martes, 20 de mayo de 2014




Por algo será


Cuando queremos defender una postura o proposición mantenida por una autoridad a la que respetamos, pero no conocemos los motivos por los que esa autoridad dice lo que dice, muchas veces nuestro argumento es recurrir al “por algo será”. Con eso queremos decir que cuando esa persona actúa así, tendrá sus razones, aunque yo no las sepa, y esas razones son buenas. Pero este tipo de argumentos (el “por algo será”) no explican nada, porque valen para todo. Quizás son expresión de confianza en una persona. Pero los humanos, además de confiar, queremos conocer los motivos de lo dicho o hecho, no necesariamente como signo de desconfianza, sino para poder confiar con más razones. Comprender los motivos que una persona tiene, es conocerla mejor, y así amarla más. En ocasiones el “por algo será” es una apelación a la obediencia ciega. Este tipo de apelaciones esconde la falta de razones. Y cuando no hay razones para decir, hacer, pedir o imponer algo, estamos ante el triunfo de la sin razón. Y la sin razón no es propia de los humanos. Más bien embrutece y deshumaniza.

En el terreno religioso son frecuentes estas apelaciones al “por algo será”. Pero precisamente lo que interesa es explicitar, concretar y dar nombre al “algo”. Lo que las personas inteligentes y sensatas buscan y necesitan es conocer el motivo, la razón, el porqué. Santo Tomás de Aquino decía que una discusión puede tener dos finalidades. Si se trata de saber a qué atenerse a propósito de un hecho, hay que apelar, en teología, a las autoridades reconocidas por el interlocutor. Pero cuando el debate trata de instruir al estudiante y de llevar así a la inteligencia de la verdad en cuestión, hay que ofrecer razones y explicaciones que iluminen esta verdad y permitan saber cómo lo que se dice puede ser verdad. Pues si el maestro se contenta con invocar las autoridades (“por algo será”), es posible que aporte a su alumno una certeza, pero, lejos de transmitirle una inteligencia o un saber le dejará tan vacío como antes.

Esto vale igualmente en el terreno de la moral. Si ante un acto que nos parece cristianamente reprobable, nos contentamos con decir que “es pecado”, pero no damos buenas razones de por qué no debe hacerse, o dicho de otra manera, si no convencemos de que el acto en cuestión es malo, es posible que evitemos de momento que se cometa, pero a la larga, es mucho más eficaz convencer de lo perjudicial que es, para uno mismo y para los demás, este modo de obrar. En moral no basta con apelar al pecado ante un determinado comportamiento. Hay que buscar el modo de probar que nos hacemos daño al adoptarlo.

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