jueves, 15 de mayo de 2014

¿CUÁNTO DE HUMANA ES NUESTRA SOCIEDAD?

    El drama de cientos y cientos de haitianos, víctimas del devastador terremoto, que buscan hospitalidad en Brasil, representa un test de lo humana que es o no es nuestra sociedad.
Pero no quiero restringirme solo a los haitianos sino a tantas personas que son expulsadas de sus tierras, poseros, indígenas, quilombolas y otros, por el avance del agronegocio o desalojados, como recientemente del local de la OI en Rio de Janeiro, que tuvieron que refugiarse en la plaza de la Catedral de la ciudad.
Organismos de la ONU nos informan de que existen en el mundo más de cien millones de refugiados, ya sea por guerras, por situación de hambre, por problemas climáticos y otras causas similares. Cual Abrahanes andan por ahí buscando quien los acoja. Y cuántos barcos son rechazados teniendo que vagar por los mares en medio de todo tipo de necesidades y desesperanzas.
Basta recordar a los refugiados de África que llegan a la isla italiana de Lampedusa. Recibieron la solidaridad del Papa Francisco, que en esa ocasión hizo las más duras críticas a nuestra civilización por ser insensible y haber perdido la capacidad de compadecerse de la desgracia de sus semejantes. Todas estas personas padecen por falta de hospitalidad y de solidaridad.
En Brasil, en los periódicos y especialmente en los medios sociales, se desató una fuerte polémica sobre cómo tratar a los haitianos desesperados y depauperados que están llegando a nuestro país. El Gobernador de Acre, Tião Viana, mostró profunda sensibilidad y hospitalidad al acogerlos, hasta el punto de, con los escasos medios de un estado pobre, no poder hacerse cargo de la situación. Tuvo que pedir socorro al Gobierno Central.
Pero ha sido insultado por muchos de manera descarada en las redes sociales y en twitter. Aquí nos damos cuenta de cuán inhumanos y sin piedad pueden ser algunos. No respetan la regla de oro universal de no desear ser tratado de esa forma si se encontrasen un día en una situación semejante. Según el notable biólogo Humberto Maturana, tales personas retroceden a un estadio pre-humano, al nivel en el que se encuentran hoy los chimpancés que son societarios pero autoritarios, no siempre practicando la mutualidad.
En este contexto la virtud de la hospitalidad gana especial relevancia. La hospitalidad, dijo el filósofo Kant en su último libro La Paz Perpetua (1795): es la primera virtud de una república mundial. Es un derecho y un deber de todos, pues todos somos hijos e hijas de la misma Tierra. Tenemos el derecho de circular por ella, de recibir y de ofrecer hospitalidad.
Uno de los más bellos mitos griegos se refiere a la hospitalidad. Dos viejitos muy pobres, Baucis y Filemón, dieron acogida a Júpiter y a Hermes que se disfrazaron de andariegos miserables para probar cuánta hospitalidad quedaba en la Tierra. Fueron rechazados por casi todos, pero cálidamente acogidos por esta pareja de viejitos que les ofrecieron lo poco que tenían.
Cuando las divinidades se deshicieron de sus trapos y mostraron su gloria, transformaron la choza en un espléndido templo. Los viejitos se prostraron en reverencia. Las divinidades les dijeron que hiciesen un pedido que sería prontamente atendido. Como si lo hubiesen acordado previamente, ambos dijeron que querían seguir en el templo recibiendo a los peregrinos y que al final de su vida ambos, después de tan largo amor, pudiesen morir juntos. Y fueron escuchados.
Filemón fue transformado en un enorme carbayo y Baucis en una frondosa morera. Sus ramas se entrelazaron en lo alto y así siguen hasta el día de hoy, como cuentan los que pasan por allí. Y se sacó una lección que pasó a lo largo de todas las tradiciones: quien acoge a un pobre hospeda al propio Dios.
La hospitalidad exige una buena voluntad incondicional para acoger al necesitado y al que se encuentra en gran sufrimiento.
Exige también escuchar atentamente al otro, más con el corazón que con los oídos, para captar su angustia y su esperanza.
Exige además una acogida generosa, sin prejuicios de color, de religión ni de condición social. Evitar todo aquello que lo haga sentir un indeseado y un extraño.
Es importante dialogar abiertamente para captar su historia de vida, los peligros que pasó y cómo llegó hasta aquí. Responsabilizarse conscientemente junto con otros para que encuentre un lugar donde vivir y un trabajo para ganarse la vida.
La hospitalidad es uno de los criterios básicos del humanismo de una civilización. La nuestra está marcada lamentablemente por prejuicios de larga tradición, por nacionalismos, por xenofobia y por varios fundamentalismos. Todos estos cierran las puertas a los inmigrantes en vez de abrírselas y, compasivos, compartir su dolor.
En este espíritu debe ser vivida y testimoniada la hospitalidad con nuestros hermanos y hermanas haitianos. Aquí se demuestra si somos verdaderamente un pueblo de cordialidad y de acogida abierta a todos, cuánto hemos crecido en nuestra humanidad y mejorado nuestra civilización.


No hay comentarios:

Publicar un comentario