Francisco,
peregrino de paz
La primera homilía del Papa en su viaje a Tierra Santa ha sido un ejemplo de lo que debe ser una homilía: un comentario breve al Evangelio, con aplicaciones a la situación concreta que viven los cristianos que asisten a la celebración. En la capital del reino jordano el Papa, dirigiéndose a los fieles cristianos, ha notado que el Espíritu Santo realiza en nosotros tres acciones: prepara a Jesús para una misión de salvación, que realizará desde la mansedumbre y la humildad; unge a los discípulos para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir actitudes que favorezcan la paz y la comunión; y finalmente envía a los que ha ungido como mensajeros y testigos de paz.
En un contexto de pluralismo religioso y social, en un contexto de división política y de enfrentamientos, la homilía papal, sin ser un discurso político, resulta ser una gran orientación para que florezca esta paz que permite la vida, como resultado del encuentro entre los seres humanos. Como muy bien ha dicho el Papa, “la misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza”. La variedad no es motivo de enfrentamiento o de rechazo. Es una riqueza, que nos favorece a todos. Por tanto, todos debemos respetarla y apoyarla.
Para ello, continúa diciendo el Papa, “es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera”. Esta es una tarea de cada día, que debe guiar cada uno de nuestros gestos y de nuestros pensamientos. Porque, vuelvo a citar al Papa, “la paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza”.
El logotipo de este viaje papal representa a los dos hermanos Andrés y Pedro, juntos en la misma barca. El patriarca de Constantinopla, la segunda Roma, se considera sucesor del apóstol Andrés. El obispo de Roma y patriarca de Occidente, se considera sucesor de Pedro. Durante mucho tiempo los sucesores de Pedro y Andrés han vivido separados. Este logotipo es un signo de tiempos nuevos que despuntan: el tiempo en el que Andrés y Pedro unidos, encarnados hoy en Bartolomé y Francisco, serán signo real, sacramento de lo que debe ser toda la humanidad: una comunidad de hermanos, distintos pero solidarios. Unidos por un amor más fuerte que todas las diferencias.
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