domingo, 23 de febrero de 2014





Decía en el post anterior que la muerte es la recapitulación de todos los males. 
Ahora bien, quizás alguien puede pensar que lo verdaderamente odioso en la muerte es que te maten. Insisto: lo grave y preocupante no es que te maten, sino que te puedan matar. O sea, lo grave es el morir. Cierto, que te maten resulta un detalle odioso, pero menor en relación con el morir. A veces nos perdemos en los detalles y olvidamos las cuestiones de fondo. Con todo, concedamos un minuto de atención a la pregunta por el por qué matamos. Matamos porque somos pecadores, porque el ser humano, además de frágil y finito, está inclinado al mal. Está inclinado al mal por el mismo motivo que muere, porque no es Dios. Sólo Dios es la suma bondad. El humano es bueno, pero solo en parte. No es bueno del todo. Y en ocasiones, esta bondad limitada y frágil se oscurece hasta el punto de que parece desaparecer. En su lugar, aparece el odio, el rechazo del otro. El rechazo, llevado al extremo, es el deseo de que el otro desaparezca. Por eso le matamos.

La pregunta por qué matamos resulta más lacerante e intrigante si la contrastamos con la pregunta de por qué amamos. Esa es otra de las grandes, misteriosas y enigmáticas cualidades del ser humano. Aunque podamos rechazar al otro, en realidad parece que estamos hechos para el otro, que necesitamos del otro, que sin el otro no somos, no estamos completos. El ser humano es una fuente de tensiones. Una de las básicas, que está en el origen de muchas de sus contradicciones, es la tensión entre el egoísmo, neurotizante en muchas ocasiones, y el amor. El amor se manifiesta de muchas maneras, pero todas indican un deseo y una necesidad del otro.

No hay respuestas concluyentes a estos por qué. 
Pero lo importante es que sea cual sea la respuesta que demos, tenga su lógica. De modo que si no es una respuesta racionalmente concluyente, que se imponga, al menos sea una respuesta racionalmente posible, una respuesta coherente que ofrezca alguna explicación. ¿Por qué matamos? Porque somos seres egoístas, curvados sobre nosotros mismos, ambicionando ser dioses sin serlo. ¿Por qué amamos? Por que estamos hechos a imagen de Dios, porque somos dioses en pequeño, porque somos capaces de Dios.

¿Por qué morimos? 
Morimos como consecuencia del egoísmo y del amor, características contradictorias de lo humano. Morimos porque somos limitados, porque ambicionamos lo que no podemos alcanzar, y este falso deseo engañoso nos pierde. Y morimos porque somos capaces de amar, somos seres divinizables. Y el Dios verdadero, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha hecho a su imagen. Y nos quiere llevar hasta él para que podemos alcanzar nuestros mejores deseos y nuestra plena humanización. Pero, dada nuestra limitación, sólo puede llevarnos a él sacándonos de la tierra madre todoparidora, que es la condición de nuestro ser, pero también nuestro límite. Dios, sacándonos de nuestro límite nos conduce paradójicamente a la plenitud de nuestro ser. No haciéndonos dioses, porque seguimos siendo limitados, pero sí haciéndonos participar de la naturaleza divina.

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