Las amenazas
de la
Gran Transformación (I)
Leonardo Boff
La Gran Transformación
consiste en el paso de una economía de mercado a una sociedad de
mercado. O dicho de otra manera: de una sociedad con mercado a una
sociedad sólo de mercado. El mercado siempre ha existido en la historia
de la humanidad, pero nunca había existido una sociedad sólo de mercado, es
decir, una sociedad que coloca la economía como único eje estructurador de toda
la vida social, sometiendo a ella la política y anulando la ética. Todo es
vendible, hasta lo sagrado.
No
se trata de cualquier tipo de mercado. Es un mercado que se rige por la
competición y no por la cooperación. Lo que cuenta es el beneficio económico
individual o corporativo y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente
ese beneficio se consigue a costa de la devastación de la naturaleza y de la
gestación perversa de desigualdades sociales. En este sentido la tesis de
Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI es irrefutable.
El
mercado debe ser libre, por lo tanto rechaza controles y ve como su gran
obstáculo al Estado, cuya misión sabemos que es ordenar con leyes y normas la
sociedad, también el campo económico, y coordinar la búsqueda del bien común.
La Gran Transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a las
cuestiones ligadas a la infraestructura de la sociedad, al fisco, mantenido lo
más bajo posible, y a la seguridad. Todo lo demás debe ser buscado en el
mercado, pagando.
El
afán de mercantilizarlo todo ha penetrado en todos los sectores de la sociedad:
en la salud, en la educación y el deporte, en el mundo de las artes y del
entretenimiento y hasta en grupos importantes de las religiones y de las
Iglesias. Estas incorporaron la lógica del mercado, la creación de una masa
enorme de consumidores de bienes simbólicos, Iglesias pobres en espíritu, pero
ricas en medios de hacer dinero. No es raro que en el mismo complejo comercial
funcione un templo y a su lado un shopping. En fin, se trata siempre de lo
mismo: obtener ingresos, ya sea con bienes materiales o con bienes
“espirituales”.
Quien
estudió en detalle este proceso avasallador fue un historiador de la economía,
el húngaro-norteamericano Karl Polanyi (1886-1964). Él acuñó la expresión La
Gran Transformación, título de un libro suyo escrito en 1944, antes de
terminar la Segunda Guerra Mundial. En su tiempo la obra no mereció especial
atención. Hoy, cuando sus tesis se ven cada vez más confirmadas, se ha
convertido en lectura obligatoria para quienes se proponen entender lo que está
ocurriendo en el campo de la economía, que repercute en todos los campos de la
actividad humana, sin excluir la religiosa. Se cree que el papa Francisco se ha
inspirado en Polanyi para criticar la actual mercantilización de todo, hasta
del ser humano y de sus órganos.
Esta
forma de organizar la sociedad en torno a los intereses económicos del mercado
ha escindido a la humanidad de arriba abajo: se ha creado un foso enorme entre
los pocos ricos y los muchos pobres. Se ha gestado una espantosa injusticia
social con multitudes descartables, consideradas ceros económicos, aceite
quemado, que ya no son interesantes para el mercado porque producen
irrisoriamente y no consumen casi nada.
Simultáneamente
la Gran Transformación de la sociedad de mercado ha creado también una injusticia
ecológica inicua. En su afán de acumular, los bienes y recursos de la
naturaleza han sido explotados de forma predatoria, devastando ecosistemas
enteros, contaminando los suelos, las aguas, los aires y los alimentos, sin
ninguna otra consideración ética, social o sanitaria.
Un
proyecto de esta naturaleza, de acumulación ilimitada, no puede ser soportado
por un planeta limitado, pequeño, viejo y enfermo. Y ha surgido un problema
sistémico, al cual los economistas de este tipo de economía raramente se
refieren: los límites físico-químicos-ecológicos del planeta Tierra han sido
alcanzados. Tal hecho dificulta, si es que no impide, la reproducción del
sistema, que necesita una Tierra repleta de «recursos» (bienes y servicios o
«bondades» en el lenguaje de los indígenas).
De
continuar por este rumbo, podremos experimentar, como ya lo estamos
experimentando, reacciones violentas por parte de la Tierra. Como es un Ente
vivo que se autorregula, reacciona para mantener su equilibrio afectado a
través de eventos extremos, terremotos, tsunamis, huracanes y una total falta
de regulación de los climas.
Esa
Transformación, por su lógica interna, se está volviendo biocida, ecocida y
geocida. Destruye sistemáticamente las bases que sustentan la vida. La vida
corre peligro y la especie humana podría, ya sea por las armas de destrucción
masiva existentes o por el caos ecológico, desaparecer de la faz de la Tierra.
Sería la consecuencia de nuestra irresponsabilidad y de la total falta de
cuidado por todo lo que existe y vive.
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