viernes, 30 de mayo de 2014




¿Cuándo no rezas?


Jesús enseñaba a los suyos que era “preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1). Sin duda, recordando esta enseñanza, el apóstol Pablo, en uno de sus más antiguos escritos, decía: “orad constantemente” (1Tes 5,17). Uno buena interpretación de estas recomendaciones me parece que la ofrece uno de los himnos de la liturgia de las horas, cuando coloca en los labios de aquellos que se aprestan a ir a dormir, una palabra de acción de gracias a Dios por “la bondad de su empeño de convertir nuestro sueño en una humilde alabanza”. Sí, también el sueño puede ser un momento de alabanza a nuestro Dios. Porque hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos, los creyentes deberíamos sentirnos siempre en presencia de Dios. Y la oración es precisamente eso: ponerse en presencia de Dios.

La vida del cristiano es una continua oración porque la oración no es solo el acto mental o vocal, personal o comunitario, que habitualmente llamamos oración, sino más bien la conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida. Y así como el amante está siempre amando al amado, aunque solo pueda pensar explícitamente en él en momentos determinados, así la vida del creyente está siempre determinada por la presencia y el amor de Dios, aunque sólo en determinados y contados momentos piense explícitamente en ello.

Un posible criterio para saber cuál es nuestro grado de fe y de oración sería que no nos gustase la pregunta que, a veces, se hace: ¿cuándo ora usted? Y prefiriéramos esta otra: ¿cuándo dejo yo de orar? La oración es una forma de amor. Preguntar al amante cuando ama es casi ofensivo. Siempre vive en el clima del amor. La cuestión que preocupa al amante es esta otra: ¿Cuándo dejo yo de amar a Dios, de saberme acompañado por él, de estar en su presencia? Del mismo modo, la cuestión no es tanto cuando rezo (en el sentido de estar en una actitud mental o vocal que piensa explícitamente en Dios), sino cuando dejo de rezar, en el sentido de adoptar actitudes contrarias a la voluntad de Dios, actitudes que me alejan de los criterios evangélicos de vida y que ponen mi vida de espaldas a Dios.

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