¿Cuánta barbarie
existe aún entre nosotros?
Leonardo Boff
Perversidades
siempre se han dado en la humanidad, pero hoy, con la proliferación de los
medios de comunicación, algunas se hacen más patentes y suscitan especial
indignación. El caso más clamoroso fue el linchamiento de la inocente Fabiane
María de Jesús en Guarujá en el litoral paulista a principios de este mes de
mayo de 2014. Confundida con una secuestradora de niños para prácticas de magia
negra, fue literalmente despedazada y linchada por una turba de indignados.
Tal
hecho constituye un desafío a la comprensión, pues vivimos en sociedades
consideradas civilizadas y dentro de ellas ocurren prácticas que nos remiten a
los tiempos de barbarie, cuando aún no había contrato social ni reglas
colectivas para garantizar una convivencia mínimamente humana.
Hay
una tradición teórica que ha intentado dilucidar tal hecho. En 1895 Gustave Le
Bon escribió, quizá fue el primero, un libro sobre la “Psicología de las
masas”. Su tesis es que una multitud, dominada por el inconsciente, puede
formar un “alma colectiva” y llegar a practicar actos perversos que el “alma
individual” normalmente jamás practicaría. El norteamericano H. L. Melcken
escribió en 1918 “La Turba”, un estudio mesurado sobre el hecho. Muestra la
identificación del grupo con un líder violento o con una ideología de
exclusión, que adquiere entonces un cuerpo propio y, sin control, deja que
irrumpa lo bárbaro que anida todavía en el ser humano. Freud en 1921 retomó la
cuestión con su “Psicología de las masas y análisis del yo”. Los impulsos de
muerte subsistentes en el ser humano, dadas ciertas situaciones colectivas,
dice, escapan al control del superyó (conciencia, reglas sociales) y aprovechan
el espacio liberado para manifestarse con toda su virulencia. El individuo se
siente amparado y animado por la multitud para dar salida a la violencia
escondida dentro de él.
El
análisis más incitante fue hecho por la filósofa Hannah Arendt. En 1961 siguió
en Jerusalén todo el proceso del juicio del criminal nazi Adolf Eichmann por
crímenes contra la humanidad. En 1963 Arendt escribió un libro que irritó a
muchos: “Eichmann en Jerusalén: un relato sobre la banalización del mal”. Y
acuñó la expresión “la banalización del mal”. Mostró como la identificación con
la figura del “Führer” y con las órdenes dadas desde arriba pueden llevar a las
peores barbaridades con la conciencia más tranquila del mundo. Pero no solo en
ellos se expresa la barbarie. También lo hace en aquellos judíos a los que
desbordaba su odio a Eichmann, exigiendo los peores castigos para él, como
expresión también de un mal interno.
¿Qué
concluimos de todo esto? Que un concepto realista del ser humano debe incluir
también su inhumanidad. Somos sapientes y dementes. En otras palabras: la
barbarie, el crimen, el asesinato pertenecen al ámbito de lo humano. Hace miles
de años dimos un día el salto desde la animalidad, del inconsciente al
consciente, del impulso destructivo a la civilización. Pero ese salto todavía
no se ha completado totalmente. Cargamos dentro de nosotros, latente pero
siempre actuante, con el impulso de muerte. La religión, la moral, la
educación, el trabajo civilizatorio han sido los medios que hemos desarrollado
para poner bajo control esos demonios que nos habitan. Pero esas instancias no
tienen la fuerza que pueda someter tales impulsos a las reglas de una
civilización que procura resolver los problemas humanos con acuerdos y no
recurriendo a la violencia.
Hay
que reconocer que todavía prevalece en nosotros mucha barbarie. No diría
animalidad, pues los animales se rigen por impulsos instintivos de conservación
de la vida y de la especie. En nosotros esos impulsos perduran pero tenemos
condiciones para volverlos conscientes, canalizarlos para tareas dignas a
través de sublimaciones no destructivas, como Freud y, recientemente, el
filósofo René Girard con su “deseo mimético” positivo tanto han insistido. Pero
ambos se dan cuenta del carácter misterioso y desafiante de la persistencia de
ese lado sombrío (pulsión de muerte en dialéctica con la pulsión de vida) que
dramatiza la condición humana y pueden llevar a hechos irracionales y
criminales como el linchamiento de una persona inocente. Todos pensamos en los
linchadores, ¿pero cuáles serían los sentimientos de Fabiane María de Jesús,
sabiéndose inocente y siendo víctima de la saña de la multitud que hace
“justicia” por su propia mano?
La
cuestión principal no es el Estado ausente y débil o el sentimiento de
impunidad. Todo eso cuenta, pero no aclara el hecho de la barbarie. Ella está
en nosotros. Y a todas horas resurge en el mundo con expresiones innombrables
de violencia, algunas reveladas por la Comisión de la Verdad que analiza las
torturas y las abominaciones practicadas por tranquilos agentes del Estado de
terror implantado en Brasil.
El
ser humano es una ecuación aún no resuelta: cloaca de perversidad, para usar
una expresión de Pascal, y al mismo tiempo la irradiación de bondad de una
Hermana Dulce en Bahía, que aliviaba los padecimientos de los más miserables.
Ambas realidades caben dentro de ese ser misterioso ―el ser humano― que sin
dejar de ser humano puede ser también inhumano. Tenemos que completar el salto
de la barbarie a la plena humanidad. La situación violenta del mundo actual,
también contra la Madre Tierra, nos deja aprensivos sobre la posibilidad de que
ese salto pueda tener un final feliz. Sólo un Dios podrá humanizarnos. Él lo
intentó pero acabó en la cruz. Uno de los significados de la resurrección es
darnos esperanza de que aún es posible. Pero para eso necesitamos creer y
esperar.
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