EL CLAMOR DE ÁFRICA
“Hace
tiempo, demasiado tiempo que no logro conciliar el sueño, ni tener un descanso
reparador. Las razones que dañan mi memoria llevan el traje del horror y la
violencia. Cómo me gustaría encontrar la paz, pero resulta que la guerra me
flagela desde hace mucho tiempo por todos los costados. Ya estoy harta. Alzo mi
voz, no puedo no elevarla al cielo. Espero que
escuchen mi clamor.
No quiero
que me pacifiquen los que utilizan la fuerza para pacificar. No quiero que en mi
suelo las balas silben, la metralla rasgue el aire, las bombas hagan el ruido
de dos mil truenos. No quiero que mis hijos, mis hijas, mis mujeres, mis
campesinos, paguen con sus vidas el precio de la pacificación. No quiero que
los llamen daños colaterales, los
responsables de esta trágica injusticia, que deja impunes a los responsables
últimos.
Cuando
los pacificadores ponen en marcha su maquinaria de pacificar, temblamos todos.
Las casas se convierten en escombros, los mercados en cementerios, los hospitales
en ruinas, las escuelas en nido de ratas. La pacificación llena de humo el
cielo, arruina nuestras cosechas, convierte en carroña nuestros ganados. Nuestros ojos miran aterrados a los soldados
armados hasta los dientes dispuestos a pacificar, sean de la facción que sean.
Qué
triste cuando la pacificación se alarga en el tiempo, qué amargas las noches
pacificadoras que incendian el horizonte sin dejarnos ver las estrellas, que
turban nuestro descanso con el ruido incesante del fuego cruzado.
Bien dice
el profeta de Nazaret: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy
yo como la da el mundo”. Es verdad, el mundo no da la paz, la impone,
pacificando con armas de matar cada vez más asesinas. Nosotros queremos la paz
que brote de la entrega, del servicio, de la justicia, del amor, del diálogo en
torno a la hoguera que hace presente a nuestros antepasados y nos recuerda el
legado de entendimiento que ellos nos dejaron. Esa es la paz que merecen todos
los olvidados de mi suelo. Pero los numerosos conflictos bélicos siguen turbando
mi sueño y mi descanso. Una paz que brote de la verdad. Eso necesita mi piel
resquebrajada de mujer indómita. Entonces mi
corazón valiente, como dice vuestro Jesús, ni temblará ni se turbará, ni
sucumbirá al miedo paralizador.
Termino
estas palabras de desahogo, de denuncia, esta queja que recoge el clamor de
todos mis hijos con las sabias palabras de Mario Benedetti que me atrevo a poner en mis labios: “Vivimos
en un mundo[i]
tan particular, que quien pacifique a los pacificadores, un buen pacificador
será”.
Un abrazo sentido y cálido a todos. Vuestra siempre:
África”
Desde Vélez de
Benaudalla, paz y bien. Paco Bautista, sma.
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