La propuesta de Kasper para los divorciados
En su exposición, el cardenal alemán afrontó el tema de los Sacramentos para los que tienen en su pasado un matrimonio fallido y que se han comprometido en otra unión civil
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
La Iglesia no puede poner en tela de jucio las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio. Quienes esperan que tras las discusiones del Consistorio y después del Sínodo surjan soluciones «fáciles» y generales, para todos, cometen un error.
Pero, frente a las dificultades que afrontan hoy en día las familias y ante el crecimiento exponencial de los matrimonios fallidos, se pueden explorar nuevas vías para responder a las exigencias profundas de los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil que reconozcan su fracaso, se conviertan y, después de un periodo penitencial, pidan volver ser admitidos en los Sacramentos. Es la hipótesis que propuso el cardenal Walter Kasper en su larga y profunda exposición pronunciada ante los cardenales del Consistorio y ante el Papa.
Fue el mismo Francisco quien pidió a Kasper que no ofreciera respuestas, sino que planteara preguntas. Y parece que Kasper respondió a la perfección a esta petición.
El cardenal invitó, sobte todo, a considerar el problema de los divorciados que se han vuelto a casar desde la perspectiva de quienes sufren y piden ayuda. Ellos deben ser invitados a participar en la vida de la Iglesia. Todo ello ante la evidencia de que existen muchos casos en los que cualquier razonable intento por salvar el matrimonio resulta en vano. Hay algo heroico en los cónyuges abandonados que se quedan solos, salen adelante con sus fuerzas y educan a sus hijos. Pero muchos otros ex-cónyuges abandonados, incluso por el bien de los hijos, se vuelven a casar por lo civil y no pueden renunciar al nuevo matrimonio sin nuevas culpas.
La Iglesia, explicó Kasper, no puede proponer una solución diferente o que vaya en contra de las palabras de Jesús. La indisolubilidad de un matrimonio sacramental y la imposibilidad de un nuevo matrimonio, mientras la pareja anterior sigue con vida, no puede abandonarse o romperse con base en un llamado a la misericordia. Sobre todo, hizo notar el cardenal, porque la fe y la misericordia van de la mano.
Sin embargo, Kasper indicó que no existe ninguna situación humana para la que no haya solución. A pesar de lo bajo que pueda caer el ser humano, nunca podrá escapar a la misericordia de Dios.
El cardenal recordó que la Iglesia del último siglo ha dado algunos pasos: en el Código de derecho canónico de 1917, los divorciados que habían vuelto a contraer matrimonio eran considerados bígamos y por lo tanto «infames», posibles candidatos a la excomunión. El nuevo Código, promulgado por Papa Wojtyla, no prevé estos castigos: los divorciados que se han vuelto a casar no incurren en la excomunión y, se afirma, forman parte de la Iglesia.
Según Kasper, la Iglesia se encuentra hoy en una situación semejante a la del último Concilio, el Vaticano II. En esa época también había, por ejemplo en relación con cuestiones como el ecumenismo o la libertad religiosa, encíclicas, pronunciamientos y decisiones del Santo Oficio que parecían negar otras posibles vías. El Concilio Vaticano II, sin violar la tradición dogmática vinculante de la Iglesia, abrió las puertas a pesar de todo. Por ello, el cardenal se preguntó si no sería posible, de manera análoga, un nuevo desarrollo con respecto a los divorciados que han contraído nuevas nupcias, pero sin abolir la tradición vinculante de la fe.
La respuesta posible puede ser una respuesta que tome en cuenta las diferencias, puesto que una solución general, explicó, no podría existir. Existen, por ejemplo, todos esos casos (que recuerda la “Familiaris consortio” de Juan Pablo II) de los divorciados que se han vuelto a casar y que están completamente convencidos de que su matrimonio anterior, irremediablemente destrozado, nunca había tenido validez. Pero estas situaciones no pueden dejarse a apreciaciones subjetivas. Al mismo tiempo, la vía judicial tampoco es la única que podría resolver estas cuestiones.
Buscar una solución simplemente tratando de suavizar los procedimientos para llegar a la nulidad matromonial sería como si la Iglesia procediera deshonestamente, concediendo, bajo un disfraz, divorcios católicos.
Kasper observó que los divorciados que han contraído nuevas nupcias no pueden recibir la comunión sacramental, pero pueden recibir la comunión espiritual, si se encuentran bien dispuestos espiritualmente: lo han afirmado tanto la Congregación para la Doctrina de la Fe como Benedicto XVI (durante el encuentro con las familias del mundo en Milán). Pero los que reciben la comunión espiritual son considerados una sola cosa con Jesús. Entonces, se preguntó el cardenal alemán, ¿es una contradicción con el mandamiento del mismo Jesús? ¿Por qué no pueden recibir incluso la comunión sacramental?
Kasper citó a la Iglesia de los primeros tiempos y una práctica que en 1972 mencionaba el entonces profesor Jospeh Ratzinger. Recordando lo que sucedía con los apóstatas, los cristianos que durante las persecuciones, por debilidad, negaban el propio bautismo. Ante estos «lapsus», la Iglesia había desarrollado una práctica penitencial canónica, algo como un segundo bautismo, no con el agua, sino con las «lágrimas de la penitencia». Después del naufrago del pecado, el náufrago no debía tener a disposición una segunda embarcación, sino una chalupa de salvamento.
Incluso en relación con la práctica matrimonial, en algunas Iglesias locales existía una constumbre según la cual los cristianos que, a pesar de que su primera pareja estuviera todavía con vida y vivían en una segunda unión, después de un periodo de penitencia podían llegar a tener, no un segundo matrimonio (una nueva embarcación), sino, a través de la participación en la comunión, una chalupa de salvamento. Hablan de ello tanto Orígenes como Basilio el Grande, e incluso Gregorio Nacianceno.
¿Se podrá recorrer esta vía en el futuro?
Es la pregunta que se planteó el cardenal Kasper ante los cardenales del Consistorio. No se trataría de «gracia a buen precio», de misericordia “low cost”.
Pero, si existen casos de divorciados que se han vuelto a casar arrepentidos por el fracaso del primer matrimonio, si estos han aclarado las obligaciones del primer matrimonio (que seguirá siendo, para la Iglesia, único e indisoluble), si queda completamente exluida cualquier posibilidad de que puedan volver atrás, si no pueden abandonar sin nuevas culpas los compromisos asumidos con un nuevo matrimonio civil, si se esfuerzan para vivir de la mejor manera sus segundas nupcias a partir de la fe, si se comprometen a educar a los hijos en la fe, si tienen el deseo de los Sacramentos como fuente de fuerza en sus situaciones, ¿es posible negarles el Sacramento de la penitencia y después el de la comunión sacramental?
Los cardenales discutirán sobre estas dudas.
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