viernes, 2 de mayo de 2014


 Martín Gelabert Ballester, OP  


El modelo es el poliedro




















Entre los preciosos dones que Jesús dejó a los suyos están la paz y la alegría. Estos dones contribuyen a la fraternidad. La Iglesia debería ser un reciento de paz, justicia y fraternidad, en el que reina la alegría. Cuando lo es, la Iglesia se convierte en un sacramento para el mundo, en un signo de aquello a lo que están llamados todas las personas y sociedades. En la Iglesia debería darse la prueba visible de que es posible vivir en el amor y es posible entenderse no a pesar de las diferencias, sino asumiendo y respetando las diferencias. De ahí que el Papa nos exhorte a superar las pequeñas guerras, las disputas y los celos en el seno de la comunidad eclesial. Más bien debemos alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

Un recinto de paz y fraternidad no es un lugar de uniformidad. Precisamente por eso no está exento de tensiones. En vistas a desarrollar una comunión en las diferencias, el Papa Francisco propone la imagen del poliedro. La realidad es un asunto poliédrico, porque en la vida y en la convivencia aparecen aristas. La solución no es anularlas o destruirlas, sino armonizarlas. “El modelo, dice el Papa, no es la esfera, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”. En el poliedro social y eclesial es posible recoger la mejor de cada uno. A este respecto el Papa dice algo sumamente interesante: “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse”.

No se trata solo que del error haya que aprender a no repetirlo. Se trata también de que no todo es rechazable en el error (en sentido amplio: error doctrinal y error moral). Hay cosas buenas mezcladas con cosas malas, como está mezclado el trigo con la cizaña. Es necesario ir con cuidado a la hora de los rechazos o de las quemas, no sea que terminemos por rechazar o por quemar algunas o muchas cosas buenas. No hay nadie tan malo que no tenga algo bueno, ni alguien tan bueno que no tenga muchas cosas que mejorar y rectificar. Necesitamos una mirada que nos ayude a ver despuntar el trigo en medio de la cizaña. Si somos capaces de ello no nos quedaremos solo con reacciones quejosas y alarmistas, sino que, como Jesús, no apagaremos la mecha vacilante; más aún, sabremos valorar y aprovechar esa vacilación. Dios valora los pequeños pasos, aprecia la bondad que hay en cada uno. A la hora de valorar la vida de cada uno, quizás un día nos sorprenda comprobar lo mucho que pesa la pequeña bondad.

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