lunes, 25 de abril de 2016




Matrimonio y virginidad


La exhortación apostólica Amoris Laetitia trata fundamentalmente del amor en la familia. Pero como en la vida cristiana todo está relacionado, no es de extrañar que el documento del Papa se pregunte por la relación que hay entre virginidad y matrimonio, ya que la virginidad es una forma de amar. Se trata de dos carismas, dos dones del Espíritu Santo, dos modos de seguir a Cristo y dos vocaciones o llamadas de Dios. Si ambos estados, el celibato en la vida consagrada y el matrimonio, tienen el mismo origen en Dios, no solo no pueden oponerse, sino ni siquiera rivalizar.


Desde esta luz se comprende la advertencia que hace el Papa a propósito del texto de 1Cor 7,32, en el que parece que San Pablo recomienda la virginidad. San Pablo la recomendaba porque esperaba un pronto retorno de Jesucristo y quería que todos se concentrasen en la evangelización. Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal ya que, sobre esto, no había ningún precepto del Señor (1Cor 7,25). Por eso reconocía el valor de las diferentes llamadas: “cada cual tiene de Dios su gracia particular” (1Cor 7,7), por tanto “que cada cual viva como le ha llamado Dios” (1Cor 7,17). Hecha esta aclaración, afirma el Papa: “los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista”. Hubo algún autor medieval que decía que el matrimonio podía considerarse superior a los demás sacramentos porque simboliza algo tan grande como la unión de Cristo con la Iglesia o la unión de la naturaleza divina con la humana.


La virginidad es un reflejo de la plenitud del cielo donde “ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo” (Mt 22,30). Tiene el valor simbólico del amor que no necesita poseer al otro, y refleja así la libertad del Reino de los Cielos. Es una invitación a los esposos para que vivan su amor conyugal en la perspectiva del amor definitivo a Cristo, como un camino común hacia la plenitud del Reino. Por su parte, el amor de los esposos tiene otros valores simbólicos: es un peculiar reflejo de la Trinidad, unidad plena en la cual existe también la distinción. Es también un signo cristológico, porque manifiesta la cercanía de Dios que comparte la vida del ser humano uniéndose totalmente a él. Mientras la virginidad es un signo escatológico de Cristo resucitado, el matrimonio es un signo del Cristo terreno que aceptó unirse a nosotros.

Quienes han sido llamados a la virginidad pueden encontrar en algunos matrimonios un signo inquebrantable de la fidelidad de Dios a su Alianza. Porque hay personas que mantienen su fidelidad cuando su cónyuge ya no resulta físicamente agradable o no responde a sus necesidades. Una mujer puede cuidar a su esposo enfermo, y mantener su “sí” hasta la muerte. Y así se convierte en una invitación a las personas célibes para que vivan su entrega por el Reino con mayor generosidad y disponibilidad.

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