dentro de un inmenso
proceso. El paraíso terrestre no significa saudade de una edad de oro perdida,
sino la promesa de un futuro que está por venir. La primera página de las
Escrituras es, en verdad, la última. Viene al comienzo como una especie de
maqueta del futuro, para que los lectores y lectoras se llenen de esperanza
acerca del fin bueno de toda la creación.
San
Pablo veía la condición decaída de la creación como un sometimiento “a la
vanidad” (mataiótes), no por causa del ser humano, sino por causa de
Dios mismo. El sentido exegético de “vanidad” apunta al proceso de maduración.
La naturaleza aún no ha alcanzado su madurez. Por eso en la fase actual se
encuentra lejos todavía de la meta a ser alcanzada. De ahí que “toda la
creación hasta el presente gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). El ser
humano participa de este proceso de maduración gimiendo también (Rm 8,23). La
creación entera espera ansiosa la plena maduración de los hijos e hijas de
Dios. Pues entre ellos y el resto de la creación existe una profunda
interdependencia y re-ligación. Cuando eso ocurra, la creación llegará también
a su madurez, pues, como dice Pablo, “participará de la gloriosa libertad de
los hijos e hijas de Dios” (cf Rm 8,20).
Entonces
se realizará el designio terminal de Dios. Solamente entonces Dios podrá
proferir la esperada palabra: "y vio que todo era bueno". Ahora,
estas palabras son profecías y promesas para el futuro, porque no todo es
bueno. Bien dijo el filósofo Ernst Bloch, el del principio esperanza:
«el génesis está al final y no al comienzo». El retraso del ser humano en
madurar implica un atraso de la creación. Su avance implica un avance de la
totalidad. Él puede ser un instrumento de liberación o una traba del proceso
evolutivo.
Y
aquí reside el drama: la evolución cuando llega al nivel humano alcanza el
estadio de la conciencia y de la libertad. El ser humano fue creado creador.
Puede intervenir en la naturaleza para el bien, cuidando de ella, o para el
mal, devastándola. Comenzó, quien sabe si desde el surgimiento del homo
habilis hace 2,7 millones de años, cuando creó los instrumentos con los
cuales intervenía en la naturaleza sin respetar sus ritmos. Al principio podía
ser solamente un acto. Pero la repetición creó una actitud de
falta de cuidado. En vez de estar junto con las cosas, conviviendo, se
puso por encima de ellas, dominando. Y ha ido en crescendo hasta
nuestros días.
Con
esto rompió con la solidaridad natural entre todos los seres. Contradijo el
designio del Creador que quiso al ser humano como con-creador y que mediante su
genio completase la creación imperfecta. Pero éste se puso en el lugar de Dios.
Por la fuerza de la inteligencia y de la voluntad se sintió un pequeño “dios” y
se comportó como si fuera de verdad Dios.
Esta
es la gran ruptura con la naturaleza y con el Creador que subyace a la crisis
ecológica. El problema está en el tipo de ser humano que se forjó en la
historia, más una «fuerza geofísica de destrucción» (E. Wilson) que un factor
de cuidado y preservación.
La
cura reside en la re-ligación con todas las cosas. No necesariamente ha de ser
más religioso, sino más humilde, sintiéndose parte de la naturaleza, más
responsable de su sostenibilidad y más cuidadoso con todo lo que hace. Necesita
volver a la Tierra de la cual se ha exiliado y sentirse su guardián y cuidador.
Entonces el contrato natural será rehecho. Y si además se abre al Creador,
saciará su sed infinita y obtendrá como fruto la paz.
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