jueves, 27 de febrero de 2014
Una iglesia como una casa
El obispo Paul Verryn encontró a centenares de mendigos, extranjeros sin documentación y refugiados políticos que malvivían en las calles y decidió abrirles las puertas de su templo
En él, en Johannesburgo, ha alojado a más de 30.000 personas de toda nacionalidad
Sudáfrica es el país con mayor número de refugiados en el Sur
MARTA RODRÍGUEZ
Romeo Sitole, con chándal blanco y pendiente brillante sube las escaleras de la iglesia metodista de la calle Pritchard, en una de las áreas más comerciales del viejo centro de la capital sudafricana. Son las siete de la tarde y anochece en Johannesburgo. En pocos minutos, el bullicio exterior se acallará. A Sitole, de 23 años y natural de Zimbabue, no le impresiona el caos del exterior ni el ajetreo en la iglesia: gente de aquí para allá, niños correteando en las escaleras, corros de tertulias y hasta paradas ambulantes de comida en la entrada. Vivió durante seis años en este edificio. Hoy está “de visita”, repite orgulloso.
La iglesia es eso, una iglesia, con sus misas e imágenes religiosas. Pero sobre todo, es un refugio en el que se cobijan los que no tienen con qué pagar un alquiler en el deteriorado centro. Hay que escuchar a Peter Moyo para saber la importancia de cuatro paredes y poco más: “La iglesia es una casa. Es mi casa”, dice cansado. Es su hogar y el de más de mil personas, que amontonadas duermen en el suelo. En 2001, Paul Verryn era obispo de esta parroquia. Se encontró con que centenares de mendigos, extranjeros sin documentación y refugiados políticos malvivían en las calles y decidió abrir las puertas.
El edificio llegó a albergar a casi 2.000 personas en 2008 y 2009, coincidiendo con la llegada de represaliados de Zimbabue y la xenofobia que sacudió Sudáfrica y que Verryn califica de “africanofobia” porque todo queda entre africanos.
Ahí siguen, en una situación tolerada. “La iglesia es un buen termómetro para saber qué pasa en África –explica Verryn– No sé qué está pasando ahora en Malawi pero recibimos a muchos”. Hay pasaportes de todos los países del África subsahariana, de Etiopía a Suazilandia, aunque el 85%, son de Zimbabue. De hecho, Sudáfrica es el país con más refugiados, lo que da cuenta de cómo está el continente. Verryn calcula que ha alojado a unas 30.000 personas.
Las historias personales tienen en común la búsqueda de un trabajo. A menudo son mujeres y hombres solos y en la iglesia conectan con compatriotas y crean redes sociales que ayudan a pasar el mal trago de estar lejos de casa sin recursos. No hay ayudas oficiales y la iglesia sólo cuenta con las de donantes y organizaciones humanitarias. El dinero da para poco y Verryn admite que cualquier día les cortan el agua y la luz por impago. Por no contar, Verryn no cuenta ni con el apoyo de su cúpula eclesiástica, que en desacuerdo con su gesto, lo destituyó como obispo en 2010. Hoy es el reverendo Paul Verryn pero todo el mundo le continúa llamando “bishop” (obispo, en inglés).
El nivel de paro entre los huéspedes es elevadísimo y, sin documentación, muchos subsisten en la precariedad laboral o la mendicidad. Viven en el hoy. Mañana ya veremos.
La iglesia es un edificio de cuatro plantas y múltiples recovecos, pasillos y salas en los que se amontonan los refugiados. El templo propiamente ocupa dos plantas, tiene forma de anfiteatro, un altar con una simple cruz y grandes vitrales coloridos filtran la luz. Sólo los enfermos, discapacitados o mayores tienen permiso para quedarse durante el día, así que en las horas de luz hay poco movimiento. Verryn defiende que tienen que salir a trabajar o a estudiar y les anima a mantenerse activos organizando talleres formativos de costura, ordenador, baile, futbol o ajedrez.
Hay una trentena de menores que asiste a una guardería en el mismo edificio o en un colegio del vecindario e, incluso un universitario en su segundo año de diplomatura de Recursos Humanos. Es Mathias Gwaimani, zimbabuense de 22 años, con casi cinco años de residencia en la iglesia, que compagina los estudios con un trabajo regular. Verryn dice de él que es un joven “voluntarioso e híper motivado”, que dedica “entre tres y cuatro horas diarias a estudiar en la biblioteca del barrio”. No hay duda. Mathias confiesa que por lo general miente a sus compañeros de clase sobre donde vive.
Una de las mayores satisfacciones del religioso es que “el 95% de los niños ha aprobado”, un porcentaje mucho más elevado que la media sudafricana y eso que apenas existen condiciones para la concentración y el estudio. Las familias tienen reservadas áreas con habitaciones privadas o espacios para construirse su propia barraca con ropas que cubran su intimidad. Son expertos en la reutilización y el reciclaje. Parece un campamento de refugiados, en el que los vecinos se encuentran en el lavadero común o en el pasillo. La diferencia es que hay un techo protector.
Otra vez Peter Moyo. “Todos los que estamos aquí somos pobres, sólo tenemos el tejado de la iglesia, sin él estaríamos en la intemperie”, se resigna. Los hay que se han dado con una estufa o un hornillo en el que cocinar. La solidaridad funciona. “A veces me dan de comer si les digo que tengo hambre”, explica Moyo.
Hacia las ocho de la tarde, los pasillos son un hervidero de gente: los que van a ducharse, los que lavan la ropa o los platos, los que aprovechan para charlar con los vecinos. Hay poco espacio libre, entre las pilas de mantas y ropa y la gente que espera el silencio para poder coger el sueño.
“Por la noche no se puede dar un paso porque en todos los espacios hay alguien tumbado”, resume el reverendo Verryn. A media tarde empieza el tránsito del grueso de vecinos con sus pertenencias a cuestas, en poco más de una o dos bolsas de plástico. Toda una vida.
Llegan a su sitio, colocan su colchón o lo que tengan en fila, uno al lado del otro, donde pueden, incluso en los escalones duerme gente, muchas veces sin más ropa que la que llevan puesta. Las mujeres, en la primera planta y los hombres, en la segunda.
El nivel de paro entre los huéspedes
es elevadísimo y subsisten en la precariedad laboral o la mendicidad
En un rincón, un anciano amontona cuatro viejas mantas a consciencia, ajeno al movimiento de los que suben y bajan las escaleras y de los juegos de tres niños. No lejos de allí, un grupo de hombres se reúne para comer un sencillo plato de pap (pasta de millo) y carne. Es verano pero refresca. “Lo peor es el invierno, muchos cristales de ventanas están rotos y entra el frío por todas partes”, recuerda el joven Romeo.
El boca-oreja funciona por África y muchos bajan del autobús y se dirigen directamente a este refugio. Cada noche tres personas más, de media. El reverendo no hace preguntas sobre por qué o cómo se ha llegado hasta aquí. Sólo hay que subir hasta su despacho, dejar el nombre y aceptar ocho reglas básicas de convivencia: está prohibido fumar, beber alcohol, robar, pelearse o tener sexo sin estar casado y a la vista de todos. Se exige ayudar a mantener limpio el edificio, a involucrarse en la gobernabilidad de la iglesia y a asistir al servicio religioso, más para crear espíritu comunitario que otra cosa. A pesar de la densidad de población y los pocos servicios de higiene, el local se mantiene sin excesiva basuras, aunque con un fuerte hedor.
Las peleas y trifulcas son el pan nuestro de cada día pero a pesar de todo, el reverendo asume que “no hay motivo para la queja", que "la situación está normalizada”, aunque a veces él mismo tiene que mediar en una riña.
Hacia las nueve de la noche, la mayoría de la gente está ya en su cama. El edificio está abierto 24 horas al día. Quentin acaba de empezar su turno. Es uno de los guardas de seguridad y, vestido con uniforme azul, inicia la ronda. Admite que “las condiciones estresantes en las que tienen que vivir esta gente” dificulta la convivencia pero reserva sólo para casos delictivos la llamada a la policía. En este tiempo, ha habido menos de una decena de asesinatos, explica Verryn, y en muchas ocasiones el alcohol es el desencadenante.
El microcosmos de la iglesia es la vida en estado puro. Lógicamente, ha habido defunciones, bodas y una veintena de nacimientos. Y los que vendrán, porque se ven varias embarazadas. Las parturientas van a dar a luz en los hospitales públicos. En los bajos del edificio hay una clínica que atiende los casos menos graves. En la iglesia han abierto incluso un espacio para los enfermos terminales que quieren quedarse y una enfermería con seis colchones en el suelo. Allí mama Gertrude cocina cada día para los que no pueden bajar a la calle a buscarse alimento. Semanalmente también funciona una terapia para tratar a los que “siguen en estado de shock, lo han perdido todo o han sufrido salvajadas”, explica Verryn.
La gente es libre de quedarse el tiempo que necesita hasta que regulariza su situación legal o, sencillamente, reúne algún dinero que le permita costearse otro sitio. La primera idea es que la estancia sea un trampolín para saltar a otro destino siguiendo el rastro de una oferta laboral pero la realidad es tozuda e impone recomponer sueños. Le pasó a Peter y también a Ruth Psileb, una abuela de 55 años al cuidado de su nieto huérfano de ocho, con cama en la iglesia desde 2008. Y a tantos otros.
Mavis y su marido Percy confían que su historia será diferente. Entraron en agosto y prevén que el trabajo de carpintero que ha conseguido él les facilite la salida en “marzo o abril” y con lo que ahorren, además de enviar una parte a sus hijas que siguen en Zimbabue, solicitarán el certificado de refugiados.
La vida sigue con esperanzas, miedos y planes. Entre los que se han quedado estancados y los que consiguieron salir. Como le pasó al joven Romeo, que a pesar de todo regresa como el hijo pródigo. “¿Cómo vas a encontrar novia aquí? Hay gente por todas partes”, afirma a carcajadas sin aclarar a quién ha venido a visitar mientras se despide con la larga encajada de manos al estilo africano. En la calle Pritchard, Romeo saluda a un grupo que aprovecha una noche serena para tomarse un respiro antes de entrar en la iglesia, su casa. Tendrán que ir con ojo de no pisar al prójimo.
El Papa define la misión de la Congregación para los Obispos
El papa Francisco dirigió a la Congregación para los Obispos un discurso acerca de la misión de esa congregación, de los criterios que deben tomarse en cuenta para la elección de un obispo, así como de las características que éstos deben reunir y de su tarea con los fieles que les ha confiado”. El pontífice exhortó a recorrer con más frecuencia “los campos” en búsqueda de pastores aptos para ese ministerio, con la seguridad de que Cristo no abandona nunca a su Iglesia.
El papa Francisco presidió esta mañana, en la Sala Bolonia del Palacio Apostólico, la reunión de la Congregación para los Obispos, cuyo prefecto es el cardenal Marc Ouellet, y dirigió a los presentes un discurso acerca de la misión de esa congregación, de los criterios que deben tomarse en cuenta para la elección de un obispo, así como de las características que éstos deben reunir y de su tarea con los fieles que les ha confiado”.
El pontífice exhortó a recorrer con más frecuencia “los campos” en búsqueda de pastores aptos para ese ministerio, con la seguridad de que Cristo no abandona nunca a su Iglesia.
Extractos del discurso
Lo esencial en la misión de la Congregación
“En la celebración de la ordenación de un obispo la Iglesia reunida, después de invocar al Espíritu Santo pide que sea ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta entonces: “¿Tenéis el mandato?”...
Esta congregación existe para ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas Iglesias y llevará alegría y esperanza al Pueblo Santo de Dios. Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor.
El Pueblo santo de Dios sigue exclamando: necesitamos alguien que nos mire con la amplitud de corazón de Dios; no necesitamos un manager, un administrador delegado de una empresa... nos hace falta alguien que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios para conducirnos hacia Él. No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de las Iglesias particulares a las que tenemos que atender. Nuestro reto es entrar en la perspectiva de Cristo teniendo en cuenta la singularidad de las Iglesias particulares.
El horizonte de Dios determina la misión de la congregación
“Para elegir a esos ministros todos necesitamos elevarnos, subir también nosotros al 'piso superior'. Tenemos que elevarnos por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios. No hombres condicionados por el miedo de lo bajo, sino Pastores dotados de parresía, capaces de asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y por lo tanto la humanidad no está destinada al abandono y al desamparo.
A la hora de firmar el nombramiento de cada obispo me gustaría sentir la autoridad de vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura vuestro consejo. Por eso el espíritu que preside vuestros trabajos no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos apartamos de este trinomio, abandonamos la grandeza a la que estamos llamados.
La Iglesia apostólica como fuente
La altura de la Iglesia se encuentra siempre en los abismos de sus fundamentos...El mañana de la Iglesia vive siempre en sus orígenes...Sabemos que el Colegio Episcopal, en el cual mediante el Sacramento se insertarán los obispos, sucede al Colegio Apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha interrumpido...Las personas ya pasan con sufrimiento por la experiencia de tantas roturas: necesitan encontrar en la Iglesia ese permanecer indeleble de la gracia del principio.
El obispo como testigo del Resucitado
Analicemos el momento en que la Iglesia apostólica debe recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin los Doce la plenitud del Espíritu no puede descender. Hay que buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el recorrido de Jesús y ahora puede convertirse 'junto con los Doce' en un 'testigo de la resurrección'.
Hay que seleccionar entre los seguidores de Jesús a los testigos del Resucitado... También para nosotros ese es el criterio unificador: el obispo es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y sobre todo sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección... No un testigo aislado sino junto con la Iglesia.
Quiero subrayar que la renuncia y el sacrificio son inherentes a la misión episcopal. El episcopado no es para uno mismo, sino para la Iglesia, para los demás, sobre todo para aquellos que según el mundo se deben descartar. Por lo tanto, para individuar a un obispo no hace falta contabilizar sus dotes humanas, intelectuales, culturales y ni siquiera pastorales.
Es cierto que necesitamos a alguien que sobresalga: su integridad humana asegura la capacidad de relaciones sanas, para que no proyecte sobre los demás sus carencias y se convierta en factor de inestabilidad: su preparación cultural le permite dialogar con los hombres y sus culturas; su ortodoxia y fidelidad a la Verdad completa custodiada por la Iglesia hace de él un pilar y un punto de referencia; su transparencia y su desapego a la hora de administrar los bienes de la comunidad le otorgan autoridad y encuentran la estima de todos. Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a este compromiso prioritario.
La soberanía de Dios, autor de la elección
Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso discernimiento, los apóstoles rezan. No podemos alejarnos de aquel «Enseñanos tú, Señor». Las decisiones no pueden estar condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos, camarillas o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen dos actitudes fundamentales: la propia conciencia ante Dios y la colegialidad. No el arbitrio sino el discernimiento conjunto. Ninguno puede tener todo en mano, cada uno aporta con humildad y honradez la tesela propia al mosaico que pertenece a Dios.
Obispos kerigmáticos
“Dado que la fe procede del anuncio, necesitamos obispos kerigmáticos, hombres custodios de la doctrina, no para medir cuanto viva distante el mundo de la verdad contenida en ella, sino para fascinar al mundo con la belleza del amor, con la oferta de la libertad que da el Evangelio.
La Iglesia no necesita apologistas de las propias causas ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad que saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su potencia...Hombres pacientes porque saben que la cizaña no será nunca tanta como para llenar el campo”.
Obispos orantes
He hablado de los obispos kerigmáticos; ahora señalo el otro trazo de la identidad del obispo: hombre de oración. La misma parresía que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tener en la oración, tratando con Dios, nuestro Señor el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo.
Un hombre que no tiene valor de discutir con Dios en favor de su pueblo no puede ser obispo y tampoco el que no es capaz de asumir la misión de llevar al Pueblo de Dios hasta el lugar que Él le indica...Y esto vale también para la paciencia apostólica. El obispo debe ser capaz de 'entrar con paciencia' ante Dios... buscando y dejándose encontrar.
Obispos pastores
Sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos; sean humildes, pacientes y misericordiosos; amen la pobreza, interna como libertad y también externa como sencillez y austeridad de vida. No tengan una filosofía de príncipes: no sean ambiciosos y no busquen el episcopado; sean esposos de una Iglesia sin estar a la búsqueda constante de otra... esto se llama adulterio.
Sean capaces de 'vigilar' al rebaño que les será confiado, es decir, de preocuparse por todo lo que lo mantiene unido. Reafirmo que la Iglesia necesita Pastores auténticos. Observemos el testamento del apóstol Pablo: allí nos habla de confiar los pastores de la Iglesia a la 'Palabra de la gracia que tiene el poder de edificar y conceder la herencia'. Por lo tanto, no padrones de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la Palabra. Solo así es posible edificar y obtener la herencia de los santos.
¿Cuántos se atormentaban con la pregunta sobre su herencia: '¿Cual es la herencia de un obispo, el oro o la plata?'. Pablo responde: la santidad. La Iglesia permanece cuando se dilata la santidad de Dios en sus miembros.
El Concilio Vaticano II afirma que a los obispos 'se les confía plenamente el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas'...En nuestra época lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo a la rutina y al aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar hacia un permanente otro lugar.
Desgraciadamente tampoco en la Iglesia estamos exentes de este peligro..Pienso que en este tiempo de encuentros y congresos es muy actual el decreto de residencia del Concilio de Trento y estaría bien que la Congregación de los Obispos escribiera algo al respecto. El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente anclado en si mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio”.
Conclusión
“Al final de estas palabras, me pregunto: ¿Dónde podemos encontrar hombres así?. No es fácil: pienso en el profeta Samuel en búsqueda del sucesor de Saúl, que al saber que el pequeño David había llevado las ovejas a pastar al campo ordena: 'Di que lo traigan'. También nosotros no podemos por menos que escrutar los campos de la Iglesia intentando presentar al Señor para que diga: 'Ungilo: es él”.
Estoy seguro de que los hay porque el Señor no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los campos para buscarlos. Quizás nos hace falta la advertencia de Samuel: «No nos sentaremos a la mesa antes de que él venga». Con esa santa inquietud quisiera que viviera esta congregación”.+
El brutal relato de las torturas
en los campos de prisioneros
de Corea del Norte
Un ex guardián de uno de los gulags relató las vejaciones a los Derechos Humanos que se viven a diario en el país.
Perros que devoran niños, muertes por hambre y más.
“Había tres perros que mataron a cinco niños. Pertenecían a unos guardiacárceles, tras escapar de sus dueños, los perros se echaron encima de los niños que volvían de la escuela de campo. Mataron a tres en el mismo instante. Los guardias enterraron vivos a los otros dos, que respiraban a duras penas”. El durísimo testimonio pertenece a Ahn Myong-Chol, un ex guardián de un campo de prisioneros en Corea del Norte, que ayer recordó en Ginebra los horrores que vivió durante los ocho años que estuvo allí, y que actualmente se encuentra en Ginebra declarando en una conferencia de Naciones Unidas, que en marzo evaluará la situación de los Derechos Humanos en Pyongyang.
“Los guardias, en lugar de sacrificar a los canes, los recompensaron con comida especial al día siguiente”, finalizó Ahn, con la ayuda de un intérprete.
El consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas denunció crímenes contra la humanidad e instó a la comunidad internacional a reaccionar.
La comisión estima que “cientos de miles de prisioneros políticos fallecieron en los campos en los últimos 50 años por hambrunas premeditadas, trabajo forzado, ejecuciones, tortura y violaciones”. “Entre 80.000 y 120.000 prisioneros políticos continúan detenidos en cuatro grandes campos”, indicó esta comisión, si bien dijo que el número de campos y de prisioneros disminuyó por las muertes y por algunas liberaciones, según recoge la agencia AFP.
“En los campos, no tratan a las personas como a humanos... Son como moscas que pueden aplastarse”, afirma Ahn, que huyó de Corea del Norte en 1994. Ahn Myong-Chol, refugiado en Corea del Sur, trabajó en cuatro gulags norcoreanos, denominados “zonas de control total”.
Allí, los prisioneros son obligados a trabajar de 16 a 18 horas por día, duermen 4 o 5 horas y reciben tres veces por día 100 gramos de papilla.
“Todos los días alguien muere de hambre, de agotamiento o por accidente”, cuenta este hijo de un responsable local, seleccionado a los 18 años como guardián.
En su primer destino, el campo 14 al norte de Pyongyang, le animaron a practicar sus conocimientos de taekwondo contra los prisioneros, considerados como la encarnación del mal, y a los que tenían derecho de matar.
“Teníamos el derecho a matarlos y si traíamos el cuerpo, podíamos recibir como recompensa el ir a la universidad”, explica el ex guardián, añadiendo que muchos dejaban escapar a propósito a los prisioneros para matarlos y obtener la recompensa.
Ahn -que admite haber participado en los actos violentos pero afirma que no mató nunca a nadie- señala que algunos prisioneros estaban en los campos desde que tenían 2 años o incluso nacieron allí.
“El 90% no sabía el porqué estaba allí”, observó. En 1994, cuando volvió a casa durante un permiso, descubrió que su padre, en un momento de embriaguez, criticó a los dirigentes norcoreanos, por lo que decidió suicidarse. Su madre, su hermana y su hermano fueron detenidos y ya no supo nada más de ellos.
La comisión de investigación de Naciones Unidas señaló que las familias de las personas consideradas hostiles eran enviadas sistemáticamente a los campos.
Ahn, que temía por su vida, pudo llegar a la frontera china y atravesar a nado el río Duman. En Corea del Sur, el hombre decidió participar hace tres años con la ONG “Liberen el gulag norcoreano”. “Estos horrores continúan”, señaló Ahn, para quien la población “está paralizada por el miedo” al dirigente actual Kim Jong-un.
Gustavo Gutiérrez, con el prefecto Müller
El padre de la Teología de la Liberación, ovacionado en el Vaticano
Gustavo Gutiérrez:
"Los mismos pobres tienen que ser los agentes de su liberación"
"Si uno dice que hay conflicto, uno no es marxista, sino que mira la realidad""
- Los teólogos de la Liberación no fueron marxistas: hubo gente muy comprometida antes y que tenían una base teológica, pero no eran los que hacían teología
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El Para recibió a Gustavo Gutiérrez
Es el padre de la Teología de la Liberación, condenada durante décadas y ahora rehabilitada en la persona y en la vida del Papa Francisco con quien, según diversas fuentes, se encontró este martes Gustavo Gutiérrez, antes de la presentación del libro "Pobre y para los pobres. La misión de la Iglesia", escrito por el prefecto Müller con la aportación del teólogo peruano y prólogo de Bergoglio. El sacerdote fue el gran protagonista, recibiendo una sonora ovación.
Tras la misma, Gutiérrez conversó de modo informal con algunos periodistas, precisando que "los teólogos de la liberación no fueron marxistas", aunque sí reconoció que hubo "gente comprometida y que tenían una base teológica". "Los mismos pobres tienen que ser los agentes de su liberación", incidió el teólogo, quien quiso dejar claro que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI condenaron jamás su teología, sino que solicitaron una "contextualización".
Interrogado por Zenit sobre quienes eran los que desviaban la teología de la liberación dándole una matriz marxista, el sacerdote peruano respondió: "No Boff, no Sobrino, no Juan Luis Segundo, no Ronaldo Muñoz, o sea, diría que los teólogos no" y añadió que "claro, hubo gente muy comprometida antes y que tenían una base teológica, pero no eran los que hacían teología".
Añadió que "muchos de ellos era gente muy generosa, lo que no significa tener razón". Y añadió que "un seguimiento político hubo en algunos países". Y cuando se dice dimensión política precisó que se entiende "una dimensión política extraviada, incorrecta y hay siempre gente así".
El padre Gutiérrez consideró además, que hoy existe un clima más favorable, "sí, porque se saben mejor algunas cosas, en teología las ciencias sociales antes no aparecían nunca. Hace más de cuarenta años cuando nació la teología de la liberación estas estuvieron presentes y no solamente la filosofía. Hoy en día los estudios bíblicos están llenos de sociología y nadie dice nada, porque se acostumbraron", dijo.
Respondiendo a una periodista indicó que "el clima y el contexto ha cambiado mucho, los temas de la teología de la liberación están más presentes", como "pobreza, justicia". En particular dijo, "la idea que los mismos pobres tienen que ser los agentes de su liberación, y este fue un punto que estuvo desde el inicio de la teología de la liberación".
Si pudiera volver hace cuarenta años atrás, ¿haría las mismas cosas o cambiaría algo? "Nunca lo he pensado -respondió Gutierrez, porque las cosas que uno vive no dependen solamente de uno, creo que no haría lo mismo, porque ésto significaría que el ambiente habría sido el mismo". Y sobre lo hecho concluyó: "Nunca lo he lamentado".
Interrogado por Angela Ambroggetti, de Korazym, sobre Juan Pablo II y Ratzinger, y cuál tuvo más problemas con la teología de la liberación, el sacerdote peruano calificó el encuentro en Roma con Ratzinger hace siete años atrás, en el 2007, como "muy bueno".
Añadió que "Ratzinger era más teólogo, comprendía más y eso ha sido muy importante. Yo honestamente puedo decir que su comprensión caminaba porque sabía de que se trata, desde el inicio" porque sabía "que no era la idea del marxismo".
"Nunca me preguntó nada sobre marxismo -dijo el padre Gutierrez- porque sabía que no tiene nada de eso. Basta tener un poco de cultura para saber que si uno dice que hay conflicto, uno no es marxista, sino que mira la realidad". Y añadió que el diálogo con el cardenal que estaba a cargo en esos años de la Doctrina de la Fe "era de esa categoría".
"Con Juan Pablo II --dijo el teólogo peruano-- fue distinto, lo vi una sola vez en mi vida, y fue muy bromista, me dijo que pensaba que yo era más alto (el padre Gutierrez es de estatura pequeña) y al final me puso la mano en el hombro y me dijo 'siga, siga'. Aunque no sé que me quiso decir con eso...".
"Con Ratzinger --prosiguió el padre de la teología de la liberación-- el diálogo comenzó siendo él cardenal, tengo una experiencia positiva. Luego termina eso con una carta que envía a mis superiores indicando que el diálogo ha terminado de manera satisfactoria", y quiso precisar que "además era diálogo y no un proceso".
¿Es este un momento particular en la Iglesia? "Como momento hay que reconocer que no lo habíamos tenido. Solamente los diarios trataban sobre estos temas, depende también de qué medios. Pero un momento de Iglesia como es hoy, eso no lo habíamos conocido". Con un papa, dijo, "que critica el pensamiento único y todo eso".
Cuando le indicaron "que usted fue muy útil para que Müller conozca la situación de la pobreza en Perú", y le interrogaron "pero quizás también Müller le ayudó a limpiar la teología de la liberación". El padre Gutierez dijo: "Limpiar no, pero muy útil sí, porque la ha puesto en un contexto, ha convertido eso, porque la teología de la liberación tiene un fundamento de espiritualidad muy grande desde el comienzo". Y precisó que "eso lo debo al teólogo Dominique Chenot, eso lo recibí en mi formación inicial y eso me ha marcado mucho. Porque estoy convencido que la teología nace en la vida diaria de la Iglesia".
Concluyó indicando que hoy tiene relaciones epistolares y personales con otros padres de la teología de la liberación y que ellos han tomado temas diversos, por ejemplo Leonardo Boff que entró talmente de lleno en el tema de la ecología, que ya no hace ni falta que él entre.
Al concluir recordó que él fue párroco por 25 años y se siente tal, y que "a la vejez viruelas" puesto que está enseñando Perú y en dos lugares en el exterior.
Carta de Paco
MOSAICO
El hospital es un mosaico de muchos colores, compuesto por infinidad de teselas, cada una con su historia, su tonalidad, su matiz, que da al conjunto una visión cargada de humanidad. En medio del sufrimiento lógico de los enfermos hay un denominador común: la esperanza, la alegría y la fe en el único Dios de todos.
¡Qué pocas quejas encuentras entre mujeres, hombres, ancianos, abuelas, niños, niñas, jóvenes, familiares y cuanta entereza en sus rostros!
Si llevas alguna preocupación allí se te diluye como azucarillo en una taza de café. “¡Qué derecho tengo yo a quejarme, me digo, viendo lo que veo allí”
Cada enfermo con su gesto, con su mirada, o cuando te acercas a apretarle la mano, te transmite lo mejor que lleva dentro: su humanidad siempre viva, maltrecha por la enfermedad, sí, pero que sigue en pie sostenida por la fe en Dios y la esperanza. Eso es una lección para los que los visitamos con regularidad, lección que nunca deberíamos olvidar.
Por eso quiero rendirles una vez más homenaje, porque lo merecen, porque muy pocos los tienen en cuenta. Ellos nada te piden y es mucho lo que te dan mucho.
Os pongo un ejemplo de la última visita. Nos acercamos a la cama de un hombre de más de cincuenta años. Nada más vernos su rostro se llenó de alegría:
- ¿Cómo estás?- preguntó Yves.
- Mejor, comienzo a tener algo de sensibilidad en la parte izquierda de mi cuerpo aunque todavía no pueda mover ni el brazo ni la pierna.
Después nos contó su historia. Llevaba diez años en la cárcel de Niamey esperando un juicio que nunca llegó, sin recibir atención jurídica alguna. Sus condiciones allí eran lamentables, por la soledad, la impotencia de no ser juzgado, la falta de higiene, la violencia interna de la prisión, el hambre que
pasaba en ella, las noches sin dormir, los días llenos de incertidumbre, los malos tratos, etc. Hasta que sufrió un infarto cerebral y las autoridades penitenciarias lo dejaron en el hospital. Comprobaron además que era
inocente de los cargos que se le imputaban. Parece ser – nos decía- que lo encerraron acusado de un hurto en un mercado de vete tú a saber qué, tal vez una gallina o un puñado de patatas, que él nunca había cometido. Le dieron la libertad cuando la mitad de su cuerpo estaba paralizada.
Fuese o no verídica su versión, de lo que no cabe duda es del trato inhumano sufrido por esta persona y durante tanto tiempo.
- Ahora siento algo de alivio. Llevo tres meses aquí y noto una franca mejoría. Soy un afortunado y agradezco a Dios que Él me haya sostenido en estos años tan difíciles. Hay otros muchos entre rejas sin saber porqué y pudriéndose en vida.
¡No hay derecho!
Yves, como yo, lo escuchamos con atención y respeto. Después, antes de decirle adiós, le dejamos unas revistas para que pudiese leer y se le hiciese la convalecencia más llevadera.
- Gracias por pasar a verme. ¡Que Dios os bendiga!
¡No sabéis el bien qué me hacéis!
Yo no dejo de darle gracias a Alá, pero no me olvidéis y rezad por mí. Lo necesito.
- Así lo haremos- le contesto Yves-, y ya verás qué pronto recuperas la movilidad y sales por fin libre a la calle. Y ese Dios que te sostiene y que te ha sostenido te ayudará a rehacer tu vida.
- ¡Que así sea!- y nos apretó las manos con un afecto agradecido y sincero.
Seguimos la visita recorriendo los enormes pabellones atestados siempre de gente, contemplando aquel mosaico con sus teselas vivas, únicas, cada una con su historia, su tonalidad, con su colorido, con su matiz, su rostro, y
todas ellas formando un conjunto de una humanidad sostenida por Dios y su misericordia.
Desde Niamey, fraternalmente Paco Bautista, sma a 18-2-2014.
Monseñor Pere Tena:
In memoriam
José Manuel Bernal
Se oye con frecuencia: “Soy católico, pero no practico”. A propósito de esta frase voy a esbozar un breve comentario; lo voy a dedicar a le memoria de mi buen amigo el obispo Pere Tena Garriga, fallecido recientemente en Barcelona.Con él compartí ilusiones y preocupaciones litúrgicas, juntos ideamos y pusimos en marcha la Asociación Española de Profesores de Liturgia y durante muchos años, desde el nacimiento de la revista, tuve la satisfacción de colaborar con él en la confección de la revista Phase. Su muerte representa una grave pérdida para el mundo de la investigación y de la pastoral litúrgica. Él ha culminado, sin duda, su encuentro pascual con el Señor.
El tema que voy a comentar aquí me lo ha sugerido un articulito suyo, póstumo, publicado en el semanario “Catalunya cristiana” (16.02.2014) con el título Litúrgia y santedat de vida. Después de señalar algunos aspectos referentes al cuadro de lecturas bíblicas que se van a leer en las eucaristías dominicales que preceden a la cuaresma de este año, Mons. Tena hace un breve excursus sobre la liturgia como fuente y culminación [culmen et fons} de la vida cristiana, un tema central en la teología litúrgica del Concilio y entrañablemente valorado por el obispo Tena.
Cuando uno asegura que es un cristiano no practicante, está diciendo una incongruencia. Eso es lo que viene a decir Pere Tena en su escrito. Nunca alguien puede asegurar su identidad cristiana si su vida discurre al margen de la vida sacramental de la Iglesia.«La vida cristiana no es solo obra de una persona singular, -asegura Tena-, ni de su intensidad espiritual, ni de su esfuerzo por un crecimiento ético, ni siquiera de su generosidad para con el prójimo; la vida cristiana es, sobre todo, obra de Dios. Es la acción del Espíritu Santo, la cual, por el bautismo, incorpora al hombre a la vida de hijo de Dios, por la comunión con Jesucristo; también la eucaristía es acción del Espíritu Santo; y la alianza matrimonial; y la ordenación de los ministros de Cristo y de la Iglesia; y la unción de los enfermos. La vida del cristiano está sellada por el don del Espíritu Santo. Dios actúa sobre el hombre a través de la acción litúrgica; la colaboración del creyente con la acción de Dios hará que, en cada sacramento, se verifique lo que éstos significan y contienen».
Indudablemente las palabras de Tena están marcadas por una intencionalidad profundamente teológica. La experiencia cristiana no es solo el resultado de una decisión voluntarista, animada por impulsos altruistas o por un encomiable afán de compromiso por la honradez o por la limpieza ética. La experiencia cristiana es algo más; supone una respuesta a la acción de Dios; una escucha atenta de su Palabra y una respuesta de fe a su llamada; un encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia a través de los sacramentos. Ese es el momento decisivo, el encuentro, la experiencia personal, en la Iglesia, en la comunidad.
Por eso hay que decir aquí que la vida cristiana no discurre “por libre”. Nuestra experiencia de fe la vivimos en Iglesia, en comunidad. La fe, que es un sí personal de adhesión a Jesús y a su mensaje, la vivimos en comunidad, la confesamos en comunidad, la compartimos en comunidad y la celebramos en comunidad. Siempre impulsos del Espíritu, que nos anima y nos hace crecer.
La liturgia representa el momento culminante en el que expresamos y celebramos nuestra fe, sobre todo en la eucaristía. En ese momento reconocemos y celebramos el señorío de Cristo, su victoria sobre la muerte, su glorificación a la derecha del Padre.
Todo esto conduce a una conclusión. En sentido estricto nadie puede declararse cristiano si no practica. Nadie puede asegurar su identidad cristiana si su vida no está alimentada por los sacramentos; si su vida discurre al margen de la experiencia sacramental de la Iglesia. Porque la experiencia sacramental, en la actual oekonomia salutis, es la fuente a través de la cual Dios actúa sobre nosotros, nos da su fuerza, nos rejuvenece y nos inunda con su Espíritu.
No a la idolatría del dinero
José Antonio Pagola
EL Dinero, convertido en ídolo absoluto, es para Jesús el mayor enemigo de ese mundo más digno, justo y solidario que quiere Dios. Hace ya veinte siglos que el Profeta de Galilea denunció de manera rotunda que el culto al Dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la Humanidad para progresar hacia una convivencia más humana.
La lógica de Jesús es aplastante: “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Dios no puede reinar en el mundo y ser Padre de todos, sin reclamar justicia para los que son excluidos de una vida digna. Por eso, no pueden trabajar por ese mundo más humano querido por Dios los que, dominados por el ansia de acumular riqueza, promueven una economía que excluye a los más débiles y los abandona en el hambre y la miseria.
Es sorprendente lo que está sucediendo con el Papa Francisco. Mientras los medios de comunicación y las redes sociales que circulan por internet nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad admirable, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la Humanidad: “No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata”.
Sin embargo, Francisco no necesita largas argumentaciones ni profundos análisis para exponer su pensamiento. Sabe resumir su indignación en palabras claras y expresivas que podrían abrir el informativo de cualquier telediario, o ser titular de la prensa en cualquier país. Solo algunos ejemplos.
“No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es iniquidad”.
Vivimos “en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. Como consecuencia, “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”.
“La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esa vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
Como ha dicho él mismo: “este mensaje no es marxismo sino Evangelio puro”. Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el Papa: “Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás”.
8 Tiempo ordinario (A)
Mateo 6, 24-34
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